“Mi retiro de ‘Semana’ me dio tristeza y alivio”: Daniel Coronell

Este reconocido periodista afirma que el presidente Duque es irrelevante, que no tiene obsesión con Uribe y que le aconsejó a Gabriel Gilinski, nuevo dueño de esa revista: medios e intereses corporativos deben estar tan separados como la iglesia y el Estado. “Pero aré en el mar”.

Diana Durán Núñez / @dicaduran
12 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Daniel Coronell es el presidente de noticias de Univisión, en Miami.  / Archivo particular
Daniel Coronell es el presidente de noticias de Univisión, en Miami. / Archivo particular

¿Cree que el uribismo celebró su salida de Semana?

Pues tristes no estaban (risas).

¿Qué se le vino a la mente al hallar en su WhatsApp un mensaje de la gerente de Semana y exministra del Gobierno Uribe, Sandra Suárez, informándole del fin de su columna?

Una enorme sensación de tristeza y también de alivio. Es una mezcla rara. Yo sabía, cuando estaba escribiendo la columna Las orejas del lobo que eso podía pasar. Pero, sobre todo, sentí que merecía que una autoridad editorial de la revista me dijera que no quería más mi columna y no una gerente que, además, era una ficha del expresidente Álvaro Uribe, a quien he dedicado buena parte de mi carrera como columnista. Me sentí como Juan el Bautista cuando entregaron su cabeza a Salomé como premio.

¿Cree que en esa forma de sacarlo había un mensaje del uribismo para usted?

Claro. Siento que a ella le dieron ese trofeo y que ella lo usó con infinito placer. Era una forma, no solo de cancelar mi columna, sino de hacerlo de manera más ominosa posible para mí.

Hay quienes dicen que usted tenía una obsesión con Uribe, no periodística sino personal…

No es cierto, yo no tengo obsesión ni con Uribe ni con nadie. Lo que pasa es que Uribe es el hombre más poderoso de Colombia, que vive enfermo de poder, no se ha querido separar del poder, y en esa medida tiene que ser objeto de escrutinio público. No me puedo poner a programar mis columnas como si fuera una emisora de complacencias. Escribo sobre lo que he investigado y lo que creo que le interesa la gente. También he escrito de otros políticos. Escribí mucho de Santos. Gracias al trabajo mío se fue el ministro Miguel Peñaloza de Juan Manuel Santos, se conocieron las primeras entradas de dinero de Odebrecht a la campaña de Santos. Lo que no puedo hacer es, para que los amigos de Uribe sientan que yo lo estoy dejando tranquilo, quitar el dedo del renglón de investigar al hombre más poderoso de Colombia y el mayor foco de corrupción y politiquería de Colombia.

(En contexto: Daniel Coronell dice que lo despidieron de Semana con un mensaje de WhatsApp)

¿Se siente desprotegido?

Siento que tengo cosas por decir y que estoy en un momento de la carrera donde me quedan varias balas en el proveedor y las voy a usar. Voy a escribir y a tratar de que la gente me lea. Voy a ser un columnista sin medio. Con Daniel Samper Ospina vamos a empezar a hacer unas publicaciones por nuestra propia cuenta cuyo tagline es “Columnas sin techo”, que van a seguir contando historias y, sobre todo, ejerciendo un contrapoder que es muy necesario en Colombia.

¿Va a ser una especie de blog?

Sí, puede ser incluso un PDF que colguemos en Twitter e Instagram. De momento, lo más importante es que, si hay alguien interesado en ese tipo de cosas, lo puede encontrar en una red social, en un PDF o en el boca a boca de la gente.

¿Algún medio colombiano lo ha contactado? ¿Le interesa?

Sí, me interesa. He tenido satisfactoriamente esta semana contacto con dos medios escritos de Estados Unidos y un medio digital. Pero, de momento, me la voy a jugar con nuestro proyecto con Daniel Samper.

¿Cuál es la idea?, ¿que salgan las dos columnas al tiempo?

Sí, estamos pensando en armar un proyecto que inicialmente se va a llamar “Los Danieles”. Esas columnas sin techo van a empezar a salir al mismo tiempo que esta entrevista. Son un manifiesto contra el silencio. Vamos a seguir hablando, aunque ya no tengamos el espacio en Semana nos lo vamos a tratar de construir nosotros mismos, con el apoyo de la gente y las redes sociales.

¿Qué tan común es que un columnista escriba en dos oportunidades, en un período de un año, columnas en contra del mismo medio que le publica?

No es común, pero era mi deber. Si yo no estoy de acuerdo con una decisión editorial que, en un caso, omite una publicación de un tema de interés público (se refiere a la decisión de Semana de no publicar el posible regreso de los falsos positivos como sí lo hizo el New York Times, a pesar de tener la misma información disponible), y en otro disfraza de interés público un tema de desquite empresarial, yo tengo el deber como periodista de decirlo. Y si no tenía la posibilidad de hacerlo, no valía la pena tener la columna. Es algo que se impone sobre cualquier otra consideración porque, de otra manera, no me podría ver en el espejo. Me sentiría muy avergonzado de mí mismo si dejo que esas cosas sucedan en el lugar donde trabajo.

¿Es posible pensar que detrás de su columna estaba su intención de no seguir en esta revista “Semana”?

Yo creo que sí. Realmente me venía sintiendo inconforme desde que volví a Semana. A pesar de que pasaron muy pocos días entre el momento en que me despidieron la primera vez (finales de mayo de 2019) y las semanas que ellos vinieron (a Miami) a pedirme que volviera y que yo efectivamente volví (el 15 de junio de 2019), sentí que me fui de una revista y volví a otra que tenía otros propósitos. Si bien yo critiqué mucho una decisión editorial, lo cual condujo a mi primer despido, sentía que tenía valores en común con el pensamiento editorial de Semana. Cuando volví, cada vez me encontraba más distante, veía que Semana estaba privilegiando una visión partidista y no periodística de la realidad nacional, que mi columna se iba convirtiendo progresivamente en una isla. Llegué a sentir, por un lado, que mi presencia legitimaba eso y, por otro, que la revista trabajaba en contra de la difusión de mi propia columna.

(En contexto: Daniel Samper Ospina renunció a su columna de opinión en la revista Semana)

¿A qué se refiere?

Todos los que trabajamos en medios digitales vemos métricas y sabemos cuándo se hace un contenido para promoverlo y cuándo para ocultarlo. Me encontré, por ejemplo, con unas decisiones de SEO que tenían el propósito de que mi columna no se apareciera en los buscadores. Hice una columna que se llamaba Los giros del primer primo y la URL decía “abogado Sánchez recibe giros de Mario Uribe”. Mientras todas las demás columnas conservaban su nombre, la mía fue cambiada y eso causa un detrimento de la circulación y el tráfico de la columna. Pequeñas cosas así. Durante la primera jornada del paro nacional, otros columnistas tuvieron la oportunidad de escribir una columna nueva y fresca y a mí me la negaron. Ese tipo de cosas, tantas casualidades no pueden ser solo casualidades y eso me tenía un poco molesto. Ahí me habría podido quedar durante mucho tiempo si no hubiera visto una actitud que me causó repulsión ética: usar para un desquite empresarial el contenido periodístico de la revista.

¿Tiene diferencia de criterio con Vicky Dávila?

Yo no la menciono en esa columna. Vicky, como opinadora, puede tolerarse que tenga posturas que no representen al medio de comunicación. Pero no estamos hablando de una columna de opinión, sino de dos noticias producidas en menos de dos horas, donde estaba la fotografía de Julio Sánchez Cristo identificándolo con el comportamiento de la acción del Grupo Prisa cuando estaban en colapso todas las bolsas del mundo por el comienzo de la pandemia del coronavirus. Era un desquite porque Julio Sánchez había publicado una información sobre despidos en Semana que disgustó a algunas personas de la revista, como pude comprobarlo después.

Después de su salida, ¿lo han contactado Felipe López, quien solía ser el único dueño de Semana, o Alejandro Santos, su director?

No han hecho ningún esfuerzo por contactarme.

¿Y Gilinski?

Sí, pero no fue después (de la salida de la revista), sino unas horas antes. No le he contestado, hace muchos días no le contesto ni llamadas ni textos, y no pienso contestarle porque no tengo nada que hablar con él. Primero fue la pretensión de que yo tenía que hablar con él sobre la columna que no le gustó, y resulta que no, yo no le tengo que dar explicaciones a un accionista, doy explicaciones al director editorial si me las pide. Hay un problema de gobernanza en Semana: un señor que no aparece en la bandera recibe los contenidos que no se han publicado y, además, se siente con la autoridad de pedir explicaciones a un columnista.

¿Cómo lo contactó? ¿Por WhatsApp también?

Por WhatsApp también (se ríe). Eso tiene cierta antipatía, pero tiene una ventaja grandísima y es que queda la prueba escrita.

Ambos pertenecen a la comunidad judía, se creía que iban a ser más cercanos...

Yo no tengo nada contra él. He tenido por más de 30 años una buena relación con su abuelo, don Isaac Gilinski, con quien siempre he podido hablar de temas en los que estamos de acuerdo y en los que no. Nunca he pensado que sea un problema con los Gilinski en grupo, esto tiene que ver con la ética periodística. Lo único que yo antepongo al periodismo es mi familia. Todo lo demás es subalterno al periodismo y yo no voy a dejar de defenderlo por cuenta de una persona, por rica y poderosa que sea. Sé que esto tiene un precio, estoy asumiendo las consecuencias, pero me parece que si no lo hago, si no marco la distancia suficiente entre lo que debe ser y lo que es Semana, nunca me voy a poder mirar yo mismo al espejo y sentir que lo que estoy haciendo es correcto. Y me importa más la opinión que tengan mis hijos a la opinión que tenga un accionista de Semana. No aspiro a que mis hijos se sientan orgullosos de mí, pero sí a que, por lo menos, no se avergüencen.

Antes de publicar la columna, ¿habló con Alejandro Santos o hizo algún sondeo de por qué se publicaron los artículos sobre el Grupo Prisa y Julio Sánchez?

No, porque supe por dos fuentes internas de la revista que Alejandro Santos se enteró mirando la página de lo que se había publicado. Es decir, no tuvo ninguna participación en una publicación en Semana. Eso, por un lado, lo libra de responsabilidad y, por otro, desafortunadamente para él y para Semana, muestra que se ha vuelto un testigo instrumental de las cosas que allá están pasando.

¿Cree que Alejandro Santos va de salida?

Yo creo que él ya salió hace bastante tiempo de la revista, de lo que no ha salido es de la bandera ni de la nómina.

¿Podría decirse que el manejo del grupo Gilinski está llevando a la revista a lo que Cecilia Orozco llamó una “decadencia”?

No se puede hablar del grupo Gilinski, sino de Gabriel, que es una persona de 30 y pocos años. Cuando lo conocí hace unos meses, él amablemente me llamó, me invitó a que nos viéramos aquí en Miami, y en esa conversación le dije claramente que él tenía que saber que entre los intereses corporativos y los intereses editoriales debía existir una separación total, como la de la Iglesia y el Estado. Le dije, además, que él jamás podría interferir en un contenido, y que debía ser absolutamente extremo en el cuidado de esa separación. Recuerdo que le dije: “Si su prima lo llama a decirle que su hijita está bailando el Cascanueces en el (teatro)Colón, no se le ocurra llamar a Semana a que le manden un fotógrafo. Usted tiene modelos a seguir: uno, el de los empresarios que se creen dueños de la información y llevan a un fracaso de credibilidad a sus medios. Otro, el del señor Jeff Bezos, quien, en medio de un escándalo producido por un medio sensacionalista, jamás apeló a su periódico (The Washington Post) y jamás ha llamado a pedir un contenido, mucho menos a manifestarle a un columnista que está de acuerdo o en desacuerdo con él”. Eso se lo dije el día que lo conocí y me di cuenta de que aré en el mar.

¿Qué le respondió?

Que desde luego, que lo iba a hacer así, que no tenía ningún interés en el contenido, sino en fortalecer la revista como medio para sobrevivir los embates que está viviendo la prensa ahora. Después la relación me fue pareciendo rara, Gabriel me empezó a decir que él lo que quería era hacer un Fox News en Colombia. Yo le dije que Fox News era una vergüenza, un instrumento de propaganda que no valora la verdad periodística. “Pero, ¿tú has visto los resultados, los ratings?”. Me pareció un exabrupto que me lo dijera, lo de Fox News me lo repitió tres veces. Después me dijo que él era partidario ferviente de Álvaro Uribe y del presidente Donald Trump en Estados Unidos. Todo eso me indicó que yo, como la propaganda del banco, estaba en el lugar equivocado. Ni él tenía el deseo de mantener separados sus gustos del manejo editorial de la revista, ni yo podía secundar con mi presencia que ese tipo de cosas se hicieran. Siempre pensé que mi deber era manifestarlo en voz alta y, si era el caso, irme. Y empezó a suceder cuando no le gustó la información que dio la W sobre los despidos en Semana y decidieron usar la página digital de la revista para un desquite disfrazándolo de información de interés público.

Se dijo que su posición fuerte hacia la revista tenía que ver con un fallido negocio de Canal Uno y Noticias Uno, en el que el ganador habría sido el programa de Vicky Dávila.

Eso no tiene nada que ver. Noticias Uno, por una decisión de los socios mayoritarios, fue excluido del aire de Canal Uno en septiembre del año pasado y ninguno de sus horarios pasó a ser ocupado por Vicky Dávila. Es una falsedad que sostienen los señores Gustavo Rugeles y Ernesto Yamhure. No me siento obligado a responderles a un par de truhanes que sé que son pagados para que digan eso como si fuera cierto.

A propósito de Noticias Uno, ¿ha funcionado el modelo de You Tube desde que salieron del aire?

No tengo autoridad para hablar en nombre de Noticias Uno. Soy accionista, pero no tengo capacidad editorial para hablar a nombre de ellos. Sobre esos temas recomiendo hablar con Cecilia Orozco, que es la directora, y con Jorge Acosta, que es el gerente. Yo prefiero no decir nada. Soy un soldado de ellos y cuando me necesiten, allá voy a trabajar. De resto, no tengo capacidad de decisión ni vocería y lo respeto, porque yo tampoco quisiera que nadie hablara por mí.

¿Fue Gabriel Gilinski clave para que usted volviera a la revista tras el episodio de 2019?

Sí, totalmente. Él fue quien organizó todas las circunstancias para regresar. Pero en estos días, y a raíz de todo esto, he recordado un episodio: (mi regreso a la revista) se cerró en la mesa de un restaurante italiano que se llama Cipriani, en Miami. Estábamos sentados en una mesa Gabriel Gilinski, María López, Alejandro Santos y yo. Después de hablar mucho y de redactar un comunicado, que fue el que publicó la revista, llegamos a un acuerdo para mi regreso y yo les pedí un minuto para ir a contarle a mi esposa. Salí, le marqué a María Cristina, le conté; ella no estaba muy contenta con la decisión, pero me dijo que me respaldaba. Le agradecí mucho. Cuando volví, ellos estaban preguntándose: “¿y quién le dice a Sandra? Para ella es una mala noticia”. (La referencia es a Sandra Suárez, la gerente que lo sacó de la revista hace dos semanas vía WhatsApp). Desde ese momento yo supe que la persona que celebró mi despido inicial seguía al frente de la revista. Pensé mucho nuevamente si debía decir no.

¿Por qué no lo dijo?

También me parecía que ya habíamos llegado a un sí, que habíamos recorrido muchos ires y venires en la conversación, que no era serio. Por eso me quedé. Por eso y porque el juicio de Uribe iba a empezar y yo quería tener la columna para contar cosas que sé sobre ese proceso. Y que las voy a terminar contando pronto.

¿Cuál es su lectura sobre la política colombiana y el gobierno en curso?

Que el presidente (Iván) Duque es absolutamente irrelevante. No es ni siquiera que sea malo, que lo es, sino que casi todo el mundo sabe que él no decide nada. Que él, simplemente, es un intermediario y que está rodeado por gente que decide, no el nombre de él, sino de su jefe. Tenemos un panorama muy desesperanzador en cuanto al Gobierno y a la relación del Gobierno con la gente. En la medida en que no se constituya una alternativa unificada, vamos a tener a los mismos probablemente de nuevo en el poder a partir de 2022.

La apuesta en la revista “Semana” hoy es clara: Vicky Dávila y un modelo de periodismo muy específico. ¿Cuál es su lectura sobre ese periodismo?

Lo que pasa es que yo creo que él(Gabriel Gilinski)se equivocó comprando la revista, porque lo que quería era tener un canal de televisión partidista de derecha. Para eso, necesitaba comprar otras cosas distintas a una revista. Es parte del error inicial. Probablemente lleguen al éxito con el canal de televisión digital, como lo llaman, pero lo que están haciendo por ahora es en contra de muchos años de tradición y el periodismo de Semana que se están desdibujando. Que sea bueno, regular o malo no lo voy a juzgar ahora, pero es distinto al periodismo que hizo Semana por 30 años y que le valió la credibilidad de mucha gente.

¿Qué futuro le ve a la revista?

Creo que la revista se va a perder en medio del proyecto (del canal de televisión digital), se está marchitando, está despidiendo gente, pagando peor a los que trabajan en el impreso, hablando permanentemente de que los impresos no van a subsistir y que el futuro es este canal de televisión digital. A punta de hablar del futuro, Semana se está quedando sin pasado y sin presente.

¿En qué terminaron las amenazas que le hicieron y que salieron del computador del exsenador Carlos Náder?

La Fiscalía archivó ese proceso. Un anciano que era inimputable y no podía ir a la cárcel se echó la culpa en la oficina de Carlos Náder alrededor de unos vasos de whisky. Como es natural, nunca procede la justicia en Colombia. Ese es otro episodio vergonzoso que sucedió ya hace un poco más de 10 años.

¿Cuál es la columna que le ha representado mayor riesgo?

Es difícil establecerlo. Quizás… viví momentos muy tensos cuando se publicaron los negocios de los hijos de Uribe alrededor de la zona franca de occidente y cuando publicamos lo de la “yidispolítica”, cuando se descubrió cómo se habían comprado los votos parlamentarios que hicieron posible la reelección de Uribe. Fueron momentos muy duros. Pero, curiosamente, una investigación a la que yo no le daba mayor entidad fue la que causó terribles amenazas contra mi hija en el año 2004, ella tenía 6 años y es un episodio que ni siquiera quiero recordar. En ese momento tenía el pelo negro y me quedó casi como lo tengo hoy después de eso (lleno de canas).

¿Sobre qué tema era esa columna?

Sobre la participación de un narcotraficante y sus familiares en la elección de un funcionario del orden nacional. Yo pensé que era un tema relativamente menor, nunca me imaginé que podía ocasionar una persecución de esas dimensiones, la cual se prolongó por cuatro meses e incluyó envíos de coronas mortuorias, campañas de character assassination (daño a la reputación), sufragios, amenazas, seguimientos, descripciones de a dónde iba mi hija. Fue un momento terrible.

¿Todavía vivían en Colombia en esa época?

Sí, por esa razón tuvimos que salir de Colombia la primera vez y estuvimos dos años en California gracias a organizaciones periodísticas de Estados Unidos y de la academia en Estados Unidos. Sin esa mano amiga que nos amparó, probablemente no estaríamos contando la historia hoy.

¿Cómo está su hija, cuya enfermedad usted mismo reveló en una de sus columnas?

Está muy bien, terminó hace dos años largos su quimioterapia, está estudiando su segundo año de universidad aquí en Estados Unidos, le ha ido muy bien. Es muy satisfactorio ver que una persona que vivió momentos tan difíciles, que conoció de cerca la posibilidad de la muerte, haya logrado encontrar no solo la forma de ser feliz sino útil en el servicio a los demás. Veo en Raquel con mucha admiración a una persona que antepone el interés común al particular y lo hace de manera espontánea, lo hizo incluso en el momento más duro de la enfermedad. Siento que todo en ella ha valido la pena. Es el reflejo de las virtudes de su mamá, que es la persona que yo más he amado en la vida.

Por Diana Durán Núñez / @dicaduran

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