Radios comunitarias: paz, pluralidad y territorio

En el Día Nacional de la Radio, recordamos el rol de las emisoras comunitarias en las narraciones de la guerra y en los ejercicios de memoria, paz y reconciliación.

Andrés Osorio Guillott y Daniela Vargas
05 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
En Colombia existen 626 emisoras comunitarias que se distribuyen en 602 municipios del país.   / Pixabay
En Colombia existen 626 emisoras comunitarias que se distribuyen en 602 municipios del país. / Pixabay

Desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948 —cuatro balazos que dieron inicio a una de las épocas más violentas del país—, hasta hitos históricos como la toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero —ambas ocurridas en noviembre de 1985—, han pasado por los oídos de los colombianos las narraciones provenientes de territorios que, desde siempre, han sido marcados por la violencia y el abandono estatal.

La radio en Colombia comenzó sus emisiones en 1929 con la fundación de la primera radiodifusora, la HJN, a la que más tarde se uniría La Voz de Barranquilla, la primera de la costa Caribe, y la HKF, que nació en 1931 como la primera emisora comercial del país. Sin embargo, fue en 1947 cuando las historias comenzaron a llegar a los pueblos y municipios más recónditos de Colombia como espacios alternativos, independientes y necesarios para que los territorios abrazados por la soledad también lograran narrar los sucesos que determinaban el curso de la historia.

Como un escape de las típicas noticias de armas y sangre que se colaron en la cotidianidad, y como una necesidad de combatir la desigualdad por medio de la educación y el conocimiento, surgió la primera radio comunitaria, conocida como Radio Sutatenza. Nacida en un pequeño municipio boyacense que lleva su mismo nombre y que a comienzos de los años 50 se componía de casi 7.000 habitantes —la mayoría de ellos campesinos y con altas cifras de analfabetización—, la emisora comenzó su programación con clases sobre letras, números, salud, economía, trabajo y conservación del suelo y la vivienda.

Aunque fue clausurada en 1994, durante sus años de sintonía cerca de ocho millones de campesinos colombianos se aproximaron a la escritura y la lectura; herramientas que mejoraron su calidad de vida y formas de identificarse con las realidades sociales y políticas del momento. Siete décadas más tarde, las voces aún suenan en los micrófonos y el letrero de “Al aire” se enciende a diario en 626 emisoras comunitarias que se distribuyen en 602 municipios del país. Así, su presencia representa un esfuerzo por acaparar la mayor cantidad del territorio que no cuenta con el apoyo gubernamental.

La radio comunitaria, a diferencia de la pública —que suele depender de alguna administración estatal— o de la comercial —que se enfoca en satisfacer los gustos de los oyentes y por la que se deben pagar espacios publicitarios—, surgió como un medio hecho por y para el pueblo. Es la que lleva información a los lugares de difícil acceso, pero también es la que les da voz a las comunidades, con su cultura, proyectos, reclamos y denuncias. Las emisoras comunitarias, además, han sido las encargadas de contar historias de guerras, pérdidas, desapariciones, diálogos, reconciliación y reparación del tejido social y de la memoria.

“Debemos ser plenamente comunitarios. A la emisora llegan quejas de los habitantes sobre problemas con los servicios públicos o alguna entidad, y nuestro trabajo es el de contactar a la contraparte. Les ponemos el micrófono al frente para que respondan. Estar al servicio de la comunidad no debería ser un trabajo exclusivo de la radio comunitaria, sino de toda la radio en Colombia”, dijo Ángel María León, editor de Kapital 107.3, emisora comunitaria de Arauca (Arauca), a El Espectador.

Fueron muchas las noches en las que los secuestrados solamente añoraban la franja de la radio para escuchar los mensajes que sus familiares enviaban con la esperanza de que llegaran a ellos. Un aparato gris, con una antena que no medía más de un metro, que aparecía como la forma más cercana al amor y que más los distanciaba de su penuria y soledad, emitía las lecturas de misivas arrugadas por el tiempo que pasaban entre los medios de transporte. La radio fue esperanza y reducción del dolor en la guerra, no fue solamente el primer medio para escuchar y cubrir las tomas y masacres de grupos armados al margen de la ley, fue también el único objeto al que muchos se aferraron para no olvidar la voz de sus seres queridos.

“Uno empieza a hacer precedentes sin necesidad de tomar partido y de situarse aquí o allá. Se trata de no revictimizar, de no caer en el afán de andar mostrando plomo. Aquí los jóvenes hablan de paz y tienen programas de paz. Estamos trabajando con Educapaz, con el Grupo Semilla. Hay gente que tiene otra visión de país, otra visión de territorio. La estigmatización de nosotros ha sido muy jodida, no somos un nido de guerrillas”, aseguró Luis Ospina, fundador y director de la radio comunitaria de Rioblanco (Tolima), emisora perteneciente a la Red Pijao y al grupo de Fedemedios. Ospina, quien lleva veinte años en la emisora, también aprovechó para contar que “nacimos en un corregimiento del municipio Herrera. Vivimos en medio del paramilitarismo, de las Farc con el frente 21, que era el que operaba por el sector, y el que nos amenazó y desplazó porque no les dábamos espacio a ellos dentro de la parrilla de programación”.

Por problemas de convivencia y la ausencia de medios de comunicación, “la emisora surgió de la necesidad de informar a las comunidades dispersas del municipio, que es de los tres más grandes del departamento, con 108 veredas. A los setenta socios que teníamos se les regaló un radio y así fue como constituimos el medio, que empezó con casi doce horas de programación continua”. Según contó el director, en aquel entonces, cuando no existía celular, “lo único que había eran esos teléfonos fijos a los que se les daba manivela y para los que tocaba hacer una cola entre treinta y cuarenta personas”.

La radio comunitaria acompañó a las regiones desde antes, durante y después del proceso de paz celebrado con la firma de los Acuerdos en 2016 en La Habana. Desde entonces y como parte de su papel en la reconstrucción de la paz, las emisoras cambiaron los relatos de guerra por historias de reconciliación y reincorporación de excombatientes en la sociedad civil.

No obstante, y como parte de los puntos pactados en los diálogos de La Habana, se busca que en los pueblos más afectados por la violencia surjan veinte radios comunitarias que cumplan varias funciones. Entre las esenciales se encuentra la construcción de procesos de reinserción en los que los excombatientes puedan participar de los contenidos y la conformación de los medios de comunicación, en los que los exguerrilleros y víctimas del conflicto logren consolidar espacios de memoria, reconciliación y verdad.

En la emisora resaltamos los procesos de paz que se llevan a cabo en territorios como La Montañita y Miravalle, en donde desmovilizados trabajan en temas de turismo, cultivos y capacitación. Hace poco hubo una feria de mercado campesino y ellos trajeron sus productos, como pescado, frutas, hortalizas, calzado y bolsos, para vender”, contó a este diario Efraín Jiménez, quien trabaja desde hace veinte años en la emisora Ecos del Caguán, en San Vicente del Caguán (Caquetá).

“Hemos hecho seguimientos a sus procesos y aportado este tipo de información a la opinión pública, porque también hacen parte de la sociedad civil y debemos entrar en esa comunicación con los excombatientes que viven dentro de las mismas comunidades. Los desmovilizados aquí han hecho un proyecto muy importante de trabajar en la zona de concentración. Ellos mismos han expresado su preocupación de que con el nuevo anuncio pueden tener problemas y piden que se les respete su trabajo y su proceso de reincorporación, agregó.

Las fuentes consultadas para este artículo manifestaron su molestia frente al desequilibrio y la desatención del Estado en relación con las emisoras comunitarias y la falta de garantías para la paz en territorios que por años han sido golpeados por la violencia. Justamente, el problema de la llamada “Colombia profunda” surge del olvido del concepto y la configuración de comunidad, de una ruptura en las comunicaciones. Desde hace tiempo se ha olvidado el reconocimiento de las radios comunitarias que cubren las necesidades de los municipios y corregimientos, con el único propósito de mantener vivos los espacios culturales y las franjas noticiosas que informan y mantienen al tanto del presente a esas familias que habitan en pequeños recintos a los que no llega la señal de los grandes medios de comunicación.

“Las radios comunitarias podrán ser muy importantes, pero tenemos una queja. Hemos sido testigos de que el Gobierno no les ha cumplido a los desmovilizados y tampoco ha apoyado a las radios comunitarias. Así como nosotros nos casamos con el proceso de paz y apostamos por él, el Gobierno debería ser consciente y estimular los encuentros que se hacen desde la radio comunitaria para que sea un éxito”, agregó Ángel María León.

Una emisora en Chaparral (Tolima) y otra en Ituango (Antioquia), fueron las primeras emisoras comunitarias destinadas a la construcción de paz, según informó Colombia 2020 en julio pasado. Luego de dos años de la firma del Acuerdo de Paz y del presente inestable e incierto con la implementación de los puntos en el proceso, la constitución de estos espacios emergentes e independientes, que pretenden establecer lazos de comunicación e información en territorios alejados y afectados por la violencia, se muestra como un acto de respeto y cumplimiento por la palabra que se puso sobre la mesa y que, engendrada en espíritus llenos de esperanza y compromiso con las nuevas generaciones, logrará conformar más escenarios en los que los medios locales correspondan a las necesidades de su aldea, informando sin temor a represalias, construyendo ejercicios de memoria y creando actividades culturales en las que se reconozcan las costumbres de las comunidades que componen y reflejan de manera fidedigna a la Colombia profunda, a la Colombia rural que da vida y respiro a toda la población.

 

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Por Andrés Osorio Guillott y Daniela Vargas

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