Cecilia Meza Reales y su alma acordeonera

Nicolás 'Colacho' Mendoza le enseñó a terciarse el instrumento y sacarle las melodías más sorprendentes. Integró la agrupación Las Universitarias y fue pionera en el género vallenato.

Félix Carrillo Hinojosa*
17 de marzo de 2018 - 04:24 p. m.
Cecilia Meza Reales fue la inspiradora de muchos versos vallenatos creados por Rafael Escalona y Gustavo Gutiérrez Cabello.  / Archivo particular
Cecilia Meza Reales fue la inspiradora de muchos versos vallenatos creados por Rafael Escalona y Gustavo Gutiérrez Cabello. / Archivo particular

Nadie imaginó que el acordeón de color negro y dos hileras que le había prestado Arturo Molina a Ciro Meza, ambos ya fallecidos, para que les enseñara a sus hijos se convertiría en un correo eterno entre las dos familias, que a manera de cornelina (manilla para evitar el maleficio) se plegó al pulso de los nacientes músicos para cambiarles la vida por completo. 

Entre los hermanos Mesa Reales sobresalía una mujer, cuya voz encantadora terminaba seduciendo a quien la escuchaba. Era Cecilia Meza Reales, quien decidió enfrentarse al descubrimiento de lo que tenía guardado ese acordeón, que la llamaba y seducía hasta tal punto que ella fue la primera en atreverse a pulsar sus pitos.

Todo se volvió un encuentro que fraternizó la búsqueda del intérprete y el acordeón, que siempre espera paciente lo que trae su escudriñador. Ese romance elevó a Cecilia Meza Reales a ser, junto a Fabriciana Meriño Manjarres, las dos mujeres que mejor tocaban el acordeón en toda la provincia. Las dos fueron influenciadas por Luis Enrique Martínez Argote, quien se convirtió en un paradigma indestronable en la música vallenata.

Cada vez que Cecilia Meza Reales irrumpía en las reuniones, su música y ese donaire que siempre le acompañó, terminaba convirtiéndola en el centro. Muchos cantos y enamorados lograron cortejarla, y la pluma del creador Rafael Gutiérrez Céspedes le expresó su admiración al componerle un paseo que exalta todo lo que ella significó para  su mundo afectivo: “Valledupar tiene un bello tesoro, que ningún pirata ha podido robar, una morena de divinos ojos, que me enamora con su mirar”; al tiempo que el joven Fredy Molina Daza se enamoró de ella en silencio y nuca se atrevió a decirle lo que representaba para sus sentimientos.

Ella siempre fue querida por todos. Su belleza y la forma maravillosa cómo ejecutaba el acordeón contrarrestaban con su silencio y su sonrisa. Cecilia fue una pionera que rompió con la vieja costumbre de que el acordeón solo estaba hecho para ser tocado por los hombres.

El enamorarse de ese instrumento en la menera en que lo hizo, no le permitió percatarse del amor que muchos le profesaban. Cada vez que sus manos recorrían las hileras de los botones que brotaban música, su figura bonita se levantaba y sobresalía, aún entre los mismos hombres, que se sentían atraídos por su belleza y su talento. Sin lugar a dudas, ella siempre fue un bello tesoro escondido detrás de las melodías de un acordeón de botones, que nunca le fue esquivo. Cecilia Meza Reales fue una suerte de musa que no abría la boca, pero siempre decía mucho. El acordeón tuvo la fortuna de hablar por ella.

La linda Ceci fue grande en lo musical, pero mucho más, en lo humano. Y si de belleza se entrara a analizar sus encantos, su piel morena; y sus ojos grandes y expresivos; le darían el pasaporte necesario para ser considerada toda una diva. Siempre sobresalió y nunca le huyó a los retos, que la llevaron a ser la reina del Festival Nacional de la Canción, que en la década del 70 se realizó en Villavicencio.

En Las Universitarias, la primera agrupación femenina que surgió en el vallenato, hizo parte junto a Rita Fernández Padilla, quien emigró de Santa Marta a Valledupar para realizar una presentación en la plaza Alfonso López con motivo del primer Festival Vallenato en 1968. De ese hecho, ocurrido hace ya cincuenta años, queda el recuerdo de una habitación en la casa de Blanca Cabello, que sirvió de camerino. Entre todo ese ramillete de mujeres, llenas de música, sobresalió Cecilia Meza Reales cuando tenía 22 años.

Esa noche, el colectivo se convirtió en el centro del espectáculo musical, en el que el pueblo se volcó para exaltarlas, lo que llevó al inolvidable productor musical Santander Díaz, fallecido, a firmarlas y hacerles un primer trabajo discográfico para el sello Bambuco. Rita Fernández lo rememora así: “el grupo de las Universitarias se disolvió por razones personales, más no musicales, ya que nuestro aporte fue bien recibido. Al ocurrir eso, me regreso a Valledupar y vivo en la casa de Ciro Meza y Aura Reales, quienes se convirtieron en mis padres y sus hijos en mis hermanos”.

Ese acercamiento con Cecilia Meza Reales produjo el primer elepé, Alma vallenata, para el sello Codiscos, en el que Rita Fernández fue acompañada por Raquel Maestre, corista, tía del acordeonero “Pangue” Maestre. En ese trabajo, Ceci hizo la primera voz en el tema Nostalgia fonsequera, de Carlos Huertas, mientras que en otras canciones realizó la segunda voz. En  el tercer acetato, La Reina del Vallenato, fue voz líder en La capital, composición de Luis Enrique Martínez, y en Tiempos felices, de la autoría de Rita Fernández Padilla

Cecilia Meza Reales nació en Valledupar, en la mitad de la  década del 40, en una familia de cinco hermanos. Siempre en su casa la música estuvo presente. Cuando no era la guitarra, el tiple, la caja y guacharaca, ejecutadas por su padre, la voz cantante de su mamá, arrullaba y ponía la nota alta del canto.    

Ella fue la primera en agarrar el acordeón. Nicolás Colacho Mendoza le enseñó a terciarse el instrumento y sacarle las melodías más sorprendentes. Esas primeras clases fueron el estímulo necesario para que el acordeón se apoderara de esa casa y nunca se fue.

En 1974 fue jurado del Festival de Cantantes que organizó el Colegio Nacional Loperena, junto a Alonso Fernández Oñate y Rita Fernández. Ella laboró como bibliotecaria en esa institución, a la que llegaron jóvenes que luego serían glorias musicales como Diomedes Díaz, Armando Moscote, Adalberto Ariño, Jorge Quiroz y Rafael Orozco.

La fría capital la llamó y durante muchos años la vimos con su acordeón al pecho, defendiendo las costumbres musicales del Cesar, todas enmarcadas en la promoción del Festival de la Leyenda Vallenata, en el que su presencia atrajo siempre a los capitalinos.

La cantautora Rita Fernández Padilla, en medio del dolor por la partida de su compañera hace unos versos adoloridos, cuya melodía tiene el sello triste de lo que significó para los amantes del vallenato. El paseo Tiempos florecidos dice: “Y Ceci con su  acordeón, también me acompañaba ella con su hermosa voz, se fue volando, el tiempo se fue, el Valle era mejor”.

Con ella viajó, en medio de su espíritu alegre, amoroso y jovial, también lo que le despertaron esos amores contrariados, como los llamaría Gabriel García Márquez. A esa diosa, llena de amor y de una dulzura especial, no la dejó vivir tranquila el saber que lo amado nunca le correspondió como ella lo anhelaba. No bastó su dedicación laboriosa al trabajar en Bogotá en los Seguros Sociales, en donde recibió una mala acción de la vida, que la llevó a marcharse sin decir adiós. Su risa hermosa pero triste, sus dedos posados en el acordeón y su señorío de diosa encantada, cayeron ante la persecución de una enfermedad que fue implacable con ella.

Cecilia Meza Reales se fue un 13 de noviembre de 2014, atrás quedó “el recuerdo de su voz como el ave que canta en la selva y no se ve” como lo dijera sabiamente Rafael Escalona en su Honda herida. Y nosotros nos quedamos para siempre, sin nuestra querida Ceci, la mujer que ponía el corazón a querer, la que cada vez que hablaba, era música lo que expresaba. Y así como lo dijera Gustavo Gutiérrez Cabello: “por ti Cecilia hermosa yo daría, todavía mi vida entera y hasta dos vidas, si tuviera”.

*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural.

 

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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