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“Cien años de soledad”, más que un vallenato de 400 páginas

Juancho Valencia, quien hizo parte del equipo de creación musical de la serie, le contó a El Espectador sobre su llegada a la producción, la investigación que se realizó para escoger los ritmos que la ambientaría y el aporte de esta exploración a la música colombiana.

Alberto González Martínez

19 de diciembre de 2024 - 12:00 p. m.
Juancho Valencia hizo la composición y dirección musical en set de la serie.
Foto: Diana Camacho
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Laura Mora y Juancho Valencia se habían podido cruzar cien veces, pero fue solo ese día. Mora trabajaba en la adaptación de la novela Cien años de soledad y Valencia venía de una exploración por Aracataca, la tierra de Gabriel García Márquez, como si se tratara del mismísimo Francisco el Hombre, aunque sin acordeón.

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Estaban en el barrio donde habían vivido desde hacía años, en el que nunca se habían cruzado y justo esa tarde se encontraron. Ella le propuso conformar el equipo de musicalización de la serie, por su experticia como productor y músico que ha explorado durante su carrera los sonidos colombianos como los del Caribe.

—Fue una situación del realismo mágico —cree Juancho Valencia.

Estuvo rodeado de musicólogos, antropólogos y otros especialistas para realizar la música diegética (la que existe para los personajes). De la extradiegética (la banda sonora) estuvo al frente Camilo Sanabria, quien fue el director musical y creador de la música original.

—Fue una mezcla de mucha delicadeza y sutileza entre lo verídico y la ficción —expresa Valencia.

—Se podría pensar que el vallenato es el género que marca la música de la serie, pero predominan sonidos de gaitas. ¿Cómo se terminó eligiendo la música? —le consulto.

—Hay menos fallo por la documentación de que todo parte de la gaita como instrumento fundamental. Gabo en una entrevista dice que Macondo era un vallenato de 400 páginas, pero se refería al culebrón en donde a los personajes les pasan un montón de cosas. La gente de Colombia quedó con la sensación de que hay vallenato, pero desde el rigor hay solo unos momentos muy puntuales.

—Como la llegada de Francisco el Hombre, por ejemplo —le sugiero.

—Exacto, pero si vas al momento histórico de la llegada de este personaje, estamos a finales del siglo XIX, claro que toca el acordeón, pero tenemos que imaginar y recrear esos inicios del acordeón en Colombia. Es un juego mental que hay que hacer desde lo histórico porque no tenemos registro, partitura ni, mucho menos, una grabación. Lo que tenemos son unos datos que no son muy precisos, sino más apreciaciones. Y para esa época ni siquiera se había dicho la palabra “vallenato”, eran juglares que viajaban por los pueblos.

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—Trotamundos, como el mismo Gabriel García Márquez lo refiere... —complemento.

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El acordeón en Colombia aparece documentado a finales del siglo XIX por cronistas europeos que lo escucharon, aunque el vallenato, como género, es un invento de mitades del siguiente siglo. Antes de él estaba su madre, la cumbia. Mucho antes, las gaitas.

***

Netflix adoptó para sus departamentos el rigor investigativo, en donde se pudiera mezclar de manera precisa la ficción y la realidad. Para algunos era más fácil. Por ejemplo, García Márquez describió ampliamente a los personajes y a la fauna y la flora, aunque no fue tan extenso con la música.

—En la llegada de los gitanos, Gabo se refiere a pitos y timbales y tuvimos que recrear a qué se refería con eso dentro del universo gitano. También la llegada del sonido europeo, como la pianola, que se narra en el libro, las músicas cotidianas, la música de los funerales, de las bandas militares y otros sonidos. El Caribe colombiano es un universo complejísimo, sonoro y musical.

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—¿Cómo se llevó a cabo ese rigor en ese universo?

—Nos suma esa complejidad de no tener registros precisos, una partitura o algo que nos ayude a intuir cómo sonaba la cumbia en 1850. Entonces, si decimos que tiene que haber un tambor, tenemos que pensar en qué tecnología tenía, si ya la soga era de esa época o no. En ese momento hubo muchos cambios tecnológicos en instrumentos que pasaban de afinarse con soga a hierro, por ejemplo, o el cambio tecnológico de las cornetas, que tienen seis sonidos, a una trompeta, que tiene más de veinte. Hay un trabajo de mucha filigrana, no solo para que suene, sino para que se vea lo más preciso posible.

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El músico, en su investigación como si fuera un trotamundos, encontró otras cosas. Que la cumbia, como la conocemos hoy, es una estandarización de festivales y grupos del siglo XX, ya que antes era más libre y se incluían otros instrumentos que dejaron de existir.

También que el Caribe tuvo influencia del interior del país en ritmos como el bambuco; así mismo de Panamá, cuando pertenecía a Colombia; de la música cubana, que entró por Cartagena y que afectaría posteriormente a ritmos como el vallenato, apareciendo el vallenato sabanero. Palenque, con sus sonidos afros, también tuvo una marcada influencia.

—El Caribe ayer, hoy y mañana será completamente vivo. Hay una incapacidad de agarrar el Caribe porque es un camaleón, es un flujo, es como el agua que siempre está transformándose.

—Al final, Macondo termina siendo parte de la historia musical de todo el Caribe colombiano.

—No solo de todo el Caribe colombiano, también termina siendo como un fractal de la historia de los Llanos Orientales o del Pacífico colombiano por unos elementos que coinciden.

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—¿Se podrían condensar esos cien años de música?

—Gabriel García Márquez lo condensó en 400 páginas. Yo creo que lo podría condensar en la exuberancia de los sonidos del Caribe. Cuando empiezas a escuchar los pájaros, los ríos, el viento, la brisa y demás, te das cuenta por qué la cumbia suena así, por qué los instrumentos tienen esas sonoridades tan particulares. Mi labor dentro de este proyecto es mostrar lo inabarcable o indescriptible que es el Caribe colombiano.

Por Alberto González Martínez

Vallenato formado en la Universidad de Antioquia. Escribe sobre música, cine y demás temas culturales.albertosartreagonzalez@elespectador.com

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