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El artista eternamente llamado Prince

El músico estadounidense, que durante una extensa temporada cambió su nombre artístico y se bautizó con un símbolo, murió ayer en Illinois a los 57 años. Semblanza de un personaje valiente.

Juan Carlos Piedrahíta B.

21 de abril de 2016 - 10:40 p. m.
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Que un artista se rebele hoy contra su disquera es un comentario menor, es un hábito tan común como posicionar un sencillo y desaparecer. Enfrentarse a una multinacional del disco en los años 80 y 90 representaba una discusión en otro tono, era algo así como la semblanza sonora de una pelea entre el poder absoluto y el talento invisible. Prince asumió esa contienda con todo el rigor del caso y lideró las banderas de los rockeros que seguían sintiéndose rebeldes y que, armados con guitarra, bajo y batería, sospechaban que podían salir bien librados de un conflicto desigual. (Lea: Murió el músico Prince)

Eran tiempos en los que existían más de siete sellos internacionales —ahora sólo hay tres—, que manejaban lo que se escuchaba en las radios del mundo y que extendían sus tentáculos para otorgar discos de oro y platino según sus conveniencias. A todas esas firmas, Prince las puso en su lugar en varias oportunidades y les mostró, con acciones, performances y temas musicales, que lo importante no se centraba en los caudales de las registradoras sino en la capacidad de convocatoria y en la credibilidad de quien tenía el coraje de pararse en frente de una multitud para conquistar y reconquistar espíritus con la música. (Galería: Prince: psicodelia, funk y pop)

Eso hizo Prince. Cuando pocos fueron capaces de oponerse a los procesos lógicos de la industria en aquel entonces, este artista, cuyo verdadero nombre era Prince Rogers Nelson, apareció en todas sus exhibiciones públicas con la palabra “esclavo” tatuada en alguna parte visible de su cuerpo. Por lo general, una de sus mejillas era la encargada de comunicar su inconformidad con la disquera, porque la empresa no tenía el suficiente músculo para decantar las ideas que arribaban a su cabeza sin censura y a su imaginación sin ataduras. Por eso, sin contemplaciones, cambió su nombre posicionado en el mundo por un símbolo en el que convivieron temporalmente y de manera armónica su faceta masculina y su lado femenino.

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El álbum triple Emancipation (1996) refleja ese momento justo en el que rompió sus cadenas y publicó con la licencia de un sello ajeno al propio buena parte del material que no le habían permitido sacar antes. Prince, a todas luces, perdió cada pleito en los tribunales y fue obligado a terminar su contrato con la casa disquera varios años después de lo que él hubiera querido, pero en realidad ganó respeto, aumentó su popularidad y escaló un peldaño importante en la reconciliación entre el rock y el carácter de rebeldía que tanto caracterizó al género en sus años de esplendor.

Pero Prince no solamente fue importante por lo que simbolizó para los artistas y sus luchas utópicas. Desde su natal Minneapolis (Minnesota) irradió una propuesta en la que aterrizó para las generaciones comprendidas entre los años 70 y 80 los sonidos tradicionales del sello Motown. El soul, el funk y algunos experimentos cercanos al jazz encontraron un cómplice temprano en su piano de siempre, una herencia de su padre, un artista aficionado que al abandonar el hogar olvidó llevarse consigo ese mueble de negras y blancas generoso en volumen.

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El piano fue la cuota inicial para que Prince aprendiera a tocar más de treinta instrumentos. Incluso, en su primer registro, For You (1978), dejó claro que la totalidad de las composiciones eran propias y que por sus brazos desfilaron guitarras, bajos, teclados y algunos elementos de percusión. Tal vez por la noción de tener todo bajo control se dio la licencia de no suscribirse a ningún estilo musical específico y su apariencia corporal aumentaba cada vez que decía que la pureza en la música era un concepto anacrónico y fuera de lugar. Álbumes próximos en tiempo como Prince (1979), Dirty Mind (1980) y Controversy (1981) son opuestos en intencionalidad y en desarrollos rítmicos, lo que habla de un artista desprendido de las fórmulas de éxitos.

Prince, o TAFKAP (The Artist Formerly Known As Prince, el Artista Anteriormente Conocido como Prince, como se llamó durante algún tiempo) fue tan exótico en las toldas del rock que los buenos momentos no se le volvieron color rosa, sino color púrpura. A mediados de la década de los 80 empezó a plasmar sus ideas en una libreta morada. Una película tuvo su semilla en estas páginas, así como la realización del trabajo discográfico Purple Rain (1984), con el que consiguió multiplicar su fama en América y Europa. Con este registro memorable encontró que los productos audiovisuales le ayudaban también a difundir su mensaje y su rostro con una barba apenas incipiente se transformó en un elemento cotidiano.

En los años en los que Michael Jackson reinaba con carisma y destreza escénica, y Madonna, con voluntad, fortaleza y la capacidad de hacer hablar al mundo sobre ella cada vez que le parecía pertinente, también estaba Prince comandando un bloque talentoso que hizo que el pop se difundiera con rapidez.

Arropado en su banda The Revolution o como un mago con la suficiente convicción para hacerse cargo de todos los instrumentos, este artista estadounidense se relacionó con el góspel, el funk, el rock y demás estilos, y lo más llamativo de todo es que a ninguno le quedó mal. Nunca fue inferior a las expectativas, y aunque su nombre no figuraba desde hace varios lustros en los listados más significativos de la música, siempre supo salirse con la suya, jamás dejó de llamar la atención ni se limitó a ser ese imán potente que atrae miradas y se queda con los créditos.

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Sus trabajos de los últimos años 20Ten (2010), Plectrumelectrum (2014) y Art Official Age (2014) se sintonizan mucho más con un deseo de comunicación personal que con un afán de recuperar un público que tal vez emigró hacia otras sonoridades. Son álbumes de autor en los que Prince experimenta como si tuviera 20 años, dice lo que quiere, como si tuviera más de 30, y ya no tiene la necesidad de censurar ninguna expresión, tal y como si su trono estuviera por encima del bien y del mal.

Su coraje para hacer siempre lo que creyó más conveniente para la música le trajo infinidad de complicaciones para su bolsillo y esa, tal vez, fue la causa de buena parte del olvido colectivo durante este nuevo milenio. Ahora su influencia se pondrá de manifiesto cuando aparezcan sus herederos musicales y la fecha del 21 de abril se celebre año tras año. Prince murió ayer a los 57 años en una clínica de Illinois, a la que llegó debido a un complejo cuadro gripal.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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