Felipe Peláez cuenta que en el Maicao de los años 70 solo se podía sintonizar una emisora. Era en AM. Allí escuchó los primeros vallenatos. Diomedes Díaz y los Hermanos Zuleta. A ese municipio, fronterizo con Venezuela, era más fácil que llegara la señal de las seis emisoras de Maracaibo y con ella la música de Franco de Vita, Reynaldo Armas o Ricardo Montaner.
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Esa mezcla, dice Peláez, fue clave para su formación musical. Su vallenato muestra algo de eso. Unos sonidos aterciopelados y ricos melódicamente, con unas letras con cuerpo. Guajiras, tenaces. El vallenato como un Dios. Omnipresente. Todopoderoso. En todas partes.
Y como el vallenato puede tener el don de la ubicuidad, duró siete años trabajando en un proyecto que lo mezcla y lo ubica en un espectro sonoro en el que cuesta imaginárselo. Hablamos de “Un sueño llamado sinfónico”, un álbum sinfónico que se publicó el pasado 9 de mayo y que grabó junto a la London Metropolitan Orchestra.
Fue un álbum hecho sin afán. Sus bases se crearon en Bogotá y desde ahí comenzó la travesía. “No nos apuramos por varias razones. Primero, los costos elevados y la frenada en seco de la pandemia. Segundo, porque es un álbum que no tiene esa presión comercial de sacarlo rápido porque es para toda la vida”.
Peláez tuvo que traer, desde Londres, al arreglista José Luis García, quien nació en Maracaibo, para que entendiera los sonidos y su esencia. “Fue todo un proceso. Lo llevamos a una gira para que comprendiera los instrumentos, la sonoridad, entre otras cosas. Luego, él se llevó todo grabado y me dijo que se demoraba un año escribiendo los arreglos de 85 partituras”.
La parte sinfónica del álbum se grabó en Venezuela. Allí adelantaron los sonidos vallenatos. Fueron varios viajes entre Venezuela, Colombia y Los Ángeles, hasta que, por fin, después de siete años, el trabajo final fue publicado. Peláez tuvo claro desde el primer momento que quería jugar con los ritmos y las temáticas de las canciones. “Tenía que mostrar vallenato y así lo hice, pero en el caso de “Loco”, le metimos un sonido de bachata y a la gente le encantó e hicimos “Al Natural” con un toque de pop mezclado con la sinfónica, jugamos con todas las velocidades”.
No se le olvida que en una parte del proceso estuvo en desacuerdo con el arreglista. En su momento, fue una experiencia estresante, pero ahora lo recuerda con gracia. “Le dije al maestro ‘esta introducción está linda, pero la siento densa, demasiado compleja y no concuerda con el resto de la canción’, y la razón por la que pasó eso fue porque un día le dije que quería que la música sonara a magia, pero no entendió bien el concepto”, cuenta el artista mientras reconoce que escribir arreglos para 70 músicos tampoco fue una tarea fácil.
“Le pregunté si había visto las películas de Disney, de esas que la banda sonora lo hacen llorar a uno, y ahí me respondió como buen venezolano: ‘¡Coooooño, ya entendí! tú lo que quieres es jugar con la emotividad, algo más cinematográfico’. A las dos semanas me envió exactamente lo que quería”.
Varias de las canciones que fueron grabadas en formato sinfónico son composiciones originales de su amigo y colega Omar Geles, que falleció el pasado 21 de mayo. Entre ellas “El amor más grande del planeta”, “Mi celosa hermosa”, “Tu hombre soy yo”. La muerte de Geles lo tomó por sorpresa, igual que al resto de sus colegas.
“Tuve la fortuna de ser muy cercano a mi compadre. Fui fanático desde que arrancaron Los Diablitos, que fueron muy revolucionarios en el vallenato. Él y Miguel Morales dieron un tono muy especial a los shows en tarima”, cuenta recordando que cuando se enteró de la noticia estaba en su casa. “Estaba esperando cualquier noticia, menos esa”. Lo reconoce como un acordeonero único y resalta que, desde pequeño, él fue testigo de su surgimiento como compositor. Juntos grabaron la canción “No hay amor como tu amor” y tuvieron una relación cercana. “Me siento orgulloso y complacido de haberle demostrado todo el cariño en vida”.
Un poco del legado musical que dejó Omar Geles está presente en “Un sueño llamado sinfónico”.
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A Felipe Peláez lo caracteriza el romanticismo de sus letras. Su voz y su forma de cantar le han dado un lugar de privilegio en la historia del vallenato. Se acera a los 30 años de carrera artista. Dice que no le gusta ser negativo en sus narrativas. Si le canta al despecho, evita sonar lastimero. Recurre con frecuencia a una honestidad que canta con dulzura.
Cuando recuerda sus inicios piensa en un “man lleno de sueños” a la espera de una oportunidad para mostrarle su voz al mundo. Aunque cumple veinte años como intérprete, lleva alrededor de tres décadas en la industria musical. Ha sido testigo del surgimiento de las carreras de artistas como Silvestre Dangond y Peter Manjarrés.
“Da mucha nostalgia mirar al pasado, pero también siento orgullo de ver cómo la industria ha dado una vuelta tan interesante. Llegué a Bogotá en 1993 y en ese momento todavía estaba el LP, hasta ahora comenzaba a salir el CD. Todo se fue volviendo obsoleto poco a poco. Ahora estamos en modo playlist”, dice en entrevista para El Espectador.
Con 16 años llegó a Bogotá. Estudió ingeniería, música y comunicación mientras recorría los bares de la ciudad probando suerte, hasta que el acordeonero Rafael Ricardo lo invitó a ser guitarrista del grupo que tenía con Otto Serge. Estaba agradecido con la oportunidad, pero él quería cantar.
Fue con la agrupación Los Amigos Del Sol que pudo empezar a mostrar su talento y, aunque era segunda voz, sus intervenciones siempre destacaban. Tiempo después de lanzó como cantante y le regaló al género vallenato canciones como “Loco”, “Tan Natural”, “El amor más grande del planeta”, “Lo Tienes Todo”, entre otras.
Dice que haber sido testigo de la evolución del género vallenato durante los últimos treinta años lo llena de orgullo. Asegura que esa música es la más representativa del país. “Siempre digo que el vallenato hace parte de la canasta familiar del colombiano, puede venir el género y la moda que sea, pero el vallenato siempre va a estar ahí. Debemos estar agradecidos de que seguimos siendo lo más representativo de Colombia”.
Cree fielmente que el vallenato debería ser más grande. “Somos un género hermosísimo, pero lo que tenemos de hermoso lo tenemos de desunidos”. Se queja del individualismo de algunos de sus colegas. No niega que han logrado cosas importantes trabajando como islas independientes, pero advierte que la lucha por el futuro del género debería tenerlos más cohesionados.