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Bogotá amanece fría, como casi siempre en septiembre, pero, al caer la tarde, el Parque Simón Bolívar empieza a latir distinto. Hay un rumor que viene de lejos: guitarras que dialogan con gaitas, tambores que se encuentran con sintetizadores, coros que atraviesan generaciones. Cuatro ediciones después de su nacimiento en 2022, el Festival Cordillera ya no es una apuesta incierta: es un ritual compartido, un mapa sonoro del continente y una cita obligada para miles de fanáticos que viajan desde todos los rincones de América Latina.
Manolo Bellón, escritor y locutor que ha narrado décadas de historia musical, sonríe cuando habla del evento. “El Festival Cordillera es una de las propuestas más interesantes que hay”, dice, con esa voz que para muchos es sinónimo de radio. “Teóricamente, solo vienen artistas latinos, aunque también hemos visto españoles, como Rels B, y este año incluso a UB40. Lo importante es cómo acoge las diferentes tendencias de un panorama musical riquísimo en América Latina. Cuando ves en el mismo cartel a Carlos Vives, Fito Páez, Miguel Bosé y Rubén Blades, entiendes que no es solo una vitrina para emergentes, sino un encuentro con peso específico que compite con festivales del mundo”.
Un festival que llegó para quedarse
Ese cruce de generaciones y estilos es parte de su ADN. En un mismo escenario pueden confluir los sonidos ska de Skampida, la experimentación de Velandia y La Tigra o el pop alternativo de Zoé. Bellón lo describe como un espejo de nuestra diversidad: “Hablar de Cordillera es hablar de una cantidad de artistas, entre contemporáneos y clásicos, que muestran la inmensa variedad y riqueza de las músicas que se producen en el continente”.
Gabriel García, CEO de Páramo, la empresa que produce el festival, confirma que ese espíritu no es casual. “El proceso de consolidación del Festival Cordillera en estas cuatro ediciones ha sido muy importante”, explica. “Llegó a ocupar un espacio que no existía en el calendario de festivales latinoamericanos para septiembre. Trajo un mensaje muy claro: celebrar los sonidos latinoamericanos. Lo fundamental es ese vínculo que creamos entre el público colombiano y latinoamericano con sus artistas: las apuestas emergentes y también las leyendas. Por eso no somos un festival de rock, pop o hip hop: somos todo eso junto. Totó la Momposina, Juan Luis Guerra, Juanes… ahora Rubén Blades y Carlos Vives: son nombres que van más allá de un género”.
Pero Cordillera es algo más que música. García subraya un punto que pocas veces ocupa los titulares: la sostenibilidad. “Tenemos un compromiso muy fuerte con el medio ambiente. De ahí nació Páramo Impacta, la línea de sostenibilidad que aplicamos en todos los eventos, pero que en Cordillera brilla más. Sabemos el impacto ambiental de los festivales y queremos mitigarlo. Desde manejo de residuos hasta programas educativos para el público, ese componente es parte de nuestra identidad”.
No existen las fronteras
Esa identidad también se mide en kilómetros. Según García, casi el 30% del público viaja desde otros países exclusivamente para asistir. Las banderas de México, Perú, Argentina, Puerto Rico o Panamá ondean entre las multitudes, y el parque se convierte por dos días en un mosaico de acentos y recuerdos compartidos. “La evolución ha sido evidente: esta cuarta edición es la más grande que hemos tenido”, añade.
Para muchos, el Cordillera es también una máquina del tiempo. La periodista musical Luisa Piñeros lo siente así: “Amo el rock en español y lo que se ha hecho durante más de 40 años en América Latina. El festival llegó para recordarnos esos sonidos, para hacernos volver al cassette, al colegio, a la radio de los 80 y 90. En una sociedad tan afanada como la de hoy, no tenemos tiempo de sentarnos a pensar en lo que nos gustaba, y este festival nos devuelve eso. El pop y rock latino son parte fundamental de nuestra vida”.
Piñeros observa cómo, entre los saltos y los cantos del público, hay una nostalgia palpable. Madres que corean junto a sus hijos, adolescentes que descubren en vivo canciones que sus padres ponían en el carro. “Ver a tus ídolos, a esos artistas que marcaron tu historia, es hermoso. Y al mismo tiempo, el Cordillera no se queda en el pasado: le da voz a lo nuevo que está pasando en la música latinoamericana. Para mí, marca una diferencia frente a otros festivales. Es presente y futuro, pero sobre todo, una dosis de memoria”.
Julio Correal, cocreador de grandes eventos musicales como Rock al Parque y el Festival Estéreo Picnic, no opina diferente, pues para él la nostalgia ha sido parte de la formula del éxito del festival. “La combinación de nostalgia y modernidad ha sido el secreto del Cordillera y ha encontrado una gran cantidad de artistas muy poderosos, que dentro de este movimiento de nostalgia que está tan de moda, han sido baluartes importantes para la convocatoria de públicos masivos como está pasando en el Cordillera, que este año amplió su capacidad a un escenario que puede recibir a más de 30 mil personas”.
Los artistas que han llegado a la Cordillera
En 2022 y 2023 los escenarios Cordillera, Aconcagua, Cotopaxi y Cocuy acogieron nombres de peso que ya tenían construida una herencia musical fuerte. Bandas como Café Tacvba, Maná y Caifanes, artistas como Juanes, Julieta Venegas, Juan Luis Guerra, Hombres G, Los Fabulosos Cadillacs, todas figuras que traen consigo décadas de influencia.
Estos artistas no solo aportaban hits y nostalgia, sino que confirmaban el compromiso del festival con la memoria sonora latinoamericana, con esos sonidos que han moldeado culturas enteras. Así, Cordillera se convirtió también en un espacio para reencontrarse con clásicos, para que quienes crecieron con esas canciones las revivieran, y para que quienes no las conocían también las descubrieran.
Junto a esos nombres consagrados, se han ido incorporando artistas emergentes o de trayectorias más recientes. Ejemplos: bandas nacionales con apuestas frescas, fusiones que mezclan electrónica, sonidos urbanos, propuestas que rompen géneros convencionales. En 2024, por ejemplo, sonaron artistas como Trueno (Argentina), José Madero, Babasónicos, entre otros, compartiendo escenario con los grandes.
La edición de 2025 se perfila como una de las más ambiciosas hasta ahora, recogiendo esa tradición de contrastes. En septiembre de ese año, el cartel incluye figuras como Rubén Blades, Carlos Vives, Fito Páez, Miguel Bosé, y agrupaciones legendarias como Serú Girán. Pero tampoco faltan artistas que están emergiendo o que representan corrientes más recientes: Daniel, me estás matando, Frente Cumbiero, Silvana Estrada, Peces Raros, Yami Safdie, Dromedarios Mágicos, entre otros.
También se enfatiza la variedad geográfica y de género: reggae con UB40, salsa con Rubén Blades, fusiones latino-caribeñas con Orishas, rock argentino con Serú Girán, ska y pop latino con Los Auténticos Decadentes, Belanova, Zoé, etc.
Cuatro ediciones, y las que faltan
Cuatro años parecen poco para un legado tan grande, pero Cordillera ha sabido construirlo con pasos firmes. La primera edición sorprendió por su enfoque y curaduría; la segunda confirmó que no era un experimento pasajero; la tercera atrajo a más público extranjero y consolidó su reputación; y la cuarta promete ser la más ambiciosa, con escenarios adicionales y un cartel que combina lo clásico y lo contemporáneo.
Manolo Bellón lo resume con sencillez: “Es rico pensar que en un mismo escenario puedes tener a Carlos Vives y luego a Skampida. Eso no pasa en cualquier parte del mundo. El Cordillera está mostrando de qué estamos hechos los latinoamericanos”.
Mientras cae la noche sobre el Simón Bolívar, uno entiende que este festival es más que un evento: es un recordatorio de pertenencia. Un abrazo entre generaciones y geografías. Cuatro años después, Cordillera no solo celebra la música, celebra lo que somos cuando cantamos juntos.
