Publicidad

Fito Páez, Zoé y Auténticos Decadentes: El cierre épico del Festival Cordillera 2025

El domingo, el Festival Cordillera celebró el último día de su cuarta edición. Más de 80.000 personas se reunieron en el Parque Simón Bolívar el fin de semana para celebrar los sonidos latinoamericanos.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Daniela Suárez Zuluaga
15 de septiembre de 2025 - 04:04 p. m.
Fito Páez en el Festival Cordillera 2025.
Fito Páez en el Festival Cordillera 2025.
Foto: EFE - Mauricio Dueñas Castañeda
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Desde temprano, el domingo en el Festival Cordillera olía a promesa de catarsis colectiva. El Parque Simón Bolívar amaneció vestido de camisetas de bandas, impermeables de colores y de quienes habían guardado energías para el gran cierre. Era el último día de una edición que ya había dejado huella, pero lo que se respiraba era la certeza de que lo mejor aún estaba por venir.

A media tarde, el aire comenzó a cambiar de temperatura cuando Serú Girán, leyenda viva del rock argentino, tomó el escenario. Para muchos, ver a la banda de Charly García en Bogotá era un sueño improbable hecho realidad. Desde los primeros acordes, las guitarras y teclados sonaron como una cápsula del tiempo: canciones que han acompañado a generaciones y que aquí, frente a miles, se sentían nuevas otra vez. Hubo quien lloró discretamente durante “Seminare”, mientras otros, sentados en el pasto, cerraban los ojos para dejarse arrullar por un sonido que es parte de la historia misma del rock en español.

El ánimo dio un giro cuando Belanova apareció con sus sintetizadores brillantes y el carisma inagotable de Denisse Guerrero. Era imposible no sonreír: canciones como “Me pregunto” y “Rosa pastel” encendieron el parque como si se tratara de una discoteca al aire libre. La nostalgia dosmilera se convirtió en un puente entre quienes habían crecido con la banda y quienes apenas descubrían su dulzura pop.

Zoé tomó el relevo con su sonido inconfundible. León Larregui, enfundado en un traje negro, con su voz encantó al público. El cielo empezaba a teñirse de violeta mientras “Labios rotos” y “Vía Láctea” sonaron como plegarias suaves. Las parejas se abrazaban, la temperatura bajaba y los asistentes cantaban al unísono un coro que parecía no querer terminar nunca: era el de ‘Soñé’.

Los Caligaris llegaron para romper cualquier solemnidad. Su puesta en escena, mitad circo, mitad carnaval, fue un estallido de alegría desbordada. Los metales resonaban como una comparsa y las pelotas inflables rebotaban entre el público. “Todos locos” y “Kilómetros” provocaron pogos amistosos, abrazos sudorosos y sonrisas que parecían tatuadas. En un costado, una familia con niños pequeños bailaba con el mismo entusiasmo que los veinteañeros del centro. Era la magia de los Caligaris: unir a todos en un mismo grito desafinado pero feliz.

Cuando las luces se atenuaron para Fito Páez, el parque se llenó de un silencio expectante. Bastó un par de acordes en el piano para que la multitud lo recibiera como a un viejo amigo. Fito caminó por el escenario con esa mezcla de desparpajo y ternura que lo caracteriza. Entre canción y canción, recordó a Charly, a Spinetta, a Rosario. Y entonces, justo cuando entonó los primeros versos de “Mariposa Tecknicolor”, el cielo se abrió y comenzó a llover. Al principio fue una llovizna tímida, casi cómplice; después, un aguacero que empapó a todos por igual. Nadie corrió a buscar refugio: los impermeables se levantaron como banderas y el canto colectivo se volvió aún más poderoso bajo las gotas. Fito sonreía, el pelo pegado a la frente, mientras gritaba: “¡Así es el rock and roll en Bogotá!”. La lluvia no apagó nada: lo encendió todo.

Con las botas pesadas y el maquillaje corrido, el público todavía tenía energía para Los Auténticos Decadentes, encargados de cerrar la noche. Su entrada fue un choque de ska, cuarteto y pura fiesta. “La guitarra” y “Cómo me voy a olvidar” hicieron saltar hasta a los más cansados. A cada estribillo, se formaban pequeños círculos de baile, y los abrazos entre amigos se multiplicaban. La banda agradeció entre risas por aguantar el frío y la lluvia: “Ustedes son de otro planeta”, dijo uno de los vocalistas.

Mientras la última canción se desvanecía, el parque quedó iluminado por celulares alzados y charcos brillantes. Había barro en las botas, cansancio en las piernas y un calor extraño en el pecho: la certeza de haber compartido algo irrepetible. En las salidas, las conversaciones eran un mosaico de emociones: “Lo de Fito bajo la lluvia, increíble”, “Belanova me devolvió a la adolescencia”, “Los Decadentes, siempre fiesta”.

Caminar de regreso entre las luces apagadas y el murmullo de la ciudad fue como despertar de un sueño colectivo. El domingo en el Cordillera no fue solo música: fue una postal viva de lo que significa encontrarse con extraños para cantar bajo la misma lluvia, celebrar el pasado y el presente, y llevarse a casa la promesa de que, al menos por una noche, todos los corazones latieron al mismo ritmo.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.