Francisco Rada Batista: al compás de un son

Sin ser el creador del son, un ritmo que hace parte de la música vallenata, es sin lugar a dudas su máximo propagador. Su encuentro con el acordeón fue muy temprano, mientras que aprendió a leer y escribir después de los 80 años.

Félix Carrillo Hinojosa*
21 de abril de 2018 - 05:31 p. m.
Francisco Rada Batista fue declarado Rey vitalicio de la música vallenata, el 28 de abril de 1999. / Cortesía
Francisco Rada Batista fue declarado Rey vitalicio de la música vallenata, el 28 de abril de 1999. / Cortesía

Llegar a Santa Marta, la turística, la ciudad que todos quieren conocer y disfrutar de un mar calmado unas veces y otras soberbio. Llegué a la capital del Magdalena en busca de un hombre que jugaba con los años vividos y que en esa larga conversación los llevó a construir un pacto silencioso.

Busqué a unos amigos, que conocen al dedillo los secretos de esa tierra y que están vinculados al mundo de la música y la pintura, a quienes les dije a todo pulmón: “no me puedo ir de aquí sin apretarle la mano a Pacho Rada”. Me pusieron todas las excusas posibles, al final se impuso mi terquedad. Según ellos, ir a ese barrio de invasión era como ir a Bogotá dos veces a pie, pero al final terminó mi admiración por ese músico ganándoles la partida.

Sabía muchos detalles sobre él, de ese mundo que todo acordeonero vive para construir un nombre. Después de subir unas lomas, estaba frente a él. Cuando nos vio, se levantó del taburete que tenía recostado a la pared. Corrí a abrazarlo. Me recibió, diciéndome, “gracias por venir a Mi Ranchito”, para señalar su casa. Caminaba lento como un son. Tenía puesto su sombrero vueltiao de la cultura zenú.  Lo miré de frente y pude comprobar que estaba con una persona buena.

Dentro de sus limitaciones, le dijo a Aida Manjarrés, su compañera, que nos atendiera. Todos en coro, no aceptamos. El centro de nuestra visita era él, por lo que el atendido no era ni más ni menos que Francisco Manuel Rada Batista.

Cuando empecé a buscar que nos narrara el inicio de su vida, nos lo contó con la fuerza que su memoria conservaba, “Nací en la finca Los Veranillos, cerca de Plato, población del Magdalena el 11 de mayo de 1907, a las cuatro de la tarde de un sábado, en el que una comadrona y comadre de mi mamá me recibió y como no lloré, ella me pegó una nalgada para que lo hiciera, al tiempo que mi padre, Alberto Rada Ballesta, se paseaba de un lado a otro, nervioso y con una botella de ñeque en mano para celebrar. La casa de bahareque se había llenado de alegría y mi progenitora, María Gregoria Batista Villarreal, no se cansaba de verme y hablarme en silencio. Eso me lo dije mi padre cuando tenía quince años”.

No tuvo tiempo de sentir las caricias de su madre, ya que a los tres años quedó huérfano, junto a sus dos hermanos. Ellos eran unidos, pero siempre les hizo falta María Gregoria.

Un tiempo después, su padre se unió a Viviana Contreras, con la esperanza de que ella les diera el afecto que necesitaban. Sobre ese momento especial, él solo decidió devolver a esos momentos de niño, para contarnos: “esa señora nunca nos quiso y nuestro padre sufrió mucho eso. Ante eso me refugié en un instrumento musical que tenía mi padre, ya que él era acordeonero como mi tío Manuel Rada, quien me dio todo el apoyo en el aprendizaje de ese instrumento, por lo que se convirtió en mi ídolo, quien al ver mi destreza en la ejecución a tan temprana edad, me llamó Francisco es el hombre. Así logré dominar ese acordeón, al que amé desde niño. Siempre fui a las parrandas en compañía de ellos, quienes me presentaban y me elogiaban”.

Pudo disfrutar a su padre hasta los veinte años cumplidos. Al perderlo, le tocó rodar por el mundo y sin ningún recurso se dedicó a trabajar la tierra. Fue el golpe que le destrozó su tranquilidad. Alberto Constantino fue su primer y mejor amigo. Todo se lo consultaba y era al final de todo quien guiaba sus pasos. Con él visitó muchos caseríos.

Siendo un adolescente fue tentado por el amor, hecho que junto al acordeón, lo volvieron músico. Con su risa de niño pícaro, recuerda esos momentos: “Tuve mi primera mujer, Hipólita Mercado, siendo ella de quince años y yo de 17, con quien tuve tres hijas. Mi segunda mujer fue Blanca Rosa Ortiz Zambrano con quien tuve tres hijos, dos hembras y mi primer varón Pachito Rada Ortiz. María Ospino Ospino fue mi tercera mujer, con quien tuve cuatro hijos, entre ellos, el rey vallenato, Alberto Rada. Me organicé con Manuela Oviedo en una posesión que llamé “el colegio”, cerca de El Difícil, Magdalena, donde puso una especie de escuela de música, la primera de la que se tenga noticia. Allí aprendieron Buenaventura Díaz, José Ospino y Leandro Nuñez. Cuando ella se fue conmigo, tenía 14 años y tuve tres hijos, entre ellos, Manuel Francisco Rada Oviedo; y mi último amor fue Aida Manjarrés, cuarenta años menor que yo. Esos amores se iniciaron por petición de mi esposa Manuela Oviedo quien me dijo, “la única mujer que lo puede cuidar como yo lo he hecho, es ella. Mi vida transcurrió entre labrar y cultivar la tierra, ordeñar vacas, hacer canciones y tocar acordeón, enamorarme de las mujeres. Uno de mis sones más queridos, Levántate María, se lo hice a la madre de Albertico y dice en uno de sus versos: son las cinco é la mañana, viene amaneciendo, ¡ay! Levántate maría, ven acá, que es tu negro el que te llama”. 

De esos trece hijos, sus descendientes son de más de sesenta nietos, 150 bisnietos y 75 tataranietos. Y como dice él, jocosamente “y no falta “el salta corral”, dícese de los descendientes en cuarta generación.

Su fama de músico completo creció de tal manera, que su nombre caminaba solo sin que él estuviera presente. A muchos les enseñó, otros tomaron algo de su estilo y sus creaciones. A ellos nunca les reclamó ni pidió nada, todo porque su forma de ser, silente, humilde y sin reclamos, vio cómo su mundo se desvanecía al tiempo que otros crecían.

“Los primeros acordeoneros que conocí fueron Manuel Medina Moscote, de Punta de Piedras, Sebastián Guerra de Rinconhondo, Rafael Enrique Daza de Villanueva, Fortunato Fernández de San Diego, Rodolfo y mi tío Ángel Pasos, en el Difícil. De ellos aprendí la destreza de la ejecución del acordeón, lo que me llevó a los nueve años a estar en las parrandas como centro de atracción. Mi música me la han cogido de varias maneras, por ejemplo, Alejandro Durán tomó la melodía de mí son Los guayabos de Manuela, para hacer su Altos del Rosario; Abel Antonio Villa ni se diga, ese me cogió alrededor de diez melodías con sus letras, para hacerse aparecer como compositor, entre ellas, Mi despedida y le cambió el título. No he tenido suerte en ese tema”.

En 1914 hizo su primer canto, El toro tutencame, debido a que el ternero, hijo de una vaca que le había dado su padre, nació deforme. En 1935 hizo su primera grabación en discos Curro. Grabó el son El botón de oro y la cumbia La sabrosita, cuyo grabador fue el maestro bolivarense Ángel Camacho y Cano, en donde Mercedes, su mujer, tocó la guacharaca. Además lo llevó a la radio de Barranquilla, entre ellas La voz de la Patria, donde duró año y medio tocando en vivo en el programa De todo un poco.

Supo en 1941 por boca de José María Peñaranda, músico de Plato Magdalena, contemporáneo suyo, que Francisco Moscote Guerra conocido como Francisco el Hombre, por ser el portador de la leyenda de haberse enfrentado con el diablo a finales del siglo 19, estuvo por Aracataca y Fundación en 1915, donde tocó las obras La chencha y La puerca mona, ese estilo no se conocía por aquí.

La orquesta Emisora Atlántico Jazz Band del director Guido Perla, le grabó en 1943 con el nombre de Intriga de los Vallenatos, para el sello Odeón de Argentina. Sus obras más reconocidas son: La lira plateña, Cipote luto, El caballo liberal, Abraham con la botella, que fue grabada en 1947 por Guillermo Buitrago.

En 1973 grabó para Discos Fuentes.  Sus correrías musicales lo hicieron imprescindible en toda la región del Magdalena, que le permitió luego recorrer toda la sabana de Bolívar grande y posteriormente Venezuela. “De esos cantos, recuerdo un verso de La lira que dice, “yo tengo amores de lira, tengo una lira en mi alma” y de Sipote luto, “ahora te pregunto yo, si tienes una virtud, si te mueres tú lo cargo yo, si me muero yo, lo cargas tú”.

Sus andanzas musicales lo convirtieron en un personaje central en cuanta cumbiamba se hacía en toda esa región del río Ariguaní, en donde llegó a durar 23 días parrandeando, Sobre esas aventuras manifiesta: “nosotros por aquí lo que tocábamos era música de parranda, así era como se conocía lo que luego fue llamada música vallenata. Los ritmos de esa música de parranda fueron primero que el paseo. Por ejemplo, La lira plateña, Cipote luto, son de ese estilo. Sobre el tema de lo que se dice sobre mi enfrentamiento con el diablo, debo aclarar que mi tío Manuel, fue quien me dijo eso, Francisco el hombre, por ser un niño virtuoso. Ahora bien si debo decir y es verdad que después de tocar durante cinco días en la finca “San Lucas” de Juan Molina, me le escapé y en el regreso escuché una música rara, que me invitaba a responderle”.

Los pueblos del Magdalena Grande, que luego serían Magdalena, La Guajira y el Cesar,  escenario natural donde los diversos personajes, que ayudaron a darle forma a una música que siglo atrás construyeron unos campesinos, siguió en manos de esa misma clase social para consolidar todo ese proceso.

Cada territorio logró hacer héroes, a unos hombres que decidieron ponerle sonido de acordeón a esos sones en sentido general, luego refrendado a través de cuatro aires, paseo, son, merengue y puya, que lograron madurar a lo que luego se llamó “música vallenata”. Al tiempo que Francisco Rada era dueño invencible de su imaginario, igual ocurrió con miles de músicos, unos reconocidos, otros perdidos en el tiempo. Eso hizo que llegaran a su entorno, vientos de píqueria venidos de la región Guajira en manos de Emiliano Zuleta Baquero el señor de La gota fría y Lorenzo Morales con su canto El arrante y Juan Muñoz con La estrella, quienes tenía copada la audiencia musical. Ante esas puyas musicales, decidió responderle con El tigre de la montaña, que en uno de sus versos les dice, “no sé si será Zuleta el de ese son, que me está tratando tigre ‘e la montaña, o será Morales en su acordeón, siempre perdono al que se engaña”.

En 1998 ganó en Villanueva la categoría Primaveras del ayer, que exalta a las personas mayores que siguen divulgando el vallenato. Fue protagonista durante ese año de El acordeón del diablo una producción entre Suiza y Alemana dirigida por Stefan Schwietert.

La Fundación que presidió Consuelo Araújo Noguera lo declaró “rey vitalicio de la música vallenata”, el 28 de abril de 1999 junto a Antonio Salas, Lorenzo Morales, Andrés Landero y Abel Antonio Villa a manera de exaltación por ese aporte a la música.

Sin ser el creador del son, un ritmo que hace parte de la música vallenata, es sin lugar a dudas, su máximo propagador. El noventa por ciento de su obra está hecho en ese ritmo y podemos destacar temas como Riqueza no es la plata, Los guayabos de Manuela, La despedida, Levántate María y Abraham con la botella.

El Colegio INEM de Cartagena le dio el título de Bachiller Honoris Causa, al campesino que sin saber leer ni escribir, construyó un mundo musical y que solo 80 años después, pudo aprender a escribir su nombre.

Murió en el Barrio La Paz, del que fue uno de sus colonizadores, el 17 de julio de 2003 y fue sepultado en el Cementerio de San Jacinto de Gaira, a siete kilómetros de Santa Marta, a las cuatro de la tarde. En ese momento se marchó el niño que aprendió a tocar acordeón a los cuatro años y que logró llegar a los 96, para convertirse en todo un longevo ejecutante del acordeón. Seguido de una bulla musical, todos entonan uno de sus cantos, con melodía de son, que a manera de despedida dice: “yo voy a estirá mi mano, para dar mi despedida, mi corazón va llorando, con el dolor de mi vida”.

Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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