Garo, el hip hop que venció las tinieblas de la cárcel Modelo
La historia de este rapero, contada a través del documental Modelo Estéreo del colectivo colombiano Mario Grande, da cuenta de una realidad penitenciaria donde, a pesar de las dificultades, emerge un potente talento artístico.
Agencia Anadolu
“Nunca me aprendí el número de la cédula, pero nunca me olvidaré del número que tenía en la cárcel: 310017. Soy reincidente, mi destino a seguir es el patio cuatro. El mismo día que yo caí, cayeron unos fleteros con 30 millones de pesos y una pistola. Yo caí por robarme un celular y me condenaron a 56 meses. A los fleteros los sentenciaron a 36 meses… tiene una condena de ‘gomelo’”.
“La pregunta más importante: ¿Cuánto tiene? ¿Cuánto tiene para dormir, cuánto tiene para vivir? Dormir en una plancha baja cuesta un millón de pesos. Dos millones si quiere comprar una celda y estar como un bacán. ¿Cuánto tiene?, ‘no, yo no tengo nada’, pues entonces a comer mierda en carretera (pasillo de la prisión) y mire a ver donde se acomoda papá”.
Quien habla es Juan Carlos Barreto Sierra. Tiene 33 años. Su alias artístico es MC Garo. Protagoniza el documental Modelo Estéreo (seleccionado para el Festival de Biarritz, Francia) realizado por el colectivo bogotano Mario Grande.
Garo sabe de las bondades del silencio cuando se está tras los barrotes. Si abría la boca en la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá, Colombia, no hablaba, cantaba: expulsaba rimas y tiraba improvisación como medio de fuga para “sentir una libertad momentánea”.
Como lo indica su voz en off al comienzo del largometraje, Garo fue uno más de los 20.213 reincidentes -equivalentes al 17,7% de la población reclusa nacional- que recayeron en un penal colombiano. Pasó tres periodos distintos en la prisión. La primera vez que atravesó la vetusta y pequeña puerta blanca de la Cra 56 # 18ª- 47 de la Modelo fue por una novatada, asegura.
“Yo andaba en una fiesta con unos amigos -dice Garo- en el auge de mi juventud. Lamentablemente al interior de la casa donde bailábamos hubo unos tiros y resultó un muchacho herido. Como yo estaba con el grupo que disparó me asociaron con el problema y me capturaron. Me sentenciaron por tentativa de homicidio, por hurto calificado agravado y por fabricación de municiones. Para mi fue duro porque no tenía experiencia como reo. Era inocente, pero a veces la justicia obra de formas que uno no entiende”.
Para Garo, pisar la loza fría de unos de los penales más peligrosos de Colombia fue la confirmación de que pocos hombres están preparados para tal infierno.
Cuando entró a la Modelo los reclusos coexistían en una dinámica de sangre y fuego que evidenciaba el conflicto armado colombiano.
Los guerrilleros controlaban el ala sur y los paramilitares el ala norte de la penitenciaria. Ambos edificios están divididos por una capilla y un pequeño jardín que hace las veces de línea fronteriza del penal. Allí, bajo flores rojas, palos adustos y la mirada al suelo de una Virgen de las Mercedes, reposan los restos de internos que perdieron la vida en la guerra entre los dos bandos.
“Era una constante que se dieran bala y que se mataran entre ellos mismos. Uno siempre imaginaba que el conflicto armado en Colombia no tocaba a las ciudades, que era una problemática del campo, pero en la Modelo, mi hermano, me di cuenta que no era así”, comenta Garo mientras aprieta su labio inferior con fuerza.
Al cabo de unos meses en su primera estadía carcelaria, Garo buscó en la música el esquivo refugio que, tiempo después, hallaría en el género que mejor refleja -por su cadencia y lírica- lo que es pagar una condena: el hip hop.
“Quise encontrar algo con qué escaparme y sentir libertad momentánea en medio de una realidad de muros, cuchillos y ‘causa’ (purgación de la sentencia). Primero traté de hacer salsa y poco a poco, entre esas letras que armonizaban, comencé a buscar otro ritmo. Yo había escuchado a grupos como La Etnia y además soy oriundo de Las Cruces (barrio bogotano cercano a los cerros orientales), entonces toda esta vaina del hip hop estaba implícito en mi, pero nunca pensé que tuviera talento para hacerlo”.
Garo llegó al hip hop de manera fortuita. En una celebración del día de la Virgen de las Mercedes -patrona de los reos- hicieron un concurso interno para elegir a la persona que mejor cantara. El hombre, alentado por un paisa tocayo suyo ‘tiró rima’, cerró los ojos y alzó la voz. “Manito, me subí a la tarima y empecé a cantar a pesar de que en ‘cana’ hay un bullying ‘ventiado’ porque si lo haces mal te rechiflan, pero no copié. Solo abría los ojos cuando sentía que los internos sacaban las manos entre las rejas y aplaudían”.
Después de esa epifanía musical, Garo, el hip hop y My Friend (Q.E.P.D) -su compañero en varias temporadas penitenciarias y otro importante personaje del documental- fueron inseparables en un régimen donde los párpados y las rejas se abren a las 4:30 am.
En la cárcel -cuenta Garo-, se espera el desayuno a las 7:00 am y el almuerzo a las 10:30 de la mañana. La comida nocturna se sirve en la tarde: 3 pm. Y, finalmente se hace la contada de los reclusos antes de que caiga el sol.
Noche tras noche, Garo, como los cerca de 5.000 reclusos que ocupan una cárcel Modelo con capacidad para 3.000 individuos, buscaban espacio en los atestados pasillos que, según el último Reporte Integral Penitenciario y Carcelario en Colombia, presenta un hacinamiento del 62%.
El hip hop respaldó a Garo en una cotidianidad en la que -como recuerda-, “todos amanecen encausados, ofendidos. Todo mundo se despierta montando rostro, nadie se levanta feliz. Si tu te muestras feliz alguien la caga. Toca tener mucho cuidado con lo que uno dice, hace o habla. Toca estar muy centrado y recordar que uno está en una prisión y no en un parque o en la casa".
Habitado por una confianza que solo el hip hop le ofrece, Garo traicionó su instinto de supervivencia y en compañía de un amigo cruzaron la línea. Fueron a ‘rapear’ al patio cuarto.
"Entrar al patio cuatro genera un rigor muy fuerte, se siente el pánico. Una vez un socio me dijo que había salido la oportunidad de ir a cantar allá y yo le respondí: 'todo bien, sin miseria, vamos sin mente'. Ese día, antes de entrar me encaleté una laminita pequeña por si había problemas. El socio se me reía y me comentaba: 'usted para qué va a llevar eso ¿se va cortar las uñas o se va sacar la carne de los dientes? En el cuarto todo el mundo anda con espadas de gladiadores y ninguno es caramelo dorado’. Cuando estábamos instalando los equipos un man se quedó mirando a mi socio y se le vino encima".
"Yo -continúa Garo-, en la jugada, le pasé al parcero la lámina que traía pegada en la pantorrilla y cuando se venía severo problema saltó a la tarima toda la casa del cuatro, como unos 100 maricas encima de ese tablado. Nosotros dos nos enredamos los micrófonos en las manos dispuestos para las que fueran y en esas se apareció el pluma blanca (el cacique, jefe del patio) a preguntar qué había pasado. Yo le dije que solo veníamos a cantar para darle alegría a los muchachos y el hombre me escuchó. Aprobó que se hiciera la rapeada pero los tombos vieron toda esa escena, todo el cuadro, y sacaron a los equipos con nosotros por delante. Pa' fuera. No cantamos".
El hip hop fue y es la catarsis con la que Garo evitó atentar contra su alma, el que lo alejó de ese enemigo interno que le decía: “¡Qué va, su mujer lo dejó botado, todo el mundo se alejó, nadie se acuerda de usted, no tiene plata, anda arrumado, nadie le manda para una crema dental y vea que la boca le huele a mierda!".
Hoy, en libertad desde hace dos años, el otrora 310017 y ahora MC Garo, encuentra en esas vivencias, en esos relatos, en el rap, en la persistencia y en la penitencia, las letras que lo alejan de las tinieblas carcelarias. Con bafle en mano aborda los Transmilenios de Bogotá y entona la música que compuso tras los muros de la Modelo.
Trabaja con el fin de darle una mejor opción de vida a sus dos hijos. Trabaja con el objetivo de hallar un camino profesional en el rap que lo aleje, por siempre de los hostiles senderos penitenciarios que a nivel nacional superan el 46% de hacinamiento con una capacidad para 79.000 reos, pero con una población de 118.000.
Allá, en las universidades del mal, donde impera la lógica del desquite y la guerra, también emergen contracorriente talentos esperanzadores como MC Garo.
“Nunca me aprendí el número de la cédula, pero nunca me olvidaré del número que tenía en la cárcel: 310017. Soy reincidente, mi destino a seguir es el patio cuatro. El mismo día que yo caí, cayeron unos fleteros con 30 millones de pesos y una pistola. Yo caí por robarme un celular y me condenaron a 56 meses. A los fleteros los sentenciaron a 36 meses… tiene una condena de ‘gomelo’”.
“La pregunta más importante: ¿Cuánto tiene? ¿Cuánto tiene para dormir, cuánto tiene para vivir? Dormir en una plancha baja cuesta un millón de pesos. Dos millones si quiere comprar una celda y estar como un bacán. ¿Cuánto tiene?, ‘no, yo no tengo nada’, pues entonces a comer mierda en carretera (pasillo de la prisión) y mire a ver donde se acomoda papá”.
Quien habla es Juan Carlos Barreto Sierra. Tiene 33 años. Su alias artístico es MC Garo. Protagoniza el documental Modelo Estéreo (seleccionado para el Festival de Biarritz, Francia) realizado por el colectivo bogotano Mario Grande.
Garo sabe de las bondades del silencio cuando se está tras los barrotes. Si abría la boca en la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá, Colombia, no hablaba, cantaba: expulsaba rimas y tiraba improvisación como medio de fuga para “sentir una libertad momentánea”.
Como lo indica su voz en off al comienzo del largometraje, Garo fue uno más de los 20.213 reincidentes -equivalentes al 17,7% de la población reclusa nacional- que recayeron en un penal colombiano. Pasó tres periodos distintos en la prisión. La primera vez que atravesó la vetusta y pequeña puerta blanca de la Cra 56 # 18ª- 47 de la Modelo fue por una novatada, asegura.
“Yo andaba en una fiesta con unos amigos -dice Garo- en el auge de mi juventud. Lamentablemente al interior de la casa donde bailábamos hubo unos tiros y resultó un muchacho herido. Como yo estaba con el grupo que disparó me asociaron con el problema y me capturaron. Me sentenciaron por tentativa de homicidio, por hurto calificado agravado y por fabricación de municiones. Para mi fue duro porque no tenía experiencia como reo. Era inocente, pero a veces la justicia obra de formas que uno no entiende”.
Para Garo, pisar la loza fría de unos de los penales más peligrosos de Colombia fue la confirmación de que pocos hombres están preparados para tal infierno.
Cuando entró a la Modelo los reclusos coexistían en una dinámica de sangre y fuego que evidenciaba el conflicto armado colombiano.
Los guerrilleros controlaban el ala sur y los paramilitares el ala norte de la penitenciaria. Ambos edificios están divididos por una capilla y un pequeño jardín que hace las veces de línea fronteriza del penal. Allí, bajo flores rojas, palos adustos y la mirada al suelo de una Virgen de las Mercedes, reposan los restos de internos que perdieron la vida en la guerra entre los dos bandos.
“Era una constante que se dieran bala y que se mataran entre ellos mismos. Uno siempre imaginaba que el conflicto armado en Colombia no tocaba a las ciudades, que era una problemática del campo, pero en la Modelo, mi hermano, me di cuenta que no era así”, comenta Garo mientras aprieta su labio inferior con fuerza.
Al cabo de unos meses en su primera estadía carcelaria, Garo buscó en la música el esquivo refugio que, tiempo después, hallaría en el género que mejor refleja -por su cadencia y lírica- lo que es pagar una condena: el hip hop.
“Quise encontrar algo con qué escaparme y sentir libertad momentánea en medio de una realidad de muros, cuchillos y ‘causa’ (purgación de la sentencia). Primero traté de hacer salsa y poco a poco, entre esas letras que armonizaban, comencé a buscar otro ritmo. Yo había escuchado a grupos como La Etnia y además soy oriundo de Las Cruces (barrio bogotano cercano a los cerros orientales), entonces toda esta vaina del hip hop estaba implícito en mi, pero nunca pensé que tuviera talento para hacerlo”.
Garo llegó al hip hop de manera fortuita. En una celebración del día de la Virgen de las Mercedes -patrona de los reos- hicieron un concurso interno para elegir a la persona que mejor cantara. El hombre, alentado por un paisa tocayo suyo ‘tiró rima’, cerró los ojos y alzó la voz. “Manito, me subí a la tarima y empecé a cantar a pesar de que en ‘cana’ hay un bullying ‘ventiado’ porque si lo haces mal te rechiflan, pero no copié. Solo abría los ojos cuando sentía que los internos sacaban las manos entre las rejas y aplaudían”.
Después de esa epifanía musical, Garo, el hip hop y My Friend (Q.E.P.D) -su compañero en varias temporadas penitenciarias y otro importante personaje del documental- fueron inseparables en un régimen donde los párpados y las rejas se abren a las 4:30 am.
En la cárcel -cuenta Garo-, se espera el desayuno a las 7:00 am y el almuerzo a las 10:30 de la mañana. La comida nocturna se sirve en la tarde: 3 pm. Y, finalmente se hace la contada de los reclusos antes de que caiga el sol.
Noche tras noche, Garo, como los cerca de 5.000 reclusos que ocupan una cárcel Modelo con capacidad para 3.000 individuos, buscaban espacio en los atestados pasillos que, según el último Reporte Integral Penitenciario y Carcelario en Colombia, presenta un hacinamiento del 62%.
El hip hop respaldó a Garo en una cotidianidad en la que -como recuerda-, “todos amanecen encausados, ofendidos. Todo mundo se despierta montando rostro, nadie se levanta feliz. Si tu te muestras feliz alguien la caga. Toca tener mucho cuidado con lo que uno dice, hace o habla. Toca estar muy centrado y recordar que uno está en una prisión y no en un parque o en la casa".
Habitado por una confianza que solo el hip hop le ofrece, Garo traicionó su instinto de supervivencia y en compañía de un amigo cruzaron la línea. Fueron a ‘rapear’ al patio cuarto.
"Entrar al patio cuatro genera un rigor muy fuerte, se siente el pánico. Una vez un socio me dijo que había salido la oportunidad de ir a cantar allá y yo le respondí: 'todo bien, sin miseria, vamos sin mente'. Ese día, antes de entrar me encaleté una laminita pequeña por si había problemas. El socio se me reía y me comentaba: 'usted para qué va a llevar eso ¿se va cortar las uñas o se va sacar la carne de los dientes? En el cuarto todo el mundo anda con espadas de gladiadores y ninguno es caramelo dorado’. Cuando estábamos instalando los equipos un man se quedó mirando a mi socio y se le vino encima".
"Yo -continúa Garo-, en la jugada, le pasé al parcero la lámina que traía pegada en la pantorrilla y cuando se venía severo problema saltó a la tarima toda la casa del cuatro, como unos 100 maricas encima de ese tablado. Nosotros dos nos enredamos los micrófonos en las manos dispuestos para las que fueran y en esas se apareció el pluma blanca (el cacique, jefe del patio) a preguntar qué había pasado. Yo le dije que solo veníamos a cantar para darle alegría a los muchachos y el hombre me escuchó. Aprobó que se hiciera la rapeada pero los tombos vieron toda esa escena, todo el cuadro, y sacaron a los equipos con nosotros por delante. Pa' fuera. No cantamos".
El hip hop fue y es la catarsis con la que Garo evitó atentar contra su alma, el que lo alejó de ese enemigo interno que le decía: “¡Qué va, su mujer lo dejó botado, todo el mundo se alejó, nadie se acuerda de usted, no tiene plata, anda arrumado, nadie le manda para una crema dental y vea que la boca le huele a mierda!".
Hoy, en libertad desde hace dos años, el otrora 310017 y ahora MC Garo, encuentra en esas vivencias, en esos relatos, en el rap, en la persistencia y en la penitencia, las letras que lo alejan de las tinieblas carcelarias. Con bafle en mano aborda los Transmilenios de Bogotá y entona la música que compuso tras los muros de la Modelo.
Trabaja con el fin de darle una mejor opción de vida a sus dos hijos. Trabaja con el objetivo de hallar un camino profesional en el rap que lo aleje, por siempre de los hostiles senderos penitenciarios que a nivel nacional superan el 46% de hacinamiento con una capacidad para 79.000 reos, pero con una población de 118.000.
Allá, en las universidades del mal, donde impera la lógica del desquite y la guerra, también emergen contracorriente talentos esperanzadores como MC Garo.