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Hace 10 años, el 6 de octubre de 2004, murió Marvin Santiago, el “sonero del pueblo”, como se le conocía por su capacidad de ‘soneo’, aquella improvisación que pocos cantantes pueden hacer en plena interpretación musical con afinación, ritmo, dicción y una rima fluida y creativa. O “el hombre increíble” por una de sus canciones más representativas: “Yo soy el hombre increíble, yo me le zafo a cualquiera, como tengo el alma libre no me amarran las cadenas”.
O ‘Marvelous’, como él mismo se llamaba en sus canciones. “Ah… de nuevo aquí increíblemente Marvelous. Ese soy yo: con sabor de pueblo… para ti boricua”. De cualquier manera, su voz ronca y su estilo picaresco se ganaron un lugar de privilegio entre los grandes salseros puertorriqueños, en cuyo honor se levanta un busto en la Plaza de los Salseros en Villa Palmeras, en el sector sanjuanero de Santurce, donde todavía se recuerdan sus frases de batalla en el escenario: “Linda melodía” y “oficial”.
Lo cierto es que Marvin no la tuvo fácil y a lo largo de su vida y de su carrera musical tuvo que sobreponerse a las adversidades y labrarse un nombre a fuerza de talento y buen ‘soneo’. Comenzó a los cinco años cantando rancheras en su escuela, trabajó en la cafetería del desaparecido periódico El Mundo y desde allí comenzó a hacer sus primero pinitos en la orquesta de Roberto Valdés.
En la biografía de la página de la Fundación Nacional para la Cultura Popular de Puerto Rico, se lee que fue el conguero boricua Celso Clemente, quien ya conocía del talento de Marvin, quien lo recomendó al compositor Tite Curet Alonso. Este le mencionó su nombre a Rafael Cortijo y así se hicieron los arreglos para que el joven participara en una audición.
En aquellos días Cortijo y su Combo se encontraban sin cantante principal. Ismael Rivera se había ido para Nueva York y Azuquita también había abandonado el grupo. Por tal razón el maestro estaba en búsqueda de un nuevo vocalista. Marvin le cantó el tema “El dominó” y al recibir la aprobación de Cortijo, pasó a ser parte del Combo en 1969, grabando con ellos su primer disco. Para poder trabajar en el mismo se aprendió las canciones en tan solo tres semanas. Y luego partió con el grupo hacia Santo Domingo y Nueva York en donde realizaron varios espectáculos.
Precisamente en una de esas giras por los Estados Unidos, Marvin decidió permanecer en la ciudad de Chicago por otros tres años. Ya en una fecha posterior regresó a Puerto Rico en donde estuvo inactivo por un tiempo hasta que Roberto Angleró, el compositor de la famosa “Si Dios fuera negro”, le brindó la oportunidad de trabajar en varios proyectos, incluyendo el grabar un disco bajo la casa disquera Gema.
Durante la década de 1970, Bobby Valentín lo reclutó como cantante de su orquesta con la cual trabajó por ocho años. Bajo el ala de Valentín, Marvin vivió grandes momentos en el arte al popularizar temas como “Papel de payaso”, “Soy boricua”, “El alacrán”, “Pirata de la mar”, “Aquí me quedo”, “Guaraguao”, “Bella mujer”, “Zafa diablo” y “Préstame tu caballo”. Igualmente su voz se difundió ampliamente al compás de “Pirata de la amar”, “Son, son Chararí” y “El jíbaro y la naturaleza”.
Sin embargo durante esos años, el cantante había establecido una profunda adicción a las drogas. Esta situación provocó la separación entre Valentín y Santiago. Fue entonces cuando en 1979 entró en escena Jorge Millet, quien le dio la mano en el momento que más lo necesitaba. Juntos grabaron el tema “La jicotea”, composición de Marvin que rápidamente se convirtió en un éxito.
No obstante, su carrera se vio interrumpida en 1980, fecha en la que tuvo un traspié con la justicia que lo llevó a la cárcel. A pesar de todo, las autoridades en la institución penitenciaria le permitieron salir de la misma para cumplir con sus actividades artísticas.
Una de ellas se celebró el 15 de junio de 1985, al presentarse en el Teatro Tapia de San Juan con su concierto “Desde adentro”. En el espectáculo el artista realizó una representación de su vida en la que intercaló éxitos musicales como “Fuego a la jicotea”, “La picúa”, “Pa' dentro”, “Nostalgia”, “La libertad”, “El auditorio azul”, “La guagüita”, “Lo que usted ve por ahí”, “Chinas por botellas” y “El hombre increíble”. La puesta en escena fue dirigida por Julio César Delgado. La escenografía la concibió Félix Vega y la producción del evento estuvo a cargo de Víctor Ramírez.
Por otro lado, a raíz de su desliz ante la ley, el cantante se reconcilió con la fe cristiana dentro de la institución. Esa decisión lo estimuló para ofrecer conferencias en lugares como la Universidad del Turabo y en escuelas superiores. Además, como parte de su programa de rehabilitación, dirigió el grupo Confinados en Acción y Prevención. Desde esa agrupación, junto a otros tres compañeros reclusos, se dedicó a ofrecer charlas sobre las experiencias del pasado, sus vidas en el presente y lo que esperaban para el futuro.
Luego de estar en prisión por espacio de cinco años, Marvin incursionó en el campo de la actuación gracias al productor Luisito Vigoreaux. En su nueva faceta formó parte del elenco de las producciones del empresario así como en la obra teatral titulada “El hospitalillo” que subió a escena en el Teatro Carmen Delia Dipiní de Bayamón.
A comienzos del año 2000, Marvin lanzó al mercado del disco “Los Soneros de Borinquen” proyecto que grabó con el grupo de música típica Mapeyé. Un año más tarde, fue homenajeado por su fanaticada y por Cano Estremera, Néstor Sánchez, Vitín Avilés, Meñique, Guillo Rivera y Luigi Texidor. Para ese entonces ya su pierna derecha había sido amputada debido a su condición diabética.
Aun así, pese a las dificultades, mantenía intacto su sentido del humor. Como cuando una vez Bobby Valentín lo fue a ver y le pregunto: “¿Cómo va la cosa? Y él le respondió: “Más o menos, ya me tocó comerme una pierna”. O cuando en las giras iniciales comía sin freno y cuando su productor le indagaba que por qué lo hacía, le respondía sin dudar: “Es que todo esto está en la dieta”.
Así era Marvin Santiago. Un sonero que para los salseros puros seguirá vigente y regresará cada que se quiera escuchar o bailar verdadera melodía: “Aquella mujer, fue un veneno cruel que aprendí a querer, como ciego la amé. Aquella mujer, riendo se fue me engaño una vez pero cuanto la amé. El tiempo fue un remedio que apliqué jamás la carcajada lamenté. Y que me importa ya si se rio de mi Aquella mujer, hoy la he vuelto a ver qué lástima da y pensar que la amé”.