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Joaquín Sabina: “ojalá que te vaya bonito”

El cantante español se presenta esta noche en el Movistar Arena en el marco de su gira “Hola y adiós”.

Andrés Osorio Guillott

12 de marzo de 2025 - 08:00 a. m.
El cantante español Joaquín Sabina, en un concierto en el Estadio Nacional, en San José (Costa Rica). EFE/Jeffrey Arguedas
Foto: EFE - Jeffrey Arguedas
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En “Sintiéndolo mucho”, documental sobre Joaquín Sabina, dirigido por Fernando León de Aranoa, hay un momento en el que el cantante español discute con su amigo Benjamín Prado, poeta y novelista. “Benja y yo estamos muy orgullosos por una noche en que nos íbamos a matar, qué hermosura, por una coma, por un adjetivo, no porque me haya quitado la novia o porque me haya robado. Por una palabra”.

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El artista que trabaja con el lenguaje lo es precisamente por eso, porque se haría matar por el lugar, el sentido y el significado exacto de una palabra. Entender que todo aquello que decimos es sagrado por cuanto puede ocasionar en los otros es una virtud que pocos desarrollan, y Sabina, que va por estos días diciéndole “Hola y adiós” al mundo, ha respetado a raja tabla este principio en toda su carrera.

No es casual que un poeta como Benjamín Prado sea amigo de Sabina. Basta con echar un vistazo por el espejo retrovisor del cantante y poeta español para ver pasar por sus andanzas a otros con una sensibilidad similar. Incluso el video de “El último vals”, canción con la que se rinde homenaje y se despide de su carrera el artista de 76 años, pasan grandes amistades como el mismo Prado; Jorge Drexler, Ricardo Darín, Andrés Calamaro, Luis García Montero, el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez y uno que no podía faltar: el también cantante y poeta Joan Manuel Serrat.

Nos encontramos más solos con los años, así como los años no llegan solos. Décadas atrás Joaquín Sabina llegaba a pocos minutos de empezar sus conciertos. El frenesí de la juventud y de sentir que se toca el cielo con los privilegios de la fama legitimaban esa actitud desafiante ante la vida de subestimar los riesgos y las responsabilidades. En el último tiempo, el español llega con dos horas de anticipación a los escenarios para cuidar con la sabiduría que da el mismo devenir cada detalle que era parte de su puesta en escena ante sus seguidores.

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Entre hoteles y viajes, a lo largo de las jornadas previas a sus conciertos, Sabina se mantiene en su habitación rodeado de lecturas. “Siempre está leyendo algo”, contaba Juan Gabriel Vásquez, con quien sostiene una amistad desde hace seis años, calcula el escritor colombiano.

Sabina dice que tiene poca imaginación, que sus canciones son producto de sus vivencias, y como dijo en el documental, espera que estas hayan sido un retrato “mucho mejor que mis poemas y de lo que pueda contar de mí mismo”. En buena parte, porque asegura que las canciones resisten la cursilería del desamor que la poesía no.

César Vallejo, Pablo Neruda, Rubén Darío, Félix Grande. Javier Soto, autor del libro “La biblioteca de Joaquín Sabina: influencias e intertextualidades en sus letras”, señala a estos autores como fuentes directas de muchas de las composiciones del español a nivel musical. “Por ejemplo, en las letras de Sabina es característico el uso de elementos religiosos o pasajes bíblicos, como cuando menciona un ‘rosario de cuentas infelices’ en ‘Cerrado por derribo’ o cuando sugiere ‘ir a quitarle al dios de los cristianos / su corona de espinas’ en ‘Jugar por jugar’. Este recurso quizá no existiría de no ser porque, con bastante probabilidad, lo aprendió de otros, sobre todo de César Vallejo, que por ejemplo escribía “sus ojos eran el Jueves Santo” en “Los heraldos negros”, escribió Soto en un artículo publicado en el portal “The conversation”.

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Si hay algo que sobresale por encima de la literatura, es la música popular de América Latina. Es el tango de Argentina y la ranchera de México, en especial esta última. En ese país, en el que estuvo hace unas semanas, Sabina construyó parte de su relación con Jimena Coronado, su pareja; también por su cultura y porque allí vivió se hizo amigo de Gabriel García Márquez, pero, sobre todo, sintió una afinidad inquebrantable con las canciones y las letras de José Alfredo Jiménez, pues afirma sin duda alguna que muchos de sus versos son “imposibles de mejorar”.

Por su carácter bohemio y popular, Sabina construyó personajes arquetípicos en sus canciones, varios de ellos producto de sus memorias, pero también de los lugares y las historias en las que transcurren las rancheras. Laura Galindo, periodista cultural, explicó en una de sus columnas publicadas en este diario que “entre sus personajes, tres son recurrentes. Primero están los protagonistas al límite, todos en situaciones de riesgo, marginalidad y partícipes de su propia destrucción. ‘Buscando en la basura, un gramo de locura’ (‘Conductores suicidas’) o ‘Entre la cirrosis y la sobredosis andas siempre, muñeca’ (‘Princesa’). Segundo, las mujeres. Aquí es posible encontrar tres categorías: las mujeres que son cuerpo y solo aparecen como objeto seductor o seducido, ‘Y yo que nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer’ (‘Medias negras’); las prostitutas, cualquiera que haya escuchado a Sabina, sabe que le encantan las historias de putas, ‘La noche que yo amo tiene dos mil esquinas, con mujeres que dicen: ¿me das fuego chaval?’ (‘Negra noche’), y la mujer ausente, que se fue y lo dejó medio roto, ‘Y, sin embargo, cuando duermo sin ti, contigo sueño’ (Y sin embargo). Y por último, la ciudad, que es el detonante de las vivencias de los protagonistas, de ahí que Sabina la convierta en personaje, mencionando con nombres propios sus bares, moteles y calles. ‘Y no se esconde, va con su payo, a dar el tallo, en Mercamadrid’ (‘Churumbelas’)”.

Luego de dos años Sabina vuelve a Bogotá para decir “Hola y adiós”. La capital lo recibe por estos días como su ciudad natal, Úbeda: nublada y fría, con el aire melancólico que hace juego con la imagen de su sombrero negro, un cigarrillo siempre en la mano y una voz ronca y desgarrada, producto del humo del tabaco y también de la fuerza con la que siempre les cantó al desamor, al rencor y al dolor que dejan las ausencias. A él, gracias siempre, y ojalá que le vaya bonito.

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