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Joe Arroyo: diez años recordando al centurión de la afrocolombianidad

Julio Ernesto Estrada, Fruko; el pianista Chelito de Castro y Mauricio Silva, biógrafo del artista, comparten trazos de su memoria de uno de los máximos exponentes de la música tropical colombiana, quien murió el 26 de julio de 2011.

Andrea Barraza Cabana*
25 de julio de 2021 - 02:00 a. m.
Álvaro José Arroyo González, Joe Arroyo, logró cerca de 40 números uno en los listados de música tropical en Colombia.   / Archivo
Álvaro José Arroyo González, Joe Arroyo, logró cerca de 40 números uno en los listados de música tropical en Colombia. / Archivo
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Hace diez años partió de este mundo el Centurión de la Noche. El 26 de julio de 2011 Álvaro José Arroyo González falleció por una falla multiorgánica que apagó su voz. “Dejó un legado de 47 álbumes, algo menos de 300 canciones y poco más de cien composiciones, de las cuales cuarenta alcanzaron los primeros lugares de los listados de la música tropical”, resumió Mauricio Silva.

Con nostalgia, pero entre risas y anécdotas, el maestro Julio Ernesto Estrada, Fruko; Chelito de castro, el genio detrás del inmortal solo de piano de Rebelión (al que millones de colombianos han imitado con sus manos mientras lo escuchan o bailan), y Mauricio Silva Guzmán, periodista y biógrafo del artista, conversaron sobre el ídolo Álvaro José Arroyo en el espacio Ventana Musical Pacífico y Caribe, que transmite El Espectador.

Juan Carlos Coronel también hizo su aparición con la canción Pa’ Joe, un homenaje sentido, al mejor estilo del sonido cartagenero, a su gran amigo y maestro.

Los tres personajes, cada uno desde su arista, hablaron sobre el sonero mayor como era él: divertido, innovador, con una sensibilidad innata; todo un personaje. Aquí consignamos algunas de las anécdotas dignas de recordar de este grande de la música tropical y antillana.

La “universidad” de Fruko (y sus Tesos)

El maestro Julio Ernesto Estrada, Fruko, recuerda el momento cuando conoció a Joe, en 1970, cantando con el Súper Combo Los Diamantes de Rubén Darío Salcedo, quien, por cierto, es el responsable de llamarlo Joe. Pero con más orgullo hace referencia a una década más adelante cuando el ya entonces experto Álvaro José decide abrir sus alas y aventurarse a conformar su propia orquesta, pues la idea de Fruko era que su agrupación fuera una universidad de la salsa donde sus músicos se graduaran y salieran a “montar su consultorio”, como manifestó el director y bajista.

Joe Arroyo ha sido el más famoso de todos los que han pasado por esta prestigiosa “universidad”. No solo hizo parte de Fruko y sus Tesos, pasó también por The Latin Brothers, Los Bestiales, Afrosound, Los Profetas y Wganda Kenia, todos de la casa de Discos Fuentes. Aquí tuvo la posibilidad de explorar esa memoria musical que llevaba en su ADN, asociado a la identidad racial que siempre cantó.

El Joe Arroyo no puede ser fuente para la vida del Joe Arroyo

A Arroyo sus amigos y allegados lo recuerdan por ser un mamagallista nato. En palabras de Chelito de Castro, era un tipo de mentiras inocentes. Cuando se estaba acercando la década de los 80, y al Joe ya le coqueteaba la idea de montar su grupo, por esta particularidad de su personalidad, lo molestaban preguntándole si su orquesta se iba a llamar “La Mentira”. En respuesta a esta broma, en noviembre de 1980, nace en Barranquilla la orquesta del Joe Arroyo y La Verdad.

Mauricio Silva también fue una de las víctimas de estas “mentiras inocentes”. Cuenta que en una de las tantas entrevistas que le hizo para la investigación de su biografía, el Joe le tiró una mentirita, y así como era de mentiroso, era de olvidadizo. Un día, Silva le preguntó cómo nació la canción Yamulemao, y el artista le contestó que en una reunión de músicos en Barcelona. Por instinto o porque lo sospechaba, el periodista volvió a hacerle la pregunta al día siguiente, a lo que Arroyo contestó que se le ocurrió la idea en un hotel en Barranquilla.

Al tercer día, volvió a preguntar para confirmar y el artista respondió de otra manera, que se le había ocurrido mientras estaba en las Islas Canarias y un señor con un telescopio le mostró en el horizonte la ciudad de Dakar (Senegal), y que de ahí nació la canción. Gracias a este suceso, Silva anotó en su cuaderno que el Joe Arroyo no podía ser fuente confiable para contar la vida del Joe Arroyo.

La historia real es que el tema Yamulemao, del álbum Echa’o pa’lante (1987), es una adaptación criolla y sin significado de fondo que el Joe le hizo a la canción Diamoule Mawo del cantante africano Laba Sosseh. De esta, como muchas de sus canciones, nadie sabe lo que dice, pero tiene la sabrosura necesaria para bailarla mil veces.

Rescatando al Joe

Los quebrantos de salud de Joe Arroyo fueron una constante en su vida artística. Sufría de una afección en la tiroides que más de una vez lo hizo acudir a un hospital. En septiembre de 1983, mientras pasaba por una delicada situación, cayó desahuciado en el Hospital Universitario de Cartagena y los médicos no le dieron más de 24 horas de vida. El tratamiento para curarlo incluía extirpar la glándula de la tiroides, muy cerca de las cuerdas vocales, por lo que corría el riesgo de quedarse sin voz. La otra opción era tratar la afección con yodo radioactivo para frenar la hiperactividad de la glándula. La opción elegida fue la segunda, pero el problema era que no encontraban la medicina necesaria en Cartagena.

Chelito de Castro, quien por esos días no tendría más de 19 años y aún no formaba parte de La Verdad, recuerda que escuchó en la radio cuando solicitaban esta medicación para Arroyo y levantó a toda Barranquilla hasta que dieron con la droga. Con cuatro cajas de Tapazol (un antitiroideo), Chelito y los demás integrantes de la orquesta se montaron en el carro que Alci Acosta le había obsequiado a su hijo, Checo Acosta (quien por esos días integraba la orquesta La Diferencia junto con Chelito) y le llevaron el elixir salvador al Centurión de la Noche.

De este carro, un Pontiac, Chelito de Castro recuerda que era tan grande que cabía toda la orquesta, tanto así que al lado izquierdo del conductor era el lugar reservado para él, que por esos días se caracterizaba por la delgadez. Este vehículo fue testigo de muchas aventuras de la orquesta que apenas se conformaba.

Cara de payaso, pinta de payaso

Luego de pasar unos tres meses en recuperación, Joe Arroyo “se le fugó a la candela”. Cuando comenzó a mejorar, desapareció del hospital sin pagar la cuenta, según recuerda el doctor Helí Hernández en la biografía escrita por Silva, El centurión de la noche: Joe Arroyo, una vida cantada. Esto sucedió un 31 de octubre, un día antes de su cumpleaños. Chelito recuerda que anunciaron en la radio el regreso de Arroyo a los escenarios y ese mismo día se apareció con un pie talla 40 y el otro talla 42.

Adela Martelo, su esposa en ese entonces, lo había sorprendido mientras observaba a una enfermera del hospital, que según Chelito de Castro “estaba más buena que el carajo”, y Adela lo golpeó fuertemente con una jarra metálica en el pie. Pero con un pie de payaso y recién resucitado, Joe Arroyo se subió al escenario y enloqueció al público con su canto. Su medicina siempre fue la música y su público.

Este es el Joe que sus amigos recuerdan. El eterno niño de la loma del barrio Nariño, que creció rodeado de palenqueros en un pedacito de África que queda en Cartagena. Un hombre con un talento excepcional. Joe Arroyo era una mezcla de mar y río, de Barranquilla y Cartagena, de África y el Caribe, un símbolo permanente de la afrocolombianidad.

*De la Fundación Color de Colombia.

Por Andrea Barraza Cabana*

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