No sabe echar chistes, tiene mala ortografía y es pesado para el inglés, al contrario de Shakira, que aprendió inglés desde niña y tiene un talento especial para los idiomas. Pesado sí, pero no tonto, hizo de esta limitación una bandera de rebeldía y le ha sacado partido poniéndose camisetas desafiantes que dicen «frijolero» o «se habla español», como la que usó la noche de su moñona en la entrega de los premios Grammy, ceremonia en la que es obligatorio hablar inglés. No le gusta el fútbol, «porque no», ni las charcuterías ni los jamones colgados porque le recuerdan los chillidos de los cerdos que su papá mataba en la finca del abuelo.
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Es un hombre tranquilo. Pocas cosas logran sacarlo de casillas. No come carne con gordos ni demasiado jugosa. Ama a Colombia con la pasión de un desterrado. No fuma. Camina despacio y habla mal de muy pocas personas, entre ellas de un señor muy conocido que le aventó las puertas de su estudio en las narices.
Juanes nació en 1972 en Carolina del Príncipe, un pueblo antioqueño donde su abuelo había echado raíces y tenía una propiedad muy conocida en la región, El Grano. Estudió en el Instituto Jorge Robledo de Medellín, la misma institución donde había estudiado Álvaro Uribe Vélez. ¿Por qué, se preguntará usted, un muchacho rico y un campesino estudiaron en el mismo colegio? Uribe se graduó allí, donde llegaban las ovejas negras de los colegios de Medellín, porque lo echaron de Los Benedictinos, mientras que Juanes simplemente entró porque no tenía otra opción, allí lo matricularon y de allí salió con su cartón de bachiller en 1990.
Su padre, don Javier, sabía tocar guitarra y cantaba tangos, y les enseñó a sus seis hijos a rasgar las cuerdas.
Juanes compró su primera guitarra en una prendería por 750 pesos cuando tenía doce años ($ 60.000 de hoy), aunque había aprendido a tocarla a los siete. Le faltaba una cuerda, tenía un golpe y las clavijas rodadas, pero a él le pareció una chimba; tanto que aún hoy, cuando la casa matriz le que regala todas las guitarras Fender que necesite, aún recuerda ese vejestorio de la prendería. (Alterna las Fender con una Telecaster blanca, su favorita para cantar La paga, porque «esa es, de mis doce guitarras, la que mejor se sabe esta canción»).
A los dieciséis años dio su primer concierto con un conjunto de rock formado por cinco amigos. Lo bautizaron Ekhymosis, palabra tomada del nombre técnico del moretón causado por un golpe, siguiendo la estética de los músicos contemporáneos, generación que considera cursis las letras de los boleros, los atuendos correctos, el mecato dulce y las historietas tiernas. Hoy los muñecos tienen que ser monstruosos, el traje roto, el confite ácido y la letra cruda, preferiblemente con unos cuantos vocablos gruesos. ¡Ah!, también hay que ser bonito y saber bailar. Esa época de cantantes estáticos y feos ya es historia. Una Edith Piaf, digamos, no clasificaría hoy ni para acomodadora.
El nombre no fue gratuito. Ekhymosis era un grupo de muchachos de la convulsionada Medellín de Pablo Escobar a finales de los años ochenta. Sabían que la vida no era un paseo y habían visto morir a varios amigos de forma violenta, tragedias que les dejaron el alma llena de moretones.
Juanes componía las canciones y tocaba la guitarra eléctrica que se había comprado con unos ahorros que tenía destinados para comprar una moto. Al principio hacían giras en Expreso Bolivariano. Luego alcanzaron cierto renombre y Juanes logró al fin comprar la moto para pasear a la novia. Un día decidieron mezclarle al rock aires e instrumentos del folclor colombiano. Sus fans lo consideraron sacrílego, abuchearon al grupo y los llamaron traidores.
En las biografías de los triunfadores es frecuente encontrar etapas muy duras. Son períodos a los cuales se refieren después, echados en las poltronas de los grandes hoteles, cuando recuerdan la vez que los echaron de la empresa, cuando su esposa los abandonó, comían mal y tenían mal aliento. Para Juanes este período empezó con la fusión rock-guasca y alcanzó su clímax con la disolución de Ekhymosis, y decidió cantar por su cuenta, abandonó la carrera de diseño gráfico en el penúltimo semestre, dejó la casa de doña Alicia, su mamá, rodó por ahí, vendió la moto y terminó en 1998 en una de las ciudades más duras del mundo, Los Ángeles, California.
Allá tocó muchas puertas en vano, componía, cantaba en cualquier parte por cualquier cosa, a veces sólo por guarecerse. En los días malos comía arroz y lo bajaba con agua. En los buenos se compraba un sándwich y lo partía en dos partes, una para el almuerzo y la otra para la comida, y las pasaba con café negro.
Aguantó los zarpazos del hambre y el frío caldeándose con sus canciones, hizo los «servicios generales» que los latinos hacen allá y tocó muchas puertas rogando que escucharan un disco que había grabado en un computador. Recuerda que rezaba bastante y que el cielo fue sordo a sus plegarias. Pero aún reza.
Fueron dos años de persistencia hasta que lo tocó la suerte y fue a dar a La Casa, el estudio musical del productor argentino Gustavo Santaolalla en Los Ángeles. Allí se encerró durante cuarenta días con sus cuarenta noches junto a Aníbal Kerpel y salió con Fijate Bien, su primer CD, y la canción pegó desde un comienzo.
En el 2000 aparece en la vida de Juanes Fernán Martínez Mahecha, el hacedor de ídolos que moldeó a Sofía Vergara y que acababa de romper con Enrique Iglesias. Martínez olfateó dólares en el talento de Juanes y fue su mánager. El hombre conocía el oficio, llevó Fíjate bien a Nueva York, México, Colombia y Argentina, y la convirtió en un hit. El diario El Tiempo le metió el hombro al proyecto (debía tener acciones allí) y le dedicaba reportajes y avisos de página entera con una frecuencia que ya la quisiera una marca de joyas o de telefonía móvil. Y siguió con un nuevo CD, Un día normal, 92 semanas seguidas en el Billboard de los diez álbumes más vendidos, 114 conciertos en veinticuatro países, dos millones de copias y ocho nominaciones para el Grammy latino.
En la víspera de la ceremonia, en septiembre de 2003, en Miami, evento que Juanes abrió con un estruendoso “¡Azúcar!” en homenaje a la recién fallecida Celia Cruz, le salieron tres barros grandes en la cara. Se miró las zapatillas y recordó la cantaleta de Martínez: «¡Hay que cuidar la presentación, hombre!». Entonces lavó las zapatillas y las puso a secar detrás de la nevera.
Al día siguiente recibió cinco grammies y tocó el cielo con los zapatos húmedos.
Juanes vivía con Karen Martínez, una fresca y espigada muchacha de veintitrés años que había sido candidata por Cartagena al Reinado Nacional de la Belleza. Karen dejó tirada la universidad para estrenarse en la televisión como protagonista de la telenovela Sofía, dame tiempo, donde aparecía cada noche mientras llevaba con gran disimulo en su vientre a Luna, la hija de Juanes. Cuando la familia de Karen supo que su niña se iba a convertir en una madre soltera y que vivía en público concubinato en Bogotá con un muchacho de dudosa estirpe, puso el grito en el cielo.
Seguro soñaban con boda de traje blanco en el Club Naval, con orquesta y un sacerdote conocido, un papable como Darío Castrillón o al menos un cardenal como monseñor Rubiano… Pero cinco premios Grammy pesan, vuelven bonito a cualquiera y los Martínez comprendieron de pronto que Juanes era un príncipe disfrazado de gamín y bendijeron el matrimonio de la pareja, que partió a esperar a Luna en Miami (querían que la niña naciera en Estados Unidos, como toda familia trepadora que se respete).
A la segunda niña la llamaron Paloma (gajes de tener un papá poeta) y vivieron casi felices en compañía de doña Alicia, la madre de Juanes. Digo casi felices porque siempre hubo notas disonantes, como unas fotos que circularon en las revistas del corazón y que mostraban al cantante en una fiesta muy animada con dos mujeres sentadas en sus piernas, ambas altas, atractivas y de cuerpos tallados a punta de silicona y bisturí. Los tres tratan de darse un beso triangular. Que Dios me castigue si me equivoco, pero eran viejas con pinta de bandidas. Bellas pero bandidas. Cuando la prensa lo interrogó, Juanes puso cara de marica: «Estábamos jugando con una cámara y queríamos hacer una pose distinta», dijo. Como buena princesa, Karen se tragó el sapo, guardó silencio y no le dijo ni mu a la prensa.
Económicamente hablando, los Grammy no son gran cosa. A Juanes sólo le dieron, además de los trofeos, chucherías: una cita con «el mejor masajista para hombres del mundo», dos relojes de gama media, un fin de semana con todo incluido en el Hotel Four Seasons, el último Game cube de Nintendo, tres días de alquiler de un Ferrari o un Lamborghini, una cámara para computador, tres días en Fisher Island y cupones para un año en Burger King.
Como ven, algo muy parecido a lo que recibe la tercera princesa de un reinado de belleza en Colombia. Pero los Grammy abren puertas. Las disqueras se disputaron las canciones de Juanes, llovieron las invitaciones, las giras, los conciertos internacionales se sucedieron uno tras otro, la máquina registradora no paró de timbrar y firmó contratos para promocionar sólidos, líquidos y gaseosas porque el hombre alcanzó las grandes ligas del mundo de la música y desde entonces vive como las estrellas, entre la soledad de los hoteles y el pánico a los aviones.
Fue precisamente en un hotel de Ámsterdam donde concibió el CD, Mi sangre, cuyas letras parecen dictadas por la nostalgia porque, como él mismo dice: «Mi sangre es lo que yo vivo, lo que amo, la familia, mi pueblo, mi pasión, mi guitarra, mis recuerdos, mis anhelos, mis dudas, es lo que yo sufro y quiero. Mi sangre es eso: mi sangre».
Paréntesis. A Juanes lo he visto solamente dos veces. La segunda fue en el Venezuela Live Aid, el concierto que les mencioné arriba, celebrado en el Puente Internacional Tienditas, en el lado colombiano de la frontera con Venezuela. La primera fue cuando entrevisté a Karen Martínez para Cromos por orden de María Elvira Bonilla, la directora de la revista. Le pregunté algunas cosas sobre su papel en la telenovela que estaba grabando, y sobre Juanes, claro. Cómo es Juanes, le pregunté. Karen se quedó muda, hizo gestos y muecas, buscaba las palabras para resumir algo que tal vez no admite reducciones. Estaba empezando una frase: «Juanes es…» cuando Juanes atravesó la sala del apartamento de Karen en Bogotá. Estaba dormido aún, despelucado, sonámbulo, sin camisa, descalzo y en boxer. No saludó. De pronto se detuvo, nos miró con un solo ojo desde su nebulosa, hizo un gesto indefinido con la mano y siguió para la cocina. Solo entonces Karen encontró la frase: «Juanes es… así».
Además de las guitarras Fender, Juanes siempre usa manillas color zanahoria para evitar que el sudor de los brazos les llegue a los dedos y estorbe la digitación de la guitarra. Cuando no usa las manillas zanahoria se pone otras con los colores de la bandera de Colombia. Las manillas son Nike –explicaba Fernán Martínez sin que nadie se lo preguntara–, la plumilla con que toca la guitarra también es Fender, los tenis y las medias Nike, los bluyines y la chaqueta Prada, el micrófono tiene que ser Shure y el software de edición de su estudio es ProTools, aunque por nada de esto recibe dinero, «no tenemos sponsorship con nadie», repetía Martínez (dejó de ser su mánager en 2011, ahora es Rebeca León) pero lo repitió tanto que uno terminaba por pensar que sí, que hay contratos de sponsorship en cada cosa que Juanes usa, toca, mira, se pone o piensa.
También supimos por Fernán Martínez (¿o fue por Manolo Bellón?) que Juanes es un erudito del rock, en especial del métal. Conoce todas las bandas y los músicos del género. Es fan de varios clásicos: Led Zeppelin, U2, Pink Floyd, Cold Play, Metallica, System of a Down. Cuando se encuentra a algún sobreviviente de este selecto Jurasic Park, se emociona, se pone muy nervioso y no sabe qué decirles.
En 2009 Juanes organizó un concierto en La Habana con el lema “Paz sin fronteras”. El evento fue criticado por algunas voces de la derecha que lo interpretaron como un acto de respaldo al régimen de Fidel Castro. Diez años después participó en el Venezuela Live Aid, un megaconcierto organizado para presionar al régimen venezolano y obligarlo a permitir la entrada de un convoy de tractomulas repletas de ayuda humanitaria para el pueblo venezolano que vivía, como hoy, las penurias del desabastecimiento y la pobreza. Entonces Juanes fue acusado de «facho» por las voces más mamertas de Colombia y Venezuela, ingenuos empecinados en creer que el gobierno venezolano es socialista.
Juanes es de derecha y le encanta la política, pero a él, como a todas las figuras del deporte y de la canción, sus mánagers les escriben sus libretos y les dicen que es lo que tienen qué decir: nada. No hable de política ni de religión, y los pobres dioses del espectáculo tienen que morderse la lengua. La gloria tiene su precio.
En 2016 Juanes admitió que tuvo un romance con Claudia Bahamón. Tampoco esta vez Karen dio declaraciones a la prensa, su matrimonio sorteó bien el temporal y hoy la pareja sobrevive.
Su canción más popular sigue siendo A Dios le pido, un himno al amor y a la familia. Por lo menos dos generaciones han cantado el estribillo:
Que si muero sea de amor
Y si me enamoro sea de vos
Y que de tu voz sea este corazón
Todos los días, a Dios le pido.
La paleta vocal de Juanes tiene pocos colores y pocas colocaciones; no es una gran voz, como la de Shakira, Maluma o Karol G, pero Juanes tiene «ángel», ese charm que les ha permitido conectar con el público a intérpretes de voces tan discretas como las de Manzanero y Julio Iglesias. Tal vez el fenómeno Juanes es la suma de ese ángel con un buen manejo de marketing de la «marca juanes». Agreguemos una humildad auténtica y su tino para las fusiones, para combinar un ritmo con el que la juventud resuena naturalmente, el rock, con arpegios de tango, guasca y chacareras, y letras muy latinas. Son canciones de contenido social y política soft (la mano del mánager…) o sobre los momentos difíciles que enfrenta la gente común; hablan de Dios, de su papá (que ya chupa gladiolo, como se dice en «Medallo»), de Colombia, de los desplazados. «Canta en español pero toca guitarra en inglés», explicó un crítico. Usa y abusa de las palabrotas y a los jóvenes les encanta, se enloquecen cuando grita en el escenario «Esta noche es una chimba hi-jue-pu-ta». No son frases calculadas, Juanes es así, como dice Karen, pero preferiríamos que fuera menos auténtico y que no se inspirara, como en la «Camisa negra», en obscenidades ingenuas que parecen sacadas de El Polvorete, y bobadas sexuales de doble sentido, ese humor paisa que le sale del alma de muchacho campesino, del parcero irredento… pero lo cierto es que las multitudes aman esa combinación de estrella y gamín que hay en él.
Hay una respuesta que lo retrata de cuerpo entero. Cuando Yamid Amat le preguntó: «Supongamos que el Cielo existe, ¿cómo quieres que te reciba Dios?». Juanes respondió sin titubeos: «Cumpliste la misión. Aprendiste a amar. Está listo tu plato de fríjoles».