La dulce insurreccio?n de Lolita de Sola

Con "Cattleya", su primer trabajo, la cantautora venezolana cuyo nombre real es Luisa Torrealba se lanza al ruedo del pop latinoamericano.

Juan Pablo González
16 de marzo de 2019 - 07:33 p. m.
Lolita de Sola es el nombre arti?stico de Luisa Torrealba, una venezolana de ventitantos an?os que al poco tiempo de graduarse de la Universidad Metropolitana en Caracas, se fue a estudiar música a Berklee, en Boston.  / Cortesía
Lolita de Sola es el nombre arti?stico de Luisa Torrealba, una venezolana de ventitantos an?os que al poco tiempo de graduarse de la Universidad Metropolitana en Caracas, se fue a estudiar música a Berklee, en Boston. / Cortesía

Ser artista es un acto de fe. De rebeldía. Es un ejercicio a partes iguales de frialdad e improvisación. Requiere de una capacidad de cálculo y timing a la vez que exige espontaneidad. Y en una era en la que el funcionamiento del mundo parece estar regido por un mecanismo predeterminado e inquebrantable, poco espacio queda para la incertidumbre intrínseca que el ser artista supone.

¿Cuántos pintores desistieron antes de terminar su primer lienzo, paralizados ante la nube del “hay que vivir de algo”? ¿Cuántos músicos dejaron una melodía sin terminar para decantarse por una profesión más “normal”, que les asegurara un futuro más estable?

Es imposible saber cuántos de nosotros abandonamos una carrera artística por el miedo o por las dudas. Pero de ese mar anónimo de historias frustradas, a veces resurge gente.

A veces surgen artistas como Lolita de Sola.

Como casi toda la música con la que me tropiezo hoy en día, la de Lolita de Sola apareció en mi vida gracias a los algoritmos de las redes sociales y de los proveedores de servicios por internet. Ahí estaba en la parte derecha de una ventana de YouTube, y luego en la sección de recomendados de Instagram. Y así. Bendita intrusión.

La primera canción de Lolita de Sola que me sugirió Gran Hermano se llama Fuerte. La frase de la guitarra que da inicio a la canción es juguetona e inocente, con un dejo funk a Kool and the Gang o Earth, Wind and Fire. El resto de la instrumentación es más comedida, pero igual de elegante. Sin embargo, lo que me enganchó irremediablemente a Fuerte fue la última parte de la primera estrofa y el coro que le sigue: “No quiero seguir tus pasos / ni caminar una vía / que no va acorde conmigo / sería un desperdicio / No es que no te escuche / pero es que late más fuerte mi corazón / No es que no lo dude / pero es que late más fuerte mi corazón”. Cortita y al pie, que diría Alfredo di Stéfano.

Fuerte está tan bien escrita que el coro cambia la temperatura armónica de la canción y la pone un poco más seria para seguirle el hilo a la letra. Es una declaración de intenciones, una rendición gustosa ante el ímpetu de algo a lo que no se le puede dar la espalda más. Y para la compositora, es una nota autobiográfica que relata su ascensión de ese mar anónimo del que hablé antes.

Lolita de Sola es el nombre artístico de Luisa Torrealba, una venezolana de ventitantos años que al poco tiempo de graduarse de la Universidad Metropolitana en Caracas, dio media vuelta y volvió a entrar a un pregrado. Lo hizo nada menos que en Berklee, la prestigiosa escuela de música en Boston. “He querido hacer algo profesionalmente en la música desde que tengo uso de razón”, recuerda Lolita desde un café en Ciudad de México, a donde emigró hace apenas algunas semanas para seguir trabajándole a su proyecto. “Pero en mi casa no hay artistas. Me dijeron ‘estudia una carrera normal’”.

Esa carrera “normal” fue psicología. “En esa carrera pasas por un proceso en el que te encuentras a ti mismo. Fue justamente estudiando psicología que me di cuenta de que lo que quería hacer era música”, afirma con una voz tranquila pero segura. “Y no me arrepiento. Sé que no hubiera hecho lo que hice sin haber estudiado psicología”. Para ella, su primera carrera le dio una mirada interior que determinó no solo la decisión de irse a Boston. Es una influencia constante e indeleble sobre su proceso creativo. “No me inspiraría en las cosas que me inspiro si no hubiera estudiado psicología”, sentencia.

No sorprende que Lolita hable de angustia cuando recuerda su llegada a Berklee. “Sentí que iba a ser la rara, la más vieja”. Y llegar en esas condiciones a una de las escuelas de música más exigentes del mundo significa sentir presión por partida doble. Significa sentirse en cierta desventaja. Pero esa desventaja no existe. “Me encontré con todo lo contrario, con gente de treinta o cuarenta años cumpliendo el sueño de su vida, volviendo a empezar”, dice con un esbozo de sonrisa.

Como ella misma dice, a Berklee llegó Luisa y de ahí salió Lolita de Sola. No es extraño que en el mundo del arte existan alter egos y nombres artísticos. A Kevin Parker todo el mundo lo conoce como Tame Impala, y casi nadie se sabe el nombre de pila de Fonseca. Para muchos artistas, el seudónimo surge de la necesidad de disociar su nombre real de su trabajo, por cualquier cantidad de motivos. Lolita nació como un esfuerzo consciente por crear algo llamativo. “A la hora de salir al ruedo con mi proyecto, decidí que mi nombre real no era divertido”, dice. “Empecé a mezclar mis sobrenombres con mis apellidos hasta que me salió algo que me pareció que engancha. Tenía un exnovio y varios amigos que me decían Lolita, y ‘de Sola’ es mi segundo apellido”.

Para culminar el fin de su ciclo en Boston, Lolita de Sola lanzó Cattleya en septiembre del año pasado. Aunque es un álbum relativamente corto - seis canciones con una duración total de algo más de veintisiete minutos - contiene una riqueza estilística impropia de la música popular de los últimos años. Y Se Van, que abre el disco, es una composición despreocupada y sencilla que recuerda al bal-musette francés, con su sintetizador acordeonado y su ritmo ternario. Sin Lógica o Razón es una canción de amor a modo de bossa nova. Loto, de lejos la canción más oscura del trabajo, parece tomar nota del rock y pop británicos para crear una atmósfera sonora grande y profunda como plataforma para la voz dulce de Lolita.

A pesar de ser un álbum que explora un manojo de influencias muy distintas, Cattleya es un trabajo coherente y redondo. Los sintetizadores cumplen el papel de denominador común, y se nota un estilo propio en las armonías y melodías de cada canción. Ese sello personal que identifica a los buenos artistas. “Yo digo que mi disco es pop, pero puede quedar un poco dentro de lo experimental. Es un reflejo de mí en el 2017. Estaba en Boston, rodeada de música y de músicos de todo el mundo. Pero con todo y todas las influencias que estaba recibiendo, quise hacer un disco pop. De repente, un poco más elaborado, con más cositas, pero pop”, proclama Lolita.

Y si por un lado Cattleya es testimonio de la versatilidad de Lolita de Sola, por otro es un preludio para su futuro. A corto plazo, ya está agendada para presentarse en SXSW, uno de los festivales de artes más importantes de Estados Unidos, y que se organiza todos los años en marzo en Austin, Texas. Con México como base, Lolita de Sola busca afianzarse en el mercado de pop latinoamericano, tan necesitado de variedad y calidad en voces y estilos.

Cattleya está disponible en todas las plataformas de streaming.

Por Juan Pablo González

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