La llamada de Fito Páez a Joaquín Sabina en el 96

"Eres uno de los cabrones más grandes que jamás he conocido", le dijo el argentino al escritor y cantante español en una llamada en la madrugada.

Andrés Osorio Guillott
01 de julio de 2019 - 07:15 p. m.
Tiempo después, Fito Páez y Joaquín Sabina publicarían "Enemigos íntimos". / Cortesía
Tiempo después, Fito Páez y Joaquín Sabina publicarían "Enemigos íntimos". / Cortesía

Era un 25 de mayo, cuenta Fito Paéz en su libro Diario de viaje (algunas confesiones y anexos), editado por Planeta. Los nervios le jugaban una mala pasada esa noche. Al otro día presentaría Euforia, su primer disco grabado en vivo. Las cervezas y los cigarrillos, que entre tantas otras cosas pueden representar un sorbo de alivio o una bocanada de tranquilidad efímera, eran consumidos incesantemente por el argentino en la habitación de un hotel ubicado en San Pablo. 

La ansiedad no se detenía y solamente ese efecto apaciguante de los cigarrillos podía amilanar esos segundos que se disfrazan eternos cuando la incertidumbre y el ruido de la cabeza no se tienen. Fue un gesto cotidiano, que aparentemente nunca trascendería, pero esta vez fue ese instante el que originó una de las anécdotas más divertidas entre dos poetas que no se declaran como tal pero con su música le aplican un registro sonoro a las letras más solemnes y dignas de vidas dolientes y sensibles. 

Páez sacó de su bolso de mano una cajetilla de cigarrillos y un CD que se interpuso entre el objeto anhelado. El CD, que lo puso bajo una lámpara ubicada en la mesa de noche (como la llamamos en Colombia), era Yo,mi, me, contigo, el álbum número diez del español Joaquín Sabina.

En esos minutos se atravesaron las emociones y los recuerdos. Los recuerdos con Charly García, quien participa en una de las canciones del álbum del español, y las emociones y las vagas remembranzas de algunas entrevistas que Páez había visto sobre Sabina. Las cervezas se habían acabado y unas cuantas más llegaron a las manos del argentino."Destapo la primera y cerca del minuto cinco arranca Contigo y con ella, aquella frase inolvidable. Única. Sagrada. 'Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan, nunca mueren' (...) fue alta la conmoción. El poema cuando es algo te deja en babia, dura poco, pero el efecto es real y contundente", escribó Fito Páez en la página 60 de su libro. 

Canciones como Contigo, que aconsejan con elegancia caminos distintos de libertad, de amor, de admiración, desbordan el lenguaje de quienes las escuchamos y se convierten, de alguna u otra forma, en nuestra voz, en lo que nosotros no fuimos capaces de decir. Así es la música, así es el arte. 

Catorce cervezas había ingerido Páez en esa noche. El asombro, elemento esencial que impulsa e inspira, más el efecto del alcohol que nos elimina los límites que nos imponemos estando sobrios, se combinaron en la acción de pedir el número de Joaquín Sabina a las tres de la mañana en la hora de San Pablo y las ocho de la mañana en Madrid, ciudad en la que residía el español. Jamás habían conversado. El latir del corazón del argentino era cientos de veces mayor al tono de la llamada. 

"Hola, ¿Joaquín?", pregunta el argentino. "¿Quién habla?, responde Sabina. "Soy Fito Paéz y te llamo para decirte que eres uno de los cabrones más grandes que jamás he conocido y que ese puto verso de 'y morirme contigo  si te matas, y matarme contigo si te mueres porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan, nunca mueren'...¡es lo mejor que se ha escrito sobre el maldito amor en la historia del puto mundo!"

Fito Páez le propuso al español que compusieran un álbum juntos, que con la música escrita del argentino y las letras del español lograrían una joya en la historia de la música. Sabina no lo creía y le volvió a preguntar si era cierto que era Paéz quien llamaba del otro lado del mar. Sabina se servía su trago y Paéz también. El último recordó a Hemingway en la llamada y en una reminiscencia que se hizo clara hasta las risas de ambos y que después se difumino en ese frustrante rincón en el que todo lo vivido se va diluyendo, Paéz cuenta cómo un CD que estaba junto a una cajetilla de cigarrillos fue el inicio de un diálogo, de una complicidad, de una amistad blindada por los acordes eternos de las guitarras y los sonidos más sutiles y refinados de un piano. 

Páez no recuerda más de ese diálogo, y tal vez no haga falta. Lo demás es historia. Y música también.

Por Andrés Osorio Guillott

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