“Nací en Barracas… me dicen El Matador”, reía Gustavo Cerati al momento de responder —citando el célebre tema de Los Fabulosos Cadillacs— una pregunta básica de su biografía, pero la verdad es que nació en Palermo Chico, dentro del Sanatorio Mater Dei, uno de los de mejor atención de Buenos Aires gracias a la obra social del gremio petrolero al cual sus padres pertenecían por su trabajo en Esso. Gustavo arribó a este mundo a las 6.35 de la mañana, horario que en algunos tramos de su vida sería más cercano a la hora de acostarse que a la del despertar. Cuando los médicos le dieron el alta a Lillian, Juan José los llevó al nuevo hogar al que se habían mudado: ya no la pensión de la calle Olavarría sino a un departamento alquilado en la avenida Montes de Oca.
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Cuando Lillian quedó embarazada renunció a su empleo en Esso y también postergó sus anhelos actorales, aunque Juan José nunca la coartó. No fue una situación impuesta sino algo conversado: los esquemas de la familia argentina en 1959 eran bastante rígidos todavía; aunque la sociedad pareciera entrar en una situación de modernidad bajo el gobierno de Arturo Frondizi, todavía prevalecían en el inconsciente argentino varios de los preceptos impartidos por el general Juan Domingo Perón que gobernó el país entre 1946 y 1955, año en que fue derrocado por un golpe militar. Uno de ellos era: “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”.
En el gobierno de Frondizi, que asumió la presidencia el 1º de mayo de 1958, el petróleo sería un tema central, lo que lógicamente impactaría en el ámbito laboral de Juan José. Pero al año siguiente, el del nacimiento de Gustavo, la gran estrella política a nivel mundial sería la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro que tras años de lucha revolucionaria tomó el poder desde el primer día de 1959. Dentro de aquel tornado político que hizo de Cuba el primer país socialista de partido único en Latinoamérica había un argentino: Ernesto Guevara, también conocido como el Che, apelativo derivado de un modismo porteño.
A poco más de treinta años de la muerte de Guevara en Bolivia, a Gustavo le pondrían una boina roja con estrella y una barba postiza para la portada de la revista D-Mode para crear un personaje insólito: Che-rati. Gustavo dijo que para él fue un desafío actoral y hasta un homenaje al romanticismo de Guevara, pero muchos lo sintieron como una afrenta, porque con el correr del tiempo, cuando Gustavo Cerati se transformó en otro argentino que exportó su propia revolución por toda Latinoamérica, se empezó a decir de él que era “un cheto”.
¿Qué es un cheto? Alguien que también, como el Che Guevara, posee distintos significados, pero básicamente se lo entiende como sinónimo de persona que viene de la riqueza, de un hogar pudiente, de un lugar de privilegio. Y Gustavo fue el primer hijo de una familia de dos trabajadores que nacieron en el interior del país, llegaron a Buenos Aires y compartieron la estrechez de una habitación en una pensión de uno de los barrios más obreros de la ciudad, para poder brindarles a sus hijos una mayor comodidad. A esas personas se las conoce en Argentina como “laburantes”, término adaptado del italiano que identifica a los trabajadores. Juan José y Lillian conocieron y escogieron las privaciones para poder ahorrar y llevar a cabo un plan de progreso para su familia. Y los años 60 fueron años de movilidad ascendente y profundos cambios culturales en Argentina. Acaso los últimos…
“Yo diría que hemos tenido padres muy fuertes —razona Laura—, muy en eje los dos. Se dividían tareas; mi padre era un tipo que se iba bien temprano con su valijita y su traje. Empezó de abajo en Esso y fue haciendo mucha carrera sin ser contador recibido. A partir de un determinado momento comenzó a tener viajes de trabajo a Estados Unidos y a Brasil. Estudiaba inglés, no le resultaba fácil pero lo hablaba. Se la pasó estudiando para poder expresarse bien en lenguaje técnico. Mi mamá dejó de trabajar con la maternidad y también postergó su pasión por el teatro y sus clases de actuación, pero eligió quedarse en casa y asumir todas las responsabilidades de nuestra crianza. Cuando nosotros fuimos más grandes terminó la carrera de Licenciatura en Ciencias de la Educación, hizo muchas prácticas en colegios secundarios y también algún posgrado como para armar un buen currículum”.
Desde su nacimiento, a Gustavo le creció el pelo bien ensortijado y ya de niño tenía una presencia especial. Era pícaro e inquieto, pero sin maldad: sus travesuras eran muchas veces cometidas más por torpeza que por desobediencia. Su simpatía natural se manifestó desde las primeras fotos, sonriente en brazos de su madre o pisando la arena de Mar del Plata en 1961. La familia se agrandó al año siguiente con la llegada de Estela y el departamento comenzó a quedar chico.
Podían acceder a algo más espacioso y menos ruidoso: Juan José y Lillian disfrutaban de todo lo que la ciudad tenía para ofrecer, pero la avenida Montes de Oca era ruta obligada del tránsito que ingresaba desde la provincia de Buenos Aires a la ciudad capital: todavía no existía la autopista que hoy atraviesa Barracas. Juan José comenzó a hacer números y llegó a la conclusión de que podía acceder a un crédito hipotecario: su recibo de sueldo de Esso era la mejor garantía, no tanto por lo que percibía sino por el respaldo que le daba el poderoso nombre de la empresa petrolera. Investigó zonas posibles a través de los avisos clasificados del diario Clarín y comprobó que había muchas oportunidades: Palermo era un barrio accesible, de casas bajas, pero se encarecía en las inmediaciones de la avenida Santa Fe, y en las lejanías los medios de transporte comenzaban a ser escasos. Los barrios de moda eran Barrancas de Belgrano, Caballito y Flores, pero sus dedos subieron por el mapa y desde Palermo llegó a Colegiales.
En los 60, Colegiales era un barrio escondido, pegado a Chacarita y verdaderamente una extensión del mismo. Tenía una zona fea con descampados y una villa miseria no demasiado grande —crecería con el tiempo— donde estaba la cancha del Club Atlético Fénix. Pero cruzando la avenida Federico Lacroze el barrio era arbolado y muy tranquilo. No había plazas cerca y quedaba más lejos que Barracas con respecto al trabajo de Juan José. Tenía pros y contras, pero un día fueron con Lillian a ver un PH en la calle Virrey Arredondo 3151 y les pareció que con algunos ajustes ese podía ser el lugar. Era el último departamento de tres, el que daba al fondo; un comedor, dos habitaciones y un patio con un pino cuyas raíces luchaban contra las baldosas.
La cercanía de la finalización del contrato del departamento de Barracas y un nuevo embarazo de Lillian que traería al mundo a Laura los hicieron decidirse y a comienzos de 1964 se convirtieron en vecinos de Colegiales. Gustavo comenzaría a ir al jardín de infantes al colegio Marcos Sastre que quedaba a la vuelta, en Virrey Loreto 3050. La escolarización de Gustavo le daría oxígeno a Lillian para cuidar de Estela y esperar a Laura que nació el 11 de junio. Luego de la mudanza, Juan José se concentró aún más en su trabajo, no solo por el crédito que había que pagar, sino porque debía hacer méritos para seguir ascendiendo.
“Mi papá tenía puesta la camiseta de la empresa —recuerda Laura—, y mi mamá siempre se lo criticaba. Ella consideraba que al estar siempre tan al servicio de la empresa, un día le iban a dar una patada y que nadie iba a valorar todo lo que él se había sacrificado”. En honor a la verdad, Esso era una camiseta para lucir con cierto orgullo; por medio de una publicidad agresiva en términos de inversión, la marca se impuso claramente en todo el mundo.
Durante el año 1959, el mismo del nacimiento de Gustavo, se lanzó una fortísima campaña publicitaria cuyo slogan era: “ponga un tigre en el tanque” y vino acompañada de un simpático felino animado. El tigre de Esso había hecho su primera aparición a comienzos de aquel siglo en un aviso confeccionado en Noruega; se trató de un animal que fue mutando de apariencia hasta que en 1959 se consiguió la fisonomía ideal: un tigre musculoso pero servicial que apareció en todo tipo de publicidades, metiéndose en tanques de nafta y dejando huellas felinas a medida que el auto, cargado con la potente nafta, se perdía por una carretera. La Argentina de 1963 asistió a la novedad de El Reporter Esso, el primer “compacto” de noticias que se emitió desde un canal privado; lo conducía un sobrio y magnífico locutor llamado Armando Repetto y constituyó toda una novedad: el público podía enterarse de todas las noticias por televisión y no solamente por la radio.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Sergio Marchi nació en 1963. Baterista desde la adolescencia y periodista desde 1983, trabajó en medios gráficos, radiales, televisivos y virtuales. Fue secretario de redacción de la legendaria revista Rock & Pop, trabajó nueve años en Clarín, fue editor musical de Rolling Stone Argentina, y sus artículos fueron publicados en ADN (La Nación), Radar (Página 12), 3 Puntos, Cosmopolitan, Revista Ñ, Veintitrés, Perfil, El Guardián, Crítica de la Argentina, La Mano y Billboard, entre otros medios. Trabajó en las radios Continental (donde condujo su recordado Rock Boulevard), Nacional, Del Plata, Rivadavia, Rock & Pop, La Red, Supernova, Nostalgie y Mega. Tiene diez libros publicados: No digas nada. Una vida de Charly García (1997, actualizado en 2007), Cinta testigo. La radio por dentro (2002), El rock perdido. De los hippies a la cultura chabona (2005, reeditado en 2014), Beatlend (2009, en coautoría con Fernando Blanco), Pappo. El hombre suburbano (2011), Paredes y puentes. Roger Waters, el cerebro de Pink Floyd (2012, reeditado en 2023 con el título Roger Waters. El cerebro de Pink Floyd), Room service. La escandalosa vida de las estrellas de rock (2014), Los Beatles. Desde el comienzo y En el final (dos tomos, 2017 y 2019, también con Fernando Blanco), Spinetta. Ruido de magia (2019) y Algún tiempo atrás. La vida de Gustavo Cerati (2023).