Música que trasciende el pentagrama

Inocencio Ramos es indígena nasa y músico. Sus melodías milenarias, sin mezclas ni edición, tienen el poder de conectar a tres mundos. Esta es su historia.

Jairo Perilla Suárez / jperilla@elespectador.com
15 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
 Inocencio no se opone a que se incluya un piano o un bajo eléctrico en las melodías de su pueblo, siempre y cuando la kuvx lleve “la voz cantante” / Ilustración: Daniela Vargas
Inocencio no se opone a que se incluya un piano o un bajo eléctrico en las melodías de su pueblo, siempre y cuando la kuvx lleve “la voz cantante” / Ilustración: Daniela Vargas

Escuchar radio en los años 70 no era fácil para Inocencio Ramos. En la comunidad nasa donde vivía no había muchos transistores y por ello no perdía ninguna oportunidad para oír la música de cuerdas que las emisoras transmitían, y aprenderse de memoria, tan rápido como podía, los temas que sonaban. Quién sabe cuándo tendría la suerte de volver a escuchar radio y coincidir con la misma canción.

Por esos años las comunidades evangélicas llegaban al Cauca y sus canciones penetraban hasta la comunidad indígena nasa. “Mis hermanas mayores permanecían cantando y cantando; en la cocina, en el campo, en todo lado, a toda hora. ¡Y cantaban muy bien!”, dice Inocencio. Él creció escuchándolas entonar melodías religiosas y cuenta que así se formó “el oído musical”.

Junto con su hermano Benjamín se unieron al grupo de cuerdas donde estaban sus tíos, pero entrar no fue fácil. Los mayores eran reacios a tener niños en el conjunto musical; sin embargo, al ver la habilidad que tenían sus sobrinos para marcar la percusión, los tíos los dejaron quedarse tocando la carraca.

“Pero nosotros no queríamos quedarnos tocando ese instrumento, sino que queríamos pasar a tocar las cuerdas. Eso no era permitido”, cuenta Inocencio. “Nos tocaba esperar a que se emborracharan y se quedaran dormidos para que soltaran las guitarras y nosotros tener el chance de tocar”. Con solo memoria, observación y práctica esporádica de la guitarra, los hermanos Ramos aprendieron a afinar e interpretar el instrumento.

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En 1982 llegaron a los oídos de Inocencio los sonidos de la quena, el charango y la música andina. Se apasionó por ella; sin embargo, en ese mismo momento se empezó a cuestionar sobre la ironía de su gusto por la música y su distancia con los ritmos ancestrales de su pueblo nasa. Hubo un giro en su trayectoria musical.

Empezó a grabar a los músicos mayores de su comunidad, “pero una cosa es recopilar las melodías y otra cosa es montarlas para tocarlas uno mismo”, explica. Por ello, desde hace 14 años decidió alejarse de la música andina y acercarse a los sonidos del pueblo nasa, que se interpretan con el kuvx (flauta) y el kwêeta (tambor).

La música milenaria del pueblo nasa tiene un trasfondo espiritual. Un trasfondo en el que la flauta representa el género (flauta macho o flauta hembra), y el tambor representa el trueno. Son melodías que “logran una conexión cósmica armónica, con el mundo de arriba, este territorio, y el mundo de abajo”. Son saberes propios y valiosos y por ello Inocencio había ofrendado a los espíritus poco antes de hablar sobre este tema.

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Lo milenario en el pueblo nasa es la música sin letra. Se toca para los rituales, para los tiempos de cosecha, para la unión familiar, para formar pareja, para celebrar el trabajo y para las mingas (espacios para compartir en comunidad). Lo nuevo en el pueblo nasa es la música con letra, en la lengua propia, que tiene una función social y política porque busca revitalizar la cultura indígena.

Inocencio no se opone, por ejemplo, a que se incluya un piano o un bajo eléctrico en las melodías de su pueblo, siempre y cuando la kuvx lleve “la voz cantante”. Sin embargo, le preocupa que a veces se toca música ancestral sin los instrumentos propios, y que esto conlleve con el tiempo a que estos sean olvidados por los mismos nasas.

Entre los jóvenes indígenas hay diferentes tendencias. “El impacto de la ideología externa es tan fuerte que, así como puedes ver a jóvenes con audífonos extravagantes escuchando reguetón, hay otros que no les da pena sentarse a mascar coca y asistir a los rituales”. Su hijo, que tiene 25 años y toca la flauta y el tambor, es uno de los jóvenes a los que les gusta interpretar la música ancestral y acompañar a su papá en cada oportunidad que tiene para tocar.

Inocencio no se formó en una universidad ni en un conservatorio. Sin pena afirma que nunca aprendió a leer o escribir en el pentagrama, pues nunca le gustó la idea de depender de un papel para interpretar la música. Sus saberes no los certifica un diploma. Los sonidos que crea Inocencio tienen el eco de siglos de sabiduría del pueblo nasa.

Por Jairo Perilla Suárez / jperilla@elespectador.com

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