Durante los días previos a sus presentaciones, el llamado de la banda a sus seguidores era claro: había que llegar temprano, pues el recinto de la ocasión era estricto con sus horarios. Como si se tratara de un proceso de aprendizaje y adaptación colectivos, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo se alistaba para su disruptiva visita las noches del 30 y 31 de mayo de 2025; un viernes y un sábado, para ser precisos.
Para sorpresa incluso de la propia banda, el jueves 29 se conoció que ambas fechas habían agotado sus entradas: el lanzamiento de su nuevo disco, Nochenegra, iba a tener lleno total. La apuesta por un sonido recrudecido y un mensaje aún más existencialista que el de sus trabajos anteriores había logrado conectar con su público, que para antes de las 7:00 p.m. del sábado 31 ya copaba el largo y ancho de los pasillos del teatro.
Los fumadores, al día con la moda
“Escuchar a Nicolás y los Fumadores es sentir a Bogotá, con todos sus elementos cotidianos”, revelaban algunos asistentes. Entre tanto, un modesto puesto de merchandising era el principal atractivo: Bou, una empresa ecuatoriana, fue la encargada de traducir el nuevo proyecto de Los Fumadores en moda. Alexis Martínez, su director general y creativo, reconoció una oportunidad a través de la demanda, no solo de fanáticos, sino de los propios artistas: “Sentí que era el momento ideal para crear un puente entre lo que está pasando en Ecuador y lo que está pasando en Colombia. La moda es un puente de transmitir identidad”, concluyó. La música alternativa está rompiendo fronteras geográficas y del mercado.
A las 8:00 p.m. las puertas del escenario principal se abrieron, y el mar del público —casi un soliloquio del cuero negro— empezó a colorear su platea y sus balcones. Diez minutos después, se abrió el telón y nos encontramos con reminiscencias bogotanas: oscuridad y ruido ambiente en un fondo montañoso. La emoción del público de estar nuevamente en las calles que tantas veces ha caminado se materializó en un vitoreo. Un minuto después, bajó la luna menguante y salió la banda: había empezado la Nochenegra.
Al iniciar, noté que no me daban las cuentas: a las siluetas a contraluz de Nicolás Correa (guitarra solista), Santiago García (voz y guitarra rítmica), Juan Carlos Sánchez (batería) y Luis Felipe Satán Torres (bajo) las acompañaba una adicional, detrás de una escalera de sintetizadores. Algunas canciones después nos enteraríamos que se trataba de Martín Erazo (alias Techo) de la banda ecuatoriana Lolabúm, encargado de complementar los sonidos del nuevo álbum.
Tocando en casa
Eran las 8:12 p.m. cuando la banda comenzó el juicioso repaso del disco celebrado, siguiendo una a una las canciones en el orden en el cual aparecen en el mismo. Todas las cosas en mis manos irrumpe en el ruido de sirenas y tránsito que le antecede. “Ver llover. Fuego en las montañas. Veo salir el sol”, pronuncia el vocalista; el disco es nuevo, pero para el público la historia es de años, y así lo hacen saber mientras corean sus letras. En este tema, al igual que en otros de su discografía, veremos al bajista descolgar su instrumento y colarse tras un sintetizador que amplifica sonidos reverberados.
Comienzan El adversario y Piedra sobre piedra, los sencillos que se lanzaron antes de la publicación del álbum completo. Siguió Nocturno, con la participación de la cantautora chilena Rosario Alfonso. En medio de las canciones, y como es costumbre, hubo espacio para que Juan Carlos, el baterista, se dirigiera al público: “Qué lindo haber podido llenar este teatro y tocar en casa”.
Ya para la interpretación de Nocturno, subió la luna menguante y bajó la luna llena: se entiende que se trata de un proceso que llevará a un nuevo día.
Habían pasado 20 minutos desde que la primera nota musical floreció desde el escenario, cuando el mismo Juan Carlos bajó del altar que le concede su instrumento y se plantó en solitario frente al micrófono principal. “Les voy a echar un cuento”, advirtió. Se trataba de Misterio resuelto, una canción en forma de poesía que el baterista recitó con dedicatoria al citado “maestro don Paulino”. Se nos revelaría que no era nada menos que Carlos Alberto Sánchez, su padre. El ahora rapsoda se emocionó, sin que esto llegara a interrumpir el comienzo de su monólogo.
Acto seguido, ya con la banda en sus lugares característicos, “otro cuento, sobre el triste y hermoso oficio de pararse sobre estas tarimas”. Comenzaba No es trabajo pero cansa, una confesión cargada de la melancolía de quien prefiere la belleza al dinero, “y, sin embargo, de algo hay que vivir”.
En medio de este, Julián Humberto Núñez, amigo cercano de la banda, vestido de traje y corbata, se encargó de elevar grandes carteles hacia el público, emulando ficciones de programas en vivo que el público juiciosamente acató: “Risas”, “Aplausos”, “Buuu!”, decían.
Santiago García, frontman del grupo, se traslada a un piano de cola al fondo del escenario, mientras se excusa: “Disculpen que les dé la espalda. Se darán cuenta que estoy recalvo. Un saludo a mis amigos calvos, que son muchos”. Suena Diablo, qué difícil me la pusiste.
Eran las 8:48 cuando subió la luna llena y bajó una luna creciente. Siguió Fluyan mis lágrimas, quizás la canción más existencialista y vulnerable de las 10 que componen el trabajo. “Noche negra, por favor, alúmbrame la herida. Dame una señal. Desde aquí ya no sé cómo regresar”.
Cuatro minutos después, los cuatro Fumadores se sentaron alrededor de una vieja grabadora mientras sonaba Nochenegra, canción que da nombre al disco y que simula un bolero de antaño. Esta fue el único tema que los músicos no interpretaron.
La luna creciente ya no estaba cuando empezó a sonar la última canción del álbum. Con la luna roja llegó La luz del mundo, cuyo final llena el ambiente de ruido ambiente, ya no de las calles bogotanas, sino de la finca en Zipaquirá donde compusieron y grabaron el disco.
El álbum terminó, el concierto no
La luna roja se transformó en sol cuando la banda ya no estaba en tarima. Su regreso se dio un minuto después: Nicolás Correa se pone unas gafas oscuras, agarra su guitarra y toca un acorde. El público estalla en júbilo pues sabe lo que sigue: El Sol, una de sus canciones más conocidas, contenida en su anterior disco, Dios y la mata de lulo o ¿qué hacer en caso de que haya perdido la luz?.
A las 9:00 en punto la banda está completa en el escenario para interpretar esta canción que, junto a su preludio, dura más de 14 minutos. La voz de individuo García lucha por no ser opacada del colectivo público.
Esta segunda parte del concierto hace un repaso de la discografía previa de Nicolás y los Fumadores, a través de temas como La Gloria, La Pálida y Mal que bien. En Antes de los 30, Paula Pera, una invitada frecuente de sus presentaciones en vivo, se une a la banda. “Estoy muy orgullosa de mis amigos”, afirmó la artista bogotana con voz quebrada de la emoción. Ella conoce, de primera mano, la ardua labor de apostarle a la música como sustento en Colombia.
Siguieron El Verano y Bailando triste, dos de sus temas que más se han incrustado en la memoria de su creciente audiencia. En esta última, el público olvidó la etiqueta propia del recinto, se puso de pie y comenzó a saltar al ritmo de la canción.
Para las 9:51 Juan Carlos volvió a dirigirse al público, esta vez para agradecer a todo el equipo: “Esto es un proyecto de mucha gente. Nosotros —los músicos— solo somos cuatro pobres HPs”.
Cinco minutos después saltó al escenario Lolabúm, la ya mencionada banda ecuatoriana, para interpretar Ciudad cenicero, su canción en colaboración, “Lo goza el Ecuador y lo llora Colombia”, reza.
Después sonó la que parecía ser la última canción de la jornada, El Túnel, el tema de la banda que tiene más reproducciones en Spotify y que plasma la frustración de una generación entera que para sobrevivir, debe escoger entre “pudrirse en un call center” o irse “a comer mierda a otro país”. Al final, salen del escenario.
Pasaron 7 minutos después de las 10:00 p.m. y más de 1.600 almas reunidas en el Teatro Mayor pidieron una más; Los Fumadores respondieron al llamado. Suena Brisa, la narración de un sueño sobre un viaje a Melgar, endulzado con un Vive 100. Al final, Juan Carlos cierra: “Quiero irme con este mensaje, esta moraleja: no tomen Vive 100”.
Eran las 10:18 cuando la banda, sus invitados y todo el equipo detrás de la presentación fundieron en un aplauso con la agradecida audiencia. Era el cierre de un encuentro de música y una puesta en escena dinámica y acorde con el show.
Hace menos de dos años, en octubre de 2023, la banda se presentó en ese mismo edificio pero en su Teatro Estudio, que tiene una capacidad mucho más reducida. En este presente, tras haber agotado las ventas de sus dos noches en el escenario principal, la sensación que me queda es que esta tarima se quedó corta, y que hay algo que está sucediendo. De nuevo, la música alternativa está rompiendo fronteras, y Nicolás y los Fumadores, junto con otros muchos proyectos, se están encargando de que Colombia se agigante en una escena cuya exponencial magnitud puede que aún no estemos dimensionando bien.
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