En las interminables rumbas salseras de Cali aún se conserva el recuerdo de la ocasión en que Eddie Palmieri, fallecido en Nueva York esta semana a sus 88 años, escuchó la forma en la que los programadores musicales ponían a sonar su canción “Palo de mango”, del álbum “Champagne” (1968).
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El truco consistía en tomar el disco de vinilo en donde viene la canción, normalmente de 33 revoluciones por minuto, y ponerlo a sonar en la tornamesa a 45 revoluciones, aproximadamente 1,5 veces más rápido del tempo original de la canción. Esto aceleraba el tiempo, dándole más cadencia al bailador, pero también cambiando por completo el ritmo de la canción. Palmieri, cuentan según la memoria popular de la rumba caleña, escuchó la canción acelerada en el contexto de un concierto suyo en la capital del Valle del Cauca. ¿Su reacción? Cierto desconcierto y disgusto. No era la obra que él concibió, interpretó y prensó, pero era la que el público se había apropiado para cumplir con los requerimientos de baile de pies veloces.
Vicente Toledo Rohena afirma sobre el disco “Champagne“, en un obituario para la Fundación Nacional para la Cultura Popular de Puerto Rico, que es una pieza esencial en la discografía de Palmieri. “Con un sonido refrescante, pero a la vez potente de Eddie Palmieri y su orquesta”, afirma. Este álbum salió el mismo año del fin del primer ciclo de su orquesta La Perfecta. La misma en la que con Ismael Quintana en la voz y músicos como Barry Rogers en el trombón marcaron una época en los primeros vestigios de lo que tomaría fuerza bajo la etiqueta de salsa en la década de los 70.
Sin marco
A pesar de las modas que incluso impactaron sus grabaciones, el sonido de Palmieri, lejos de acomodarse o estancarse, se abrió caminos melódicos que conectaron su carrera tanto con el gran “boom” salsero como con el jazz latino sin que ninguno dictara la última palabra en la identificación de su esencia. Durante la época de La Perfecta grabó dos álbumes con Carl Tjader, reconocido compositor y vibrafonista jazzero, “El sonido nuevo” (1966) y “Bamboléate” (1967). Es decir, su curiosidad estaba a flote entrando en el latin jazz al mismo tiempo en que con su orquesta firmaba parte de sus grandes éxitos como “Ajiaco caliente”, “Sujétate la lengua” y “Estamos chao”.
Esa tendencia marcaría el resto de su carrera, no hubo un marco o formato específico que encuadrara su música en un mismo estilo. Durante los 70, la década más prolífica del fenómeno salsa en Nueva York, Palmieri entró y salió con naturalidad de la escena para producir música en cantidad y, sobre todo, en varias direcciones.
Después de “Champagne” llegó su punto cúspide en cuanto a éxitos salseros, con álbumes como “Justicia” (1969), “Superimposition” (1970) y “Vámonos pa’l monte” (1971). En este último vale la pena rescatar la presencia, como invitado, de su hermano mayor, Charlie Palmieri, quien aparece como organista en el tema homónimo al álbum. “El gigante de las teclas”, como se le conoció, forjó a la par de su hermano una carrera brillante en el piano, con una amplia gama de grabaciones con el sello Allegre.
Regresando a Eddie, en esta etapa también entra en esporádico contacto con el fenómeno Fania. Participó de forma intermitente en ensambles de la constelación de estrellas salseras en conciertos como el del Red Garter (1968) y el Club Cheetah (1971), ambos en Nueva York. Allí empezó la leyenda de la Fania All Stars, y Palmieri fue parte de su historia, pero a diferencia de varios de los integrantes, no fue una etapa que definiera su carrera ni su legado.
Un ejemplo claro de la decisión de ir a su propio paso es el par de premios Grammy americanos que obtuvo en años consecutivos por los discos “The Sun Of Latin Music” y “Unfinished Masterpiece”, en 1976 y 1977, respectivamente, en la categoría de Best Latin Recording, que si bien son trabajos que pueden enmarcarse dentro del movimiento de la salsa, tienen cortes que no encajan en la lógica comercial de esa época como la canción “Un día bonito”, que cuenta con 14 minutos de duración. No quiso entonces que las dinámicas del mercado dieran la pauta para su proceso creativo, y eso le valió el respeto y reconocimiento de sus pares y del público que poco a poco se hizo fanático.
Más adelante, en la misma década, produjo “Lucumi, Macumba, Voodoo” (1978), un álbum con cortes que también sobrepasan los 10 minutos, con una pauta más marcada por el jazz y que contó con músicos como George Young (en el saxofón y la flauta), hermano de Malcom y Angus, miembros estelares de la agrupación de metal AC/DC, y Ronnie Cuber, saxofonista que participó en álbumes de artistas norteamericanos como Eric Clapton, Paul Simon y B.B. King.
Mientras la experimentación de otros salseros se enmarcaba en innovar desde el género con apuestas como incluir ritmos brasileños, o de música disco, y sonoridades experimentales, Palmieri iba por otros lados. Algo que también probaron otros estandartes del género como Rubén Blades, quien llegó a experimentar con el rock.
Ya para los 80 Palmieri trajo de vuelta a dos de los cantantes que pasaron por sus orquestas: Cheo Feliciano e Ismael Quintana, para el famoso álbum blanco de 1981. De nuevo Palmieri se aferraba a su experimentación y con el tema “Ritmo caliente” mantuvo su práctica de temas extensos. Después de este disco entró en un ciclo de producciones salseras como “Palo pa’ rumba”, “Solito” y “La verdad”, que terminaron por sellar su época más brillante en relación con la salsa, decantando su camino durante los 90 y comienzos del siglo XXI en una etapa diferente.
Un parteaguas
No puede dejar de mencionarse que durante la época en que recibió los Grammy, Palmieri introdujo a escena a uno de los más grandes cantantes de salsa romántica: Eduardo “Lalo” Rodríguez, que con 16 años se acopló a las sonoridades del pianista y dejó temas memorables como “Nada de ti” y la ya mencionada “Un día bonito”. Sin embargo, como la mayoría de cantantes salseros, después de un debut más que sobresaliente con Palmieri, “Lalo” decidió iniciar su carrera como solista y adentrarse en otro fenómeno naciente: la salsa romántica.
Este cambio de vertiente, que obedece a la lógica que tomó el fenómeno salsero entre los 80 y 90, marcó la salida temporal de Palmieri de la escena salsera. A diferencia de otros fenómenos que este músico integró a su esencia musical, Palmieri no entró de lleno en la salsa romántica y optó por entregarse a la experimentación con la que había alternado toda su carrera salsera.
A pesar de que volvió a la salsa con grabaciones con Tito Puente (2000), una reunión de La Perfecta a la que llamó La Perfecta II y con una última grabación en 2018 llamada “Mi luz mayor”, en homenaje a su fallecida esposa Irma y en la que participaron músicos como Gilberto Santa Rosa y Carlos Santana, el epílogo de su carrera y su vida estuvo acompañada por un formato de agrupación más reducido que osciló entre todos los hitos que tuvo su carrera.
Con músicos de gran trayectoria como Nelson González, que tocó el tres cubano con grupos como la Típica 73; Jhonny Rivero, que tocó la conga para la Sonora Ponceña, y Herman Olivera, vocalista que cantó con el Conjunto Libre, Palmieri definió un ensamble que si bien no fue definitivo, lo acompañó hasta sus últimos días. Es el mismo grupo que estaba planillado para tocar junto a él en enero, en Puerto Rico, en un concierto al que tuvo que dejar de asistir por cuestiones de salud.
Con su muerte se cierra una etapa prolífica en la música afrolatina. Palmieri presenció el nacimiento de la salsa, pero nunca dejó que marcara su carrera. Puso a bailar al público y se permitió todas las libertades artísticas que estuvieron a su alcance. Es el fin de una época para la música latina, pero la confirmación de un legado que será eterno.