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Rock al Parque 2025: Así se vivió el primer día del festival

Los asistentes al Parque Simón Bolívar disfrutaron, entre otras, de las presentaciones de Tenebrarum, Cemican, Black Pantera y Polikarpa y sus viciosas.

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Daniela Suárez Zuluaga
22 de junio de 2025 - 02:07 p. m.
Festival de música gratuito más importante de Latinoamérica que se realiza en el Parque Simón Bolívar
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Foto: Óscar Pérez
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El cielo de Bogotá amaneció nublado, pero nadie en el Parque Simón Bolívar pareció preocuparse por la amenaza de lluvia. A medida que el reloj se acercaba al mediodía, miles de almas negras, cabelleras largas, chaquetas con parches, crestas fluorescentes y camisetas de bandas legendarias comenzaron a tomar su lugar frente a los tres escenarios de Rock al Parque. El sábado 21 de junio fue una jornada sin tregua, una descarga de distorsión, memoria e identidad que hizo temblar la ciudad al ritmo de gritos guturales, cánticos rituales y proclamas feministas.

Fue un día donde convivieron el blast beat y la flauta prehispánica, donde se cruzaron las guitarras suecas del death metal con las arengas del punk ibérico, las danzas mapuche con el groove sudamericano y la furia juvenil de las bandas distritales. Un día donde el ruido fue también forma de resistencia.

El rugido que abrió la tierra

Herejía, pioneros del hardcore bogotano, fueron los encargados de encender el Escenario Plaza. Desde la primera canción, se notó que no venían a rendir cuentas sino a reafirmar que su voz sigue vigente. “¡Esto es para los que siguen en pie!”, gritó su vocalista mientras el pogo comenzaba a girar como un tornado en medio del pasto húmedo.

Luego, desde Medellín, Tenebrarum y Reencarnación ofrecieron dos caras del metal paisa: la primera, elegante y oscura; la segunda, salvaje y sin filtros. El público —un mar de camisetas negras— coreaba letras con décadas de historia como si hubieran nacido ayer. Fue un acto de comunión generacional.

Y entonces llegó Hirax. Katon W. De Pena apareció en escena con una sonrisa que desarmó al más serio de los metaleros. “¡Colombia, por fin estamos aquí!”, gritó, mientras el escenario se transformaba en un campo de batalla de riffs. Su thrash rápido y preciso fue una descarga de adrenalina pura.

Belphegor, por su parte, fue un viaje al inframundo. Envuelto en humo y luces rojas, su set fue más un ritual que un concierto. Con pintura cadavérica, cruces invertidas y una ejecución impecable, los austriacos dejaron claro que el blackened death metal no es solo ruido: es atmósfera, es liturgia.

El cierre del Plaza estuvo a cargo de Dismember, y ahí sí no hubo dudas: fue historia pura. El death metal sueco retumbó con la fuerza de un invierno vikingo. Para muchos, verlos por primera vez en Colombia fue un sueño cumplido entre growls, pogos y agradecimientos en español con acento nórdico.

Voces que incomodan: feminismo y protesta

Desde temprano, Mortalem y Okinawa Bullets calentaron el ambiente con distorsión y actitud callejera. Pero la jornada tomó un giro político y visceral cuando subieron al escenario Sin Pudor y Polikarpa y sus Viciosas. No se limitaron a tocar: interpelaron, cuestionaron, se plantaron.

“Esto va por las que ya no están”, dijo una de las integrantes de Sin Pudor, antes de una canción que terminó con puños en alto y lágrimas en los ojos. Polikarpa, por su parte, hizo estallar el escenario con una versión demoledora de “Basta ya”, que terminó con el público coreando “el punk también es feminista”.

Desde Chile, Mawiza llevó al público a un lugar diferente. Con trutrucas, gritos mapuche y guitarras pesadas, hicieron vibrar la tierra con un mensaje de resistencia ancestral. Fue uno de los momentos más emotivos del día.

Parabellum, veteranos del punk español, demostraron que la rabia no envejece. “Aún queda mucho por gritar”, dijo su vocalista. Y vaya si lo gritaron. La descarga final vino desde Argentina con A.N.I.M.A.L., que desató un pogo masivo al ritmo de “Solo por ser indios”. Con un sonido afilado y un discurso latinoamericanista, cerraron el escenario con un mensaje claro: en la furia también hay identidad.

Ritual, fuego y raíces en el escenario Eco

El escenario Eco fue el más ecléctico, pero también el más espiritual. Dead Silence y Rain of Fire dieron cuenta del talento emergente colombiano en los terrenos del metalcore y el death melódico.

Pero todo cambió cuando subió Cemican. Ataviados con penachos, huesos, tambores y flautas prehispánicas, los mexicanos ofrecieron una experiencia total. Fue un concierto y una ceremonia. Muchos se quedaron en silencio, otros levantaban los brazos. Cuando tocaron “Guerreros de la Muerte”, la conexión fue total: Bogotá fue, por un momento, Tenochtitlán.

Black Pantera, desde Brasil, ofreció una descarga de groove y activismo afro. “Este escenario es para quienes nunca tuvieron uno”, dijeron, mientras desbordaban energía con su mezcla de metal y denuncia social. En tiempos de polarización, su presencia fue también un acto de justicia simbólica.

La música como lugar común

Al caer la noche, miles de personas salieron caminando entre charcos, sudor y cerveza. Algunos hablaban de Belphegor, otros de Polikarpa, otros del ritual de Cemican. En el Simón Bolívar, como cada año, convivieron universos que fuera del festival tal vez nunca se habrían tocado.

Eso es Rock al Parque: un lugar donde las diferencias no dividen, sino que se amplifican en diversidad sonora. Un espacio donde los gritos no son ruido, sino historia. Y donde el sábado no fue solo un día más: fue un acto colectivo de libertad.

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