Roger Waters, tras el concepto del rock

Después de un largo periplo por América Latina, el bajista, cantante y compositor británico visita de nuevo Colombia. Ahora llega arropado por “Us + Them Tour”, su gira entre nostálgica al recordar sus éxitos con Pink Floyd y contemporánea por incluir las creaciones recientes.

Juan Carlos Piedrahíta B.
21 de noviembre de 2018 - 02:00 a. m.
British rock icon and activist Roger Waters attends a conference on the Palestinian situation at Matucana Cultural Center in Santiago, on November 13, 2018 Pink Floyd's founder is in Santiago to perform in a concert. / AFP / Martin BERNETTI
British rock icon and activist Roger Waters attends a conference on the Palestinian situation at Matucana Cultural Center in Santiago, on November 13, 2018 Pink Floyd's founder is in Santiago to perform in a concert. / AFP / Martin BERNETTI
Foto: AFP - MARTIN BERNETTI

La industria musical moderna obliga a los artistas a publicar sencillos y respaldarlo con un contenido audiovisual. Roger Waters, desde hace décadas, fue mucho más allá porque se encargó, junto con otros nombres de relevancia, a conceptualizar a partir del rock, un sonido que traía poder, rebeldía, originalidad, pero que, a oídos del británico, le hacía falta algo, un desarrollo singular. (Le recomendamos leer: Roger Waters en Bogotá: recomendaciones para ir al concierto).

La diferencia, a decir verdad, estaría en el concepto, lo que se traduce en que los puntos de comparación entre las propuestas ingeniadas, intervenidas o impulsadas por Waters y aquellas gestadas por otra mente brillante del rock saltarían fácilmente a la vista. En lo conceptual se basó el inglés para entender el género desde aristas diversas al rock and roll, al metal y a la psicodelia reinantes durante la década del 70 en la música.

El concepto puede ser el aporte más importante de la banda Pink Floyd, una de las iniciativas consentidas de Waters, a la música contemporánea, porque modificó la escucha del rock como un movimiento de canciones, a contar historias y recrearlas a lo largo de un álbum completo, a la usanza de una historia de largo aliento que necesita nueve, doce, quince temas para esbozar la trama, plantearla y proponer un desenlace.

Por eso, disfrutar a Pink Floyd sin el cercano scratch (el rasgado) del acetato representa casi lo mismo que escuchar sus álbumes con él. La razón es muy sencilla: la música de esta agrupación, y de cualquiera de sus integrantes actuales o de antaño como David Gilmour, quien estuvo en Cali en 1992 en un concierto que es mejor olvidar por la salud de la memoria rockera del país; o Roger Waters, quien visita por segunda vez este territorio, supera la conquista auditiva, porque su sonido es capaz de entrar en el cuerpo sin transitar por la vía directa entre los oídos y el cerebro.

El arte de los músicos que han figurado en cualquiera de las tapas o contraportadas de Pink Floyd puede ingresar por el estómago, cuando las vibraciones del bajo ejecutado por Roger Waters asumen su faceta más intensa o cuando los acordes de la guitarra de David Gilmour protagonizan una de sus faenas memorables en la música de la segunda mitad del siglo XX.

Roger Waters, David Gilmour, Syd Barrett, Nick Mason, Richard Wright y Bob Klose, nombres vinculados antes o ahora con las dos palabras que resumen el arte conceptual de Pink Floyd, son algo más que unos estrategas del sonido. Sus propuestas, además de acceder a través de las vibraciones, también logran entrar a los confines humanos por los ojos, cuando se trata de ideas complejas como la mayoría de los ejercicios experimentales de la banda británica, en los que las imágenes y el juego de luces son casi tan contundentes como el propio contenido sonoro. Otra posibilidad de aproximación es por medio del espíritu, ese órgano intangible que para algunos está en todas partes y para otros en ninguna, pero que tomado de la mano con esta corte de maestros del rock puede encontrar su máximo grado de evolución.

Pink Floyd, como colectivo o como denominación personal con nombres y apellidos (como David Gilmour y Roger Waters, los más mencionados) no es progresivo porque a algún crítico intrépido le dio por catalogarlo de esa manera, encasillando un estilo que ni antes ni ahora ha tenido límites y, así, facilitarles la vida a quienes son felices ubicándolo todo dentro de cuadrículas. Pink Floyd es una banda progresiva, simplemente, porque mira hacia adelante.

La agrupación, que comenzó actividades artísticas en 1964, lidera todo un movimiento que a partir de la psicodelia se esmeró en abrir otros canales de comunicación, mientras los demás se empeñaban en saturar un solo registro siguiendo alternativas exitosas. Con Syd Barrett intentó ser diferente. Con David Gilmour y Roger Waters lo consiguió en definitiva, al pisar terrenos casi inexplorados como el rock sinfónico y el arte progresivo.

Poco se hablaba de “obras” en el rock y mucho menos se les ponía el apellido de conceptuales. Los integrantes de Pink Floyd comenzaron a abrir la senda al componer álbumes completos, sin cortes, en los que un tema estaba ligado con el siguiente, algo impensable en este tiempo dominado por sencillos (singles) de no más de cuatro minutos de duración con la única finalidad de ser radiados y conjugar el verbo “estar” dentro de los listados de popularidad.

Roger Waters se sacude nuevamente del mandato y del deber ser, tal y como lo hizo en los 70, para realizar una extensa gira mundial. Llegó a América Latina hace varias semanas con su Us + Them Tour y no se ha guardado comentario alguno sobre la realidad social que viven los países de este segmento del planeta.

Colombia está lista para recibir al británico con la carga de nostalgia que implica interpretar sus éxitos cuando portaba con orgullo la camiseta de Pink Floyd, pero también lo está para encontrarse o reencontrarse con las creaciones más recientes de su catálogo, con las que sigue experimentando y poniéndose a tono con el rock en su más puro arte conceptual.

Roger Waters: “Us + Them Tour”. Noviembre 21. Estadio El Campín, Bogotá. Información y boletería: www.tuboleta.com

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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