The Silver Thunders, la redención de una banda

Un sello español edita, por primera vez y en vinilo, el único álbum del grupo, grabado hace 51 años sin que ninguna disquera quisiera prensarlo en su momento. Este es un fragmento de uno de los textos que acompañan el disco.

Jaime Andrés Monsalve B.*
10 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
La banda dejaba de llamarse The Silver Thunders para dar paso a un nuevo nombre: Los Yoguis. / Archivo particular
La banda dejaba de llamarse The Silver Thunders para dar paso a un nuevo nombre: Los Yoguis. / Archivo particular

La primera vez que los gemelos Orlando José y Edgardo León Córdoba Reyes escucharon a Los Beatles fue en 1964, seguramente gracias a algún otro compañero de estudios del colegio Emmanuel d’Alzon, de Bogotá. Ahí se acabó el interés del primero por la música andina en guitarra, y del segundo por el aprendizaje del acordeón vallenato.

Un día de canciones, los hermanos terminaron la jornada en la casa del músico Manuel Martínez Pollit, director de orquesta de sonido tropical y padre del pianista Edy Martínez. Allí les sugirió conformar una banda, para lo cual, de paso, les recomendó a su propio timbalero, Carlos Orlando Caliche Cardona, quien ya se hacía notar como un tremendo baterista en ciernes. En diciembre de 1966, una vez reclutado el bajista Germán Mariño, el cuarteto hizo su debut en la discoteca La Fiebre, con Orlando como guitarrista puntero y Edgardo como guitarra rítmico y cantante.

No pasó mucho tiempo antes de ser contratados por la discoteca La Caverna en Chapinero, barrio que se iba transformando en el enclave hippie más grande y recordado de Colombia. Aquello coincidió con la salida de Germán, el bajista: fingiendo embarazo, su novia había urdido un refinado plan para sacarlo de ese mundillo sin futuro de trasnocho y alucinógenos. En su reemplazo llegó Sigifredo Niño, quien venía de ser guitarrista puntero de la banda Los Lasers, habitual en el Teatro La Comedia. Su entrada hizo que Orlando, que ocupaba ese lugar, tuviera que apañárselas con el bajo.

Fueron tiempos de tocar en muchos escenarios, de lo más doméstico a lo más sórdido, pasando por el siempre anhelado Teatro Colón, donde los pioneros Daro Boys habían registrado la primera grabación en vivo del rock colombiano unos años atrás. Finalmente los estudios universitarios llamaron a Sigifredo, cuya partida dejó de nuevo a la banda sin guitarrista líder. La respuesta a esa búsqueda la encontraron muy pronto, una noche, en la discoteca La Jaula, donde los Córdoba y Caliche fueron a parar durante un intermedio de su toque en The Ship, un pequeño lugar con decoración de barco y sensuales meseras vestidas de marineras. En La Jaula, un hábil guitarrista estaba dando lecciones de punteo.

Ese nuevo guitarrista llamado Jorge López, junto con Carlos Cardona y los hermanos Córdoba conformó la nómina más conocida y duradera de los Silver Thunders. Juntos tuvieron temporadas en sitios como La Jaula, El Diábolo y La Bomba, y tocaron en la Casa de la Cultura, el Club Militar, la Universidad Nacional y el Teatro Colombia, en el que para ellos fue su mejor concierto. “Teníamos unas bailarinas contratadas que ayudaban a animar a la gente –recuerda Jorge–. Como en un recital de los Beatles, hubo mujeres desmayadas; unos tipos se treparon al escenario y me pisaron la pedalera: tuve que empujarlos hacia el foso de la orquesta. En vez de sentarse, la gente se paraba en los espaldares de las sillas. Menos mal quienes armaban los conciertos eran los colegios y se responsabilizaban por los daños”.

Un día cualquiera de 1969, la banda se vio sin baterista: en reemplazo de Guillermo Acevedo, Caliche fue reclutado por Los Flippers. Allí cobró alas también como cantante, y prácticamente se convirtió en el líder de la propuesta que desembocó en uno de los mejores trabajos de la historia del rock colombiano: Pronto viviremos un mundo mejor (1973), titulado así por una canción de su autoría.

Como si se hubiera tratado de una suerte de planificado intercambio, a The Silver Thunders llegó como baterista el sobrino del ex Flipper Acevedo, Eduardo, conocido como el Sardino, que al igual que Caliche en su nuevo hogar también se las apañaba para cantar mientras golpeaba los tambores. En ese mismo momento fue aceptado un quinto integrante, Hernando Orjuela, amigo que siempre les sugirió incluir teclados –los suyos, claro– en la banda.

Su sonido también estaba cambiando, y se empezaron a colar el jazz y la música tropical, algo con lo que Jorge no comulgaba, pero que se correspondía con lo que iba pidiendo un público más adulto. La banda dejaba de llamarse The Silver Thunders para dar paso a un nuevo nombre: Los Yoguis.

Una noche de ensayo en la que el tema de los estudios universitarios se impuso, Jorge decidió dar un paso al costado, argumentando la imperante necesidad de construir un telescopio “para dedicarse a ver las estrellas” y de continuar con sus estudios de Ingeniería Electrónica. Tuvieron que pasar más de 40 años para que el guitarista se enterara de que el grupo continuó trabajando algunos meses sin él.

Corría 1970 y también los escenarios cambiaban. De aquellas discotecas que exudaban hipismo y rebeldía, Los Yoguis ahora pasaban a bazares familiares y a fiestas de salones comunales. Habían sido contratados los domingos para compartir escenario con la banda de música tropical Los Astros en Panautos, un concesionario de automóviles Ford que el fin de semana se convertía en club de empleados. Allí estuvieron por un buen tiempo hasta que un día no los convocaron más. Curiosos por saber el porqué del desplante se acercaron un domingo para descubrir, con sorpresa, que en su reemplazo estaban tocando los Flippers y su flamante baterista, Caliche Cardona.

En busca de un nuevo aliento apareció en el camino Hernando Ernie Becerra, guitarrista de la banda The Flower Power, al que contrataron entre otras cosas porque tenía un amplificador Fender de última línea, aunque sólo quería tocar sus propias composiciones, temas instrumentales que para Orlando y Edgardo resultaban ser poco menos que ruido. “Estuvo con nosotros tres meses –recuerda Orlando–. Nosotros nos lo aguantábamos, pero un día Eduardo el baterista y él se perdieron. Y pasó que dizque habían hecho un conjunto en otra parte, y quedamos viendo un chispero”. Becerra y Acevedo acudieron al llamado del bajista Guillermo Marciano Guzmán para acompañarlo en su proyecto, La banda de Marciano, y después conformaron Crash, agrupación determinante de la segunda generación del rock nacional.

Fue cuando decidieron que había llegado el momento de consagrarse al estudio. “Lo primero que vendimos fue el equipo de voz con dos torres que eran grandes como unas neveras y un mezclador para los micrófonos –cuenta Orlando–. Lo demás lo negociamos con Los Astros y con otros compradores”. Al cajón también fueron a parar la cinta y el disco cortado que grabaron en 1968, con música que nunca vio la luz.

* Jefe musical de Radio Nacional de Colombia

Por Jaime Andrés Monsalve B.*

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