Todos lloran a Martín Elías

Sus seguidores y sus compañeros de arte están inconsolables. Por eso lo acompañarán también cuando su cuerpo descanse para siempre en el mismo lugar en el que están su abuelo, Rafael María Díaz; y su padre, Diomedes Díaz Maestre.

Félix Carrillo Hinojosa*
16 de abril de 2017 - 05:18 p. m.
Cristian Sane
Cristian Sane

No hay un rincón del País Vallenato que no haya sentido la partida del joven artista Martín Elías. Desde su fallecimiento, el 14 de abril, a las 12 del mediodía en tierras sucreñas, hasta su llegada en horas de la noche a Valledupar, tierra que lo vio nacer el 18 de junio de 1990, la tristeza invadió al parque de la Leyenda Vallenata Consuelo Araujo Noguera, escenario acostumbrado a ver su alegría en cada concierto y el sonido, de las contiendas musicales que brindan los acordeones cada año en las finales de un festival, que arranca con un preámbulo, lleno de notas tristes.

La romería de gente, venida de tantos lugares, empezó a llegar al templo del vallenato y apostarse en fila india, con tanto llanto en sus rostros y dolor en el alma, que sus voces eran solo eso.

Pero quién es ese muchacho, que en tan corto tiempo supo ganarse el afecto de un público regado en Colombia y muchos lugares del mundo. Su historia arranca cuando dos muchachos de la Junta se enamoran. Ellos hicieron de todo para que ese amor se impusiera. Él le hacía versos, que recibía con inocencia la jovencita de color canela. Un día cualquiera, ellos deciden fugarse y darles rienda suelta a sus pasiones. De ahí nace un muchachito que su padre, mirándolo al rostro y después tenerlo entre sus brazos, decidió en un acto premonitorio, decirle, “tú serás el gran Martín Elías”.

 Y ese hijo de Diomedes con Patricia creció como todos los niños del barrio. Jugando futbol, haciendo las travesuras propias de los de su edad, fue al colegio, pero todo indicaba que estaba para hechos grandes.

 Un día su padre se va sin despedida y ya Martín Elías había dado muestras de que lo suyo era la música. Había hecho versos en presencia de sus padres, en presentaciones de Diomedes con otros artistas y él, había vivido en carne propia como su hermano, Rafael Santos, se enrutaba por la música. Sin que ello fuera óbice, Martín Elías se metía por los lugares impensables en busca de exponer lo que llevaba por dentro. Él hacía muchas de las acciones que su padre construyó siendo joven. Era una réplica sin proponérselo y esa aurea empezó a brotar en el alma de Martín Elías, que conservó hasta que llegó la muerte y se lo llevó.

Él empezó a ver cómo la gente lo recibía con el mismo cariño que le brindaron a su padre. En poco tiempo, la audiencia crecía en tantos lugares, que lo llevaron convertirse en la figura que tenía la magia, el encanto y la gracia, para reafirmar todo lo hecho por su padre y abrirse camino para ser, un convocante de masas, que le seguían a todo él llegaba.

 Todos sus seguidores, sus compañeros de arte y aquellos que cotidianamente le acompañaban, están inconsolables, porque con su partida pierde la música vallenata a un importante valor masificador de la misma, se notará su ausencia, la misma que se ha experimentado con su padre, ese liderazgo asumido por él, no tiene reemplazo.

Las escenas de dolor, no hay como describirlas. Son tan diferentes y a la vez reflejadas con el mismo dolor, que ese pueblo que le seguía, llora y se pregunta por qué ese final. En un rincón, dos mujeres vestidas de negro, se confunden en una sola tristeza. Es la madre de Martín Elías, quien entre sollozos exclama “Se fue mi estrella fugaz”, al tiempo que casi en coro lleno de dolor, su esposa replica, “no puede ser”.

 Ellas reciben abrazos solidarios del gobernante, del gestor cultural, del hombre de a pie, todos en una fortaleza que brinda el arte en momento como estos.

Lejos de allí, pero más cerca de lo que todos piensan, una abuela adolorida, reza y manda un mensaje, que tiene toda la fuerza humana necesaria para acogerla: “no me dejen a Martín solo. Por mi salud no puedo ir, pero él sabe que estoy viéndole su rostro y risa de niño bueno”. Es Elvira Maestre Hinojosa, que vio en su nieto la proyección de una historia que con creces había hecho su hijo, Diomedes Díaz Maestre.

Toda esa gente que acompaña a la familia artística vallenata en este mal momento, está de pie. Firme como siempre lo ha hecho. Es la misma que estuvo este domingo en el mismo lugar donde está el cuerpo del Gran Martín Elías en cámara ardiente, para que ese pueblo que lo exaltó escuchara las voces de los destacados cantores nuestros, entre ellos, Silvestre Dangond, “Poncho” Zuleta, Jorge Oñate, Rafael Santos, Silvio Brito, Iván Villazón, Beto Zabaleta, Jean Carlos Centeno, Orlando Liñan, Elkin Uribe, entre otros, quienes rezaron cantando los versos musicalizados, para despedir a un muchacho bueno. El lunes se hará una misa cantada en su honor para despedir su cuerpo y su alma musical, al mismo lugar donde está su abuelo, Rafael María Díaz; y su padre, Diomedes Díaz Maestre. Será la despedida, al lugar del más allá, donde reina la muerte. Allí se juntarán tres tiempos y un solo corazón, de tres seres buenos que a su manera vivieron la vida y que al final de todo, tanto padre como hijo, nos musicalizaron nuestro espíritu.

 Todos pueden pensar que la grandeza que encerraba Martín Elías en su alma solo tenía el tinte de lo artístico. Creo que su humildad, don de gente y su mano generosa y tendida siempre, era la mayor fortaleza que contribuyó a hacer de sus virtudes musicales, una muestra sincera. Él había vivido en carne propia los vaivenes que la fama brinda. Sabía de los fantasmas que acosan a las figuras que, como él, quieren abrirse a mejores logros. Por eso su muerte nos tomó a todos de sorpresa. Estoy seguro de que a él también, quien había amanecido en un evento en Coveñas, brindando sus canciones, lo que mejor sabía hacer.

Muchos consideran que lo vivido por Martín Elías, “no es más que la consecuencia de una mala infraestructura vial”, “la irresponsabilidad de una juventud artística vallenata que pone en riesgo su vida y que poco aprende de tantos hechos dolorosos vividos” y “que los fantasmas y camaleones, rondan a diario a la misma”.

Lo real de todo, es que la joven promesa que transitaba a la consolidación, ya no está con nosotros. Sus 26 años cumplidos le dieron una corta oportunidad de dejarnos su canto, su forma de ser y ante todo, un importante aporte a la música vallenata. Pero se fue, sin disfrutar en pleno lo que él veía venir.

Él, al igual que a su padre, hay que recordarlos con alegría. Su música encierra eso. Sus vidas se llenaron al igual que la de sus seguidores, de grandes estados hedónicos, que a manera de impronta, circula en el sentir de cada uno de nosotros.

No le temamos a la muerte, sino al olvido. Porque sin lugar a dudas, “en ese sueño profundo, la vida se vuelve nada” como decía Juan Polo Cervantes. 

*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural.  

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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