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Vallenato en Bogotá, aquí estoy pero mi alma está allá

Un recorrido por cuatro bares en la capital que promueven la cultura vallenata, liberan el folclor caribeño, y muestran que ese género sigue estando tan vivo como el sentimiento mismo de los juglares que alguna vez lo interpretaron.

Ximena Montaño Rozo - Julio César Galeano González

28 de abril de 2018 - 12:07 p. m.
En Bogotá también se puede disfrutar en pleno la fiesta vallenata. / Archivo particular
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Lejos de estar en tierras vallenatas, a 866.6 km del departamento del Cesar, en la capital de Colombia no se siente el olor a limoncillo y a guayaba del caribe, o los aromas provenientes del mar que se mezclan con el verde fresco de la sabana; pero en la noche, al igual que en las calles que recorrió Escalona, en Bogotá se vive la parranda, se mueven las caderas, la gente se alborota al ritmo de caja, guacharaca y acordeón; hay fandango pa’ bailar. Los de la provincia sabanera no se quieren ir de la tierra de Fonseca, porque en Tierradentro, La Maye, La Caci-k y la Celosa también se vive el festival. Cuando todos se querían ir para el Valle, se empezó a escuchar en el aire frío de Bogotá un paseo bien tocado, desde entonces ni los provincianos, ni los capitalinos necesitan del río Tocaimo para pensar en Matildelina, porque en la capital, desde que llegó el vallenato, al igual que Leandro Díaz, nos enamoramos sin ver los ojos ni la cara.

Tierradentro luce el sombrero que adornó la cabeza de García Márquez y Alejandro Durán, esa que tiene su origen en la región del Sinú, los colores negro y caqui del sombrero vueltiao acicalan el establecimiento por fuera y por dentro, ubicado en la 51 con Séptima, en plena zona universitaria, se convierte en la carretera más rápida para llegar a las tierras que vieron nacer al rock colombiano, y como memoria que no olvida, en medio de las finas líneas del tejido, en las paredes aparecen imágenes de Escalona, Emilianito, Nafer Durán y otras leyendas del vallenato.

En este lugar, todos son bienvenidos a Valledupar, están a 225 de Carmen de Bolívar, a 382 de Barranquilla, a 164 de Santa Marta, y se hace un PARE por los mil litros de Old Parr; eso es lo que se lee en las postales que cuelgan de algunas columnas de lo que parece ser la tierra caribeña dentro de la denominada nevera. Es una colonia de la costa en la capital, costeños de todas las edades se dan cita a escuchar vallenato y bailar reguetón, salsa y merengue. El calor se siente, se vive la recocha, hay monocuco, perrenque, gaita y corotos. No se escuchan, pero si se leen las CHs de eche, enchicharse y el pechiche.

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Cuando se está lejos y se sufre el guayabo de querer estar en el Valle y se tiene ganas de coger camino sobre la cumbre de la montaña o si se quiere recordar a Escalona, ya no hay que volar pa’ visitarle, si hace falta inspiración mejor coger camino para La Maye, la musa del maestro Rafael Calixto, la mujer que estuvo en la vida del Cervantes del vallenato, protagonista de sus historias y de las nuestras.

Ay! Maye me mandó a llamar

como que me quiere ver

acabo e´vení de allá y ya me mando a llama’ otra vez

Maye me mandó a llamar, sé lo que me va a decir

me acabo de levantar, quiere que vuelva a dormir.

Ay! Tranquilízate Maye

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deja a Rafael tranquilo.

Las mujeres según ella, todas son de Rafael

Pa´viví con esta pena, vivo solo y sin mujer

Lo que voy a contá’ ahora van a pensar que es locura

Porque salude a una monja me dijo metete a cura.

Ubicado en la 148 con 19, con tejido de sombrero vueltiao y epígrafe dorado, La Maye Bar también recibe a los que añoran la tierra del nombrado Castro Monsalvo. Las paredes se rodean de ídolos vallenatos, de los últimos tiempos, Silvestre Dangond y Jorge Celedón a todo color; y otros quienes ya no nos quedan sino sus canciones y resucitan en cada parranda. Aparecen en blanco y negro como el “Cacique de la Junta”; cuánto no diéramos Diomedes Díaz por pintar esa imagen de mil colores, borrar el mundo a blanco y negro, y que todos esos juglares y cantantes que adornaron el país con vallenato fueran eternos. Un cóctel de vodka con jugo de naranja, gratis, recibe a aquellos que vienen a ver a Pipe Mendoza, acordeonero cachaco con raíces costeñas, participante del Festival de la Leyenda Vallenata, que en sus dos tandas pone a todo el mundo de pie, a que agarren a su pareja y juntos muevan los hombros para adelante y para atrás, pues aquí la parranda es pa’ amanecer y al que se duerma no nos queda otra que motilarlo.

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En Bogotá el mito de Consuelo Araújo Noguera también es una realidad. La Cacica, la mujer que universalizó el vallenato cuando apenas se podía tocar a escondidas. Ay! tiempos aquellos, en los que la policía llegaba a frenar cualquier pronóstico de parranda, y el vallenato se escuchaba en las fiestas de las familias poderosas, únicamente cuando la gente ya muy borracha, casi a punto de perder la conciencia, se ponían a bailar con sus trabajadores y les ordenaban que tocaran esa música de pobres que era bien sabrosa pa’ bailar; y ella en compañía de Escalona y de López Michelsen crearon el Festival de la Leyenda Vallenata en 1968. Tranquila Cacica, el vallenato no va a morir.

Adiós Consuelo te fuiste del valle

y a todo el mundo le dejas tu historia

que Dios te tenga rodeada de ángeles

allá en el cielo colmada de gloria.

En La Caci-k ubicada en la 93 con 15, se organizan eventos con diferentes artistas que hacen honor al folclor combinado con la ranchera mexicana. Las mariposas vuelan en la entrada, que elegante se muestra a los visitantes, deben ser las amarillas que se le escaparon al Nobel, quien dentro de La Caci-k ya tiene un lugar especial; la imagen del escritor de Aracataca cuelga en las paredes, acompañado de lienzos que recuerdan el día de los muertos en México con catrinas y la guadalupana. Es noche de fiesta y en las paredes que perpetúan a  Consuelo Araujo, empieza a retumbar esa música que arruga el sentimiento como lo decía García Márquez al hablar del vallenato. Los que están en el piso de abajo, cerca a los artistas, tienen un boleto más costoso, pero los que están en el segundo piso no escatiman momento para asomarse al balcón como lo hacía la morena de Diomedes Díaz en la ventana marroncita a escuchar esas canciones bien bonitas que también se cantan con el alma. 

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Juanita Fula esperaba sentada en su mecedora. Miraba el reloj con desespero. Pasaba la noche en vela inútilmente porque su marido Sergio Moya Molina no regresaría por la tarde sino que volvería al siguiente día en la mañanita, y a pesar de que las intenciones de él eran que su esposa se quedara en casa descansando, para tenerla siempre bien conservadita, ella a punta de celos y muy poco complaciente lo ajuició y no dejó que el compositor siguiera gozando la vida. Esta historia real hecha canción tiene su sede en Bogotá, La Celosa cantina está ubicada en la calle 24C con 75. Vallenato del viejo y música popular, aquí no solo hay cuadros de Silvestre Dangond ni de Peter Manjarrés, los cuadros de Paola Jara y Yeison Jiménez abundan en el lugar. En los pequeños bancos de modelia todo el mundo se acomoda, las parejas que antes bailaban solo quieren deleitarse con el sonido del acordeón y suenan diez canciones no aptas para despechados, vallenatos que recuerdan a esa persona que tanto daño hizo, que alivian las tristezas y que resultan siendo el abrebocas para una tanda, de más de una hora, de música popular donde a esa misma persona se le manda a chillar a otra parte.

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Que se cuente en la leyenda que en esta tierradentro de Bogotá se escucha fuerte el acordeón, siempre hay una celosa, está la maye y la caci-k pa bailar. Que emoción poder estar en la capital con el alma en valledupar; ya no hace falta estar en la Sabana para escuchar el repiquetear, que hacen sentir que aunque el cuerpo está aquí, el alma esté allá.

 

 

Por Ximena Montaño Rozo - Julio César Galeano González

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