Voutchkova y Carroll, protagonistas de un domingo para el olvido

Reseña sobre la presentación de la violinista Biliana Voutchkova y el compositor Roy Carroll realizada en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Los artistas también visitaron Armenia y Tunja.

Alexander Klein*
31 de agosto de 2018 - 01:23 a. m.
La violinista Biliana Voutchkova y el compositor Roy Carroll presentaron un recital de música experimental en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
La violinista Biliana Voutchkova y el compositor Roy Carroll presentaron un recital de música experimental en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Es común que la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango reciba muy buena concurrencia de público los domingos en la mañana. Después de todo, el domingo en Bogotá es sinónimo de paseo, de ciclovía, y de todas aquellas actividades que suelen compartirse con la familia. Por esta razón, no me sorprendió ver un auditorio prácticamente lleno, día en que la violinista Biliana Voutchkova y el compositor Roy Carroll presentaron un recital de música experimental. Dada esta mezcla de repertorio contemporáneo y de un público en el que incluso hubo niños, me dio más bien curiosidad ver cómo reaccionarían las personas que asistieron al concierto.

La música, como podría esperarse de un concierto de tal naturaleza, fue un tratado de disonancia de principio a fin, conformado únicamente por tres obras que tenía como protagonista al violín. La principal de estas, titulada Augmented Studies del compositor austriaco Peter Ablinger, contó con la inclusión de medios electrónicos, los cuales pregrabaron el sonido del instrumento para duplicar lo que Voutchkova interpretaba, lo cual no era más que sencillos glissandi (deslices) sobre el diapasón del violín. Lo interesante de la obra, desde luego, consistió en la simultaneidad de dichos deslices, pues estos se multiplicaron por siete violines y todos sonaron a distintas velocidades. Fascinante. El problema, sin embargo, es que pasados más de quince minutos, la novedad de este juego sonoro se esfumó por completo y el público –incluido yo– cayó en un estado de distracción que solo sucede cuando la mente se acostumbra a un sonido monótono que casi nunca varía y, peor, que se asemeja más a algún ruido de una ciudad como Bogotá que a una composición musical.

En alguna otra ocasión he dicho que la música experimental y contemporánea adolece de un gran problema que lo asemeja al arte conceptual, y ese problema es que la teoría detrás de la obra suele ser más interesante que la propia obra, defecto que va en detrimento a las intenciones de su creador. Con Augmented Studies sentí esto, pues con toda sinceridad confieso que encontré mucho más interés en leer las notas del programa que en escuchar lo que ellas describían, tal como suele suceder cuando leemos la teoría que yace detrás de los lienzos blancos que pasan por arte en más de una sala de exhibición. Al decir esto, no quiero menospreciar el quehacer de las personas que trabajan en pro del arte contemporáneo, pues seré una de las primeras personas en aplaudir la valentía que tomó presentar este repertorio en un horario dominical. Lo que busco con mis palabras, al contrario, es que los músicos experimentales se pongan la mano en el corazón y se pregunten a sí mismos por qué su obra aleja más públicos que los que atrae, y que hagan esta reflexión no como teóricos de la música sino como seres humanos que viven en una comunidad donde la mayoría de personas no saben distinguir una redonda de una corchea.

Al escuchar la obra principal del concierto yo mismo intenté hacer este ejercicio y los resultados fueron dicientes. Por un lado, el teórico y compositor en mí escuchó los veinte minutos de glissandi simultáneos con gran interés, entrenado como estoy para apreciar la gran labor y el trasfondo teórico que hay detrás de la obra. Por otro lado, sin embargo, decidí ponerme en los zapatos del público que me rodeaba y no pude evitar reconocer que el experimento sonaba más a un avión que intentaba despegar (y nunca lo hacía) que a una obra musical. Al decir esto, no tengo duda de que seré acusado de tener una mente cerrada, incapaz de abandonar los prejuicios que todo oyente (incluso el músico) tiene cuando escucha una obra. Como bien lo recuerda el compositor Rodolfo Acosta, autor de las notas del programa, los humanos pasamos la mayor parte de nuestras vidas pensando en lugar de simplemente percibir el mundo que nos rodea, lo que perjudica la experiencia de escuchar un repertorio como el que nos presentó Voutchkova.

Siguiendo esta línea de pensamiento, es viable decir que cualquier sonido nos interesaría si lo escucháramos sin prejuicio, incluido el ruido del motor de un avión que se prepara para despegar (el compositor norteamericano John Cage alguna vez dijo que los ruidos son fastidiosos si los intentamos ignorar, pero fascinantes si nos sumergimos en estos). El problema, sin embargo, es que la música contemporánea se ha convertido en un género terriblemente predecible, cuya obsesión con la disonancia y las técnicas extendidas ya tiene más de cien años de vieja. Con tal prontuario, es muy difícil pedirle al público que no sea prejuicioso, pues antes de que la primera nota arranque, casi todos sabemos cómo va a sonar la obra. Y cuando ese sonido se asemeja más a una aeronave que a un violín, creo no estar solo si digo que prefiero escucharlo mientras me dispongo a viajar en un avión que escucharlo en una sala de conciertos donde quiero olvidarme de todos los ruidos que se oyen todo el día en la ciudad.

* Profesor de cátedra de la Universidad de los Andes. Autor y editor de las obras completas de Oreste Sindici (1828-1904). 

Por Alexander Klein*

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