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Uno de los momentos más significativos en la historia de Manyoma fue su última gran presentación en agosto de 2023, en el Movistar Arena de Bogotá. Como biógrafa, tuve la oportunidad de acompañarlo en aquella noche trascendental, en la que Wilson sintió que su esfuerzo por recuperar su lugar en la escena musical había valido la pena. Este, el último capítulo del libro, recoge las emociones, los desafíos y la entrega de un artista que, pese a los obstáculos, logró hacer historia una vez más:
El último concierto de Wilson “Saoko” Manyoma
Terminó la presentación haciendo una vuelta por el escenario dando brincos, se detuvo justo en frente de la orquesta, le marcó a los músicos la nota final con sus manos y corrió nuevamente al centro. Levantó sus manos ante el público, se inclinó en una reverencia y posteriormente levantó su mirada al cielo con los brazos extendidos a los lados en señal de entrega total.
La única luz que quedó encendida lo bañó por completo, él parecía el vencedor de una gloriosa batalla. En ese momento el Movistar Arena estalló en gritos de emoción y los aplausos llenaron el lugar.
Yo estaba parada a un lado del escenario, la piel se me erizó por completo, los ojos se me llenaron de lágrimas, el corazón parecía que se me quería salir del pecho. No me alcanzo a imaginar lo que debió sentir él. No fue más de un minuto lo que duró el estallido de gritos y aplausos, pero para Wilson el camino para volver a sentirse en el cielo fue largo y de obstáculos.
Al salir del escenario lo recibieron con abrazos, besos, felicitaciones y fotos. Yo estaba justo a la salida y frente a mí estaba Álvaro Gómez, el empresario responsable de que Wilson estuviera esa noche en Bogotá ante once mil personas. Al darse la vuelta pude ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. “Esta noche se hizo historia”, dijo Álvaro mientras estiraba el brazo para rodear a Wilson, que caminaba lento abriéndose paso entre la cantidad de personas que se aglomeraron a su alrededor.
Dos meses antes, cuando se anunció oficialmente el concierto, contacté a Álvaro Gómez y me contó que la reacción de Wilson al ser convocado para el concierto fue de sorpresa. “Es una de las grandes figuras de la música colombiana, pero su perfil no se ha manejado a la altura de lo que él hubiera podido lograr en la música. Con este evento, por fin, está llegando un poquito más lejos de lo que usualmente ha recorrido”, dijo el empresario.
La primera versión del evento estaba programada para realizarse en 2021, sin embargo, por restricciones derivadas de la pandemia, tuvo que ser suspendido. Al comienzo Wilson no estuvo incluido para la primera versión del concierto; Álvaro comentó que “Wilson estuvo por fuera del radar de casi todos los medios los últimos cinco años más o menos. Él ahora está haciendo el trabajo que debió haber hecho antes y que no lo hizo en su momento”.
La previa
El 26 de agosto de 2023 el sol brillaba como nunca sobre Bogotá después de una temporada de lluvias. Fui a la ciudad únicamente para asistir al concierto, aterricé temprano y me fui directamente al hotel donde se hospedaba Manyoma con la orquesta. Cuando llegué eran las nueve de la mañana y me encontré a Wilson en la recepción cuadrando cuentas con la administradora. Cuando viaja, él mismo se encarga de todo: el hotel, los músicos, la comida, el transporte. La edad que lo ha vuelto estricto.
Después de encontrarlo en la entrada del hotel noté que estaba nervioso cuando le comentó a uno de sus músicos que un malestar estomacal lo había mantenido en vela toda la noche.
Después de un rato le dieron unas pastillas para que pudiera llegar bien a la presentación esa noche. Yo pensaba que después de 53 años de carrera artística tendría experiencia en este tipo de situaciones, pero aparentemente los nervios nunca se van y la de esa noche no era una presentación cualquiera, era el regreso triunfal de Wilson “Saoko” Manyoma a los grandes escenarios.
Wilson venía luchando por recuperar su lugar. En el concierto Salsa All Star que se iba a dar esa noche en el Movistar Arena en la ciudad de Bogotá se presentarían Javier Vásquez, Willy García, Charlie Aponte, Andy Montañez, Fruko y sus Tesos y Wilson “Saoko” Manyoma.
Esa mañana, entre chistes y conversaciones sueltas entre los músicos, Wilson dejó salir con ahínco: “Yo no me subo al escenario a cantar con Fruko”. Esa era la intención inicial de los organizadores del concierto, pero Wilson repitió un par de veces con firmeza que no compartiría escenario. No solamente por la relación que entre ambos se fragmentó tres décadas atrás, sino por mantenerse firme ante su estándar de calidad. Con evidente molestia en su mirada y en su tono de voz hizo hincapié en que su orquesta no era “cualquier orquestica” y que él se presentaba con sus músicos o no se presentaba; esa fue su única exigencia innegociable.
Agregó, con severidad y algo de orgullo en la mirada, que le ha tocado “mamar cable”, como dicen popularmente, refiriéndose a que ha dejado ir contratos y dinero, porque en algunos escenarios no le permiten presentarse con su orquesta.
La prueba de sonido
Manyoma citó a la orquesta, para la prueba de sonido, en la entrada del hotel a la una de la tarde. Él fue el primero en aparecer en el lobby dos minutos antes de la hora indicada. Mientras pasaba el tiempo, uno a uno fue apareciendo. La mayoría no tienen más de 35 años, son todos jóvenes con mucha energía. Entre ellos hablan de música, cantan, se mueven, no hay un solo momento de quietud cuando se reúne a 12 músicos antes de un concierto.
Se refieren a Manyoma con admiración y respeto, pero con distancia. Lo llaman maestro, y a pesar de llevar varios años trabajando con él, no saben mucho de su vida personal. Ese es quizá uno de los rasgos característicos de Manyoma, no habla mucho de sí mismo.
Mientras llegaban todos, nos pusimos al día de nuestras vidas; después de dos años trabajando juntos en esta biografía,nuestra relación es más cercana. Pude notar que las preocupaciones de Manyoma son las de cualquier hombre a su edad. Sumamá que ya está mayor y enferma, sus hijos, su casa, su propia salud que se ha venido deteriorando.
Una vez estuvieron reunidos todos los músicos y el bus estaba listo para salir al ensayo, Wilson sin dar muchas explicaciones dijo: «Adelántense que yo llego en un momento. Tengo que ir a recoger algo que no puede esperar».
Los 11 músicos, Wilfred Peinado, el mánager de Saoko, mejor conocido como “Mijito Lindo”, y yo subimos al bus y llegamos al Movistar Arena a las dos y veinte de la tarde. En ese preciso momento Fruko y sus Tesos estaban haciendo su prueba de sonido.
Mientras escuchábamos el ensayo de Los Tesos, los músicos conversaban entre ellos y estaban preocupados por la elección de las canciones, el temor era que se repitiera repertorio en distintos momentos del concierto. Para nadie era un secreto que el repertorio con el que se presentaría Saoko era el que había grabado con Fruko y sus tesos en la década del setenta.
Cuarenta minutos después, era hora que la orquesta de Manyoma realizará la prueba de sonido. Como en un baile que tenían memorizado, cada uno ocupó su lugar y empezaron los ensayos.El ingeniero de sonido era un tipo alto, de barba y cabello largo, corpulento, con una apariencia de rockero de los 80 que daba órdenes por un micrófono a la consola de sonido.
Cuando ya todo estuvo en aparente orden, empezaron a tocar la primera canción y en medio del tema apareció Manyoma por el lado izquierdo del escenario levantando la mano y con el pulgar hacia abajo indicando desaprobación. Él mismo volvió a ecualizar los instrumentos, dándole indicaciones al ingeniero de sonido y no inició el ensayo hasta que no estuvo satisfecho. En una hoja de papel escribió rápidamente la lista de las canciones que iban a tocar y se las pasó al pianista.
Iniciaron con «El nazareno», una canción de Ismael Rivera. A pesar de las recomendaciones del mánager, Manyoma insistió en incluir temas en su repertorio que le prenden la chispa al bailador salsero.
Mientras ensayaban noté que la voz se le iba a mitad de la frase, entonces me acerqué con extrañeza a Wilfred y le pregunté: «¿Qué le pasa a Manyoma, no puede cantar?». Me miró a los ojos y me respondió: “Con los pulmones llenos de humo no canta bien”. Inmediatamente entendí qué quiso insinuar que había estado fumando algo, pero para darle el privilegió de la duda, quise también pensar que el desgaste en la voz estaba relacionado también a la altura de Bogotá.
Manyoma nació en Cali, a 1.018 metros sobre el nivel del mar; sus pulmones no están adecuados para la sabana cundiboyacense, que les arrebata el aire a los nacidos en tierra caliente. Además de la edad, el muchacho de 20 años que un día llegó a Discos Fuentes buscando una oportunidad en la música ya no existía más. Estaba a cinco días de su cumpleaños número setenta y dos y a pesar de la vitalidad y la templanza con la que aún camina, canta y baila, los últimos años ha enfrentado varios quebrantos de salud que lo habían debilitado físicamente.
En el extremo derecho del escenario donde estaban ensayando los músicos había un monitor que marca un cronómetro para que los músicos se orienten en tiempo mientras están en el escenario; en teoría la prueba de sonido debía durar lo mismo que la presentación. A pesar de ello, en medio del ensayo, que se acortó significativamente por la cantidad de tiempo que se invirtió en cuadrar el sonido de los instrumentos, Manyoma se emocionó y cantó con alegría y frenesí ante la imponencia del recinto vacío.
Le pidió al ingeniero de sonido espacio para ensayar media canción más y entonces, como en un espectáculo solo para él, cantó como nunca y bailó por toda la pista con desenfreno. Se tomó más de media canción y entonces empezó a improvisar con los instrumentos. De repente le quitó las baquetas al timbalero y comenzó a darle al timbal con todas sus fuerzas en una embriaguez de emoción que le brotaba por los poros.
Mientras esto ocurría, el ingeniero de sonido estaba en una esquina con el ceño fruncido y ambas manos cruzadas delante con el micrófono en la mano. Negaba con la cabeza, con evidente molestia por el retraso que ese pequeño espectáculo personal le estaba causando. A regañadientes Manyoma terminó el ensayo y los músicos empezaron a recoger los instrumentos.
El concierto
Luego de la prueba de sonido volvimos todos juntos al hotel. Tenían el tiempo justo para comer y arreglarse para el concierto. Durante la comida, estábamos Manyoma, Wilfred Peinado y yo. Manyoma usualmente habla poco, pero hace las preguntas precisas. Lo primordial para él es que sus músicos tengan lo que necesiten: se aseguró de que tuvieran un camerino, comida y bebida. Hizo especial énfasis en que no le gusta que los músicos
consuman alcohol antes de las presentaciones, dice que los necesita concentrados.Esa fue una lección que la vida le enseñó, cuentan los que lo conocieron en su juventud y vivieron con él la época dorada de Fruko y sus Tesos que era frecuente que se subiera al escenario «sabroso», misma sabrosura que años después le costó un lugar en la orquesta de Fruko y que lo alejó durante varios años de la música.
Una vez más,citó a los músicos a las siete y media en el lobby del hotel para salir a la presentación y, una vez más, él fue el primero en aparecer a la hora en punto. Manyoma suele destacar en todos lados por su vestimenta, siempre lleva estampados llamativos, lentejuelas, terciopelo y un par de aretes brillantes que lo identifican donde sea que vaya. Esta vez quiso ir sobrio. Iba bastante sobrio. Llevaba un traje azul, camisa roja y unos zapatos Oxford negros con blanco, típicos de los bailarines de salsa; la gorra negra que tuvo puesta todo el día que tenía impreso saoko en letras blancas grandes; y unas gafas de sol.
En el camino del hotel al concierto iban todos en absoluto silencio. Parecía más un coro religioso que unos músicos de salsa. Arturo, una de las trompetas, iba sentado a mi lado y en complicidad me enseñó una caja pequeña de aguardiente que pasó del estuche de la trompeta al bolsillo del traje. «No puede uno pararse en el escenario con la garganta fría», me dijo en un susurro.
Llegamos al estadio un poco más tarde de las ocho. Los músicos comenzaron a bajarse del bus en silencio y en medio del silencio roto que había en el parqueadero el pianista de repente gritó: «Yo sí tengo miedo», y todos cambiaron el semblante por sonrisas nerviosas. Estaban emocionados. Para muchos de ellos era la primera vez en el gran escenario del Movistar Arena.
Manyoma fue el último en bajar y tenía la misma risa nerviosa que los músicos. «Maestro, ¿nervioso?», le pregunté, y me respondió: «¡Emocionado! Llevo esperando este momento mucho tiempo».
Una vez en el camerino, se sentía la tensión en el ambiente, pero no faltaron las risas. Disimuladamente, a espaldas de Manyoma, en una especie de ritual indispensable, los músicos se iban rotando entre ellos la pequeña caja de aguardiente que Arturo había guardado en el bolsillo del traje. Me la pasaron en señal de complicidad. Por supuesto no alcanzó más que para una ronda.
Pocos minutos antes de empezar, una vez más, Manyoma desapareció. Y una vez más nadie se inmutó ante su ausencia; me dijeron después que aquello hace parte de sus rituales. Antes de cantar necesita absoluto silencio y concentración; se aleja de todo y de todos.
Mientras tanto en el camerino, los músicos afinaban las trompetas y los trombones, y conversaban entre ellos. A último minuto Manyoma apareció por la puerta y decidió incluir «Virgen de las Mercedes», originalmente grabada por Joe Arroyo con The Latin Brothers. El mismo Manyoma me dijo que en todos sus conciertos incluye una canción de Joe, a manera de homenaje al que fue su compañero, hermano y maestro.
Faltando diez minutos para las nueve, los músicos ocuparon su lugar y arrancaron la tanda con «Los charcos». Con la primera nota el público enloqueció y todo el mundo se puso de pie a bailar. Al finalizar la canción, Manyoma saludó al público. Se le cortaba la voz al hablar y apretaba los puños, con la emoción contenida en su cuerpo.
Los cincuenta minutos siguientes fueron de sabrosura absoluta. El público en ningún momento paró de bailar. Cuando llegó el turno de «El preso», casi se cae el movistar. Ahí comprobé que aquella canción que compuso Álvaro Velásquez hace 50 años es en efecto la salsa más importante en Colombia. Manyoma casi no tuvo que cantar, el público la cantó entera. ¿Qué tendrá esa canción que mueve tanto sentimiento? Uno de los misterios hermosos que esconde la música.
Terminó el concierto con los brazos extendidos hacia el público y la mirada al cielo, en señal de triunfo.