La noche del 28 de noviembre en Bogotá tuvo un pulso especial. Mientras en el estadio El Campín miles de personas se reunían para ver a Dua Lipa, a unos metros —en el Movistar Arena— Yandel preparaba un espectáculo que, para muchos, sonaba improbable: un show sinfónico dedicado al reguetón. Aun así, el artista puertorriqueño logró lo que muy pocos se atreverían a pronosticar frente a semejante competencia: un lleno total, con un público que no solo ocupó cada asiento disponible, sino que decidió no usarlos en toda la noche.
Descubre las principales noticias del entretenimiento en Colombia y el mundo dando clic aquí
Así fue el concierto de Yandel Sinfónico en Bogotá
A las 8:55 p.m., con puntualidad casi quirúrgica, las luces se atenuaron y la Filmo Orchestra afinó los últimos acordes bajo la batuta de su director, Javier Martínez. El encuentro prometía unir dos mundos que, hasta hace unos años, parecían completamente opuestos: la música sinfónica y el reguetón. La apuesta, sin embargo, no se sintió forzada; desde los primeros compases quedó claro que la mezcla tenía sentido y que ambas sonoridades podían convivir de manera natural.
Cuando Yandel apareció en escena, el Movistar Arena explotó. Gritos, aplausos y una emoción colectiva se extendió por cada rincón del lugar. A partir de ese momento, nadie volvió a sentarse. Las sillas, dispuestas con rigurosidad para un concierto que podría haber sido contemplativo, quedaron reducidas a simples elementos decorativos. Por más arreglos sinfónicos que hubiera, la energía del reguetón terminó imponiéndose, y el público decidió bailar, saltar y cantar cada coro como si fuera una celebración personal.
Yandel construyó un repertorio que funcionó como una línea de tiempo del género urbano. Sonaron Permítame, Abusadora, Te Siento, El Teléfono, Encantadora, Ay Mi Dios, Mayor Que Yo, Noche de Entierro, Estoy Enamorado, En la Disco Bailoteo, Pam Pam, Dembow, Sácala, Moviendo Caderas, Brickell y por supuesto Yandel 150, uno de los puntos más altos de la noche. Cada canción despertó un recuerdo distinto entre los asistentes: fiestas del colegio, primeras salidas, épocas del reguetón clásico que marcaron a toda una generación y en las que Wisin y Yandel escribieron buena parte de la historia del género.
Para mí —que crecí con estos temas y que he seguido de cerca la evolución del género— fue una noche muy personal. Cantar junto a Yandel canciones que llevo años escuchando fue cumplir un sueño, uno que mezcla nostalgia, alegría y la certeza de que el reguetón también puede ocupar escenarios de gala sin perder su esencia callejera.
Uno de los momentos más celebrados llegó con la aparición del invitado especial de la noche: Gadiel, hermano de Yandel y figura conocida dentro de la música urbana. Su presencia fue recibida con ovaciones y reforzó el carácter familiar y emocional del concierto, ese que parecía mirar hacia atrás para agradecer la trayectoria, los aciertos y la fuerza de una generación que transformó el panorama musical latino.
Entre canción y canción, Yandel se dirigió al público con honestidad y gratitud. “Gracias por cantar de principio a fin. El honor de estar hoy aquí es para mí. Les juro que no me voy a olvidar de ustedes y espero que ustedes nunca se olviden de mí”, dijo en uno de los discursos más emotivos de la noche. Además, en varias ocasiones hizo gestos de reverencia hacia los asistentes, como sorprendido por la energía bogotana, que no decayó ni un solo instante.
Lo ‘malo’ del concierto de Yandel Sinfónico en Bogotá
Si hay un punto que dejó opiniones divididas fue la duración del concierto. Cuando el reloj marcaba las 10:30 p.m., Yandel agradeció de nuevo al público, hizo un último saludo y se despidió. Las luces se encendieron y muchos quedaron confundidos: había pasado apenas hora y media.
En una ciudad acostumbrada a shows de tres y hasta cuatro horas, el cierre dejó sensación de querer más. Yandel tenía repertorio, el público tenía energía y el ambiente daba para prolongar la fiesta. Pero el formato sinfónico exige otras lógicas: tiempos precisos y estructuras más rígidas que no siempre permiten extender el setlist.
Aun así, nadie salió decepcionado. Mientras las gradas se vaciaban, la gente seguía cantando los coros, recordando los momentos favoritos y celebrando la oportunidad de ver un espectáculo que vistió al reguetón con traje de gala. Fue una noche en la que dos mundos se cruzaron, y en la cual Yandel demostró que su legado es tan sólido que puede sostenerse en cualquier formato.
Para mí, además, fue una confirmación de algo sencillo: hay conciertos que se escuchan, otros que se disfrutan… y unos pocos que se viven. El de anoche fue de estos últimos.