Yela Quim y La terrorista del sabor, dos mujeres que le cantan al feminismo

La música es un escenario en el que la presencia masculina ha sido la protagonista. Estas dos bogotanas con sus propuestas feminista se resisten a perpetuar ese patrón y trabajan por abrirse su espacio en el medio con una postura política: desafiar al sistema.

Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13
04 de julio de 2018 - 02:03 a. m.
Yela Quim (izq) ha compartido junto a La terrorista del sabor en algunos eventos en Bogotá.  / Gustavo Torrijos / El Espectador
Yela Quim (izq) ha compartido junto a La terrorista del sabor en algunos eventos en Bogotá. / Gustavo Torrijos / El Espectador

Desde sus cinco años Ángela Quiceno Melo calló lo que no entendía. Durante una década fue víctima de abuso sexual, en diferentes ocasiones, por parte de cinco hombres cercanos a su entorno. No denunció porque no quería cargar de más problemas a su familia. Su silencio la salvó. “Ser una niña que sabe que va a poner en riesgo a un violador y que se resiste, es una niña que es asesinada”. Quiceno cree que ese fue el desenlace de Yuliana Samboní, cree que ella se defendió de su violador. 

La vida puso a Ángela en una situación que la obligó a cuestionarse acerca de sus deseos y las convenciones de la sociedad. A sus 15 años descubrió que le gustan las mujeres. A su mamá le preocuparon los señalamientos que recibiría por manifestar de forma libre que le atraen las mentes y los cuerpos de su mismo sexo.

Soportó las burlas y la homofobia durante sus clases cuando estudió sociología en la Universidad Santo Tomás. Cuando todo parecía marchar según sus planes, los paramilitares asesinaron a su papá.

La Ángela Quiceno que muchos creían reconocer, hizo metamorfosis. “Empecé a engordar desde los 23 y casualmente desde esa época empecé a hablar de abuso sexual”. Se involucró con colectivos feministas y se sintió parte, por primera vez, de algo que la reconocía tal cual era, sin maquillaje, sin dietas, sin juicios.

Con el tiempo fortaleció la mujer que era, pero aún sentía que necesitaba algo que la salvara de su pasado de violencia sexual y ausencia por la muerte de su padre, que le permitiera desahogar lo que calló por años, que no la hiciera sentir más como una víctima. Dentro de su metamorfosis olvidó su nombre para darle vida a Yela Quim, la voz que encontró para, por fin, hablar.

En 2016, en un plantón por la muerte de Rosa Elvira Cely, su manada del colectivo feminista la convenció de que se adueñara del escenario. Con un micrófono en la mano unió ideas que se convirtieron en rimas de resistencia, de lucha, de feminismo.

Sabía que era buena, pero todavía no se convencía de hacerlo un proyecto de vida. La decisión definitiva de irrumpir en la escena del rap con enfoque de género ocurrió ese mismo año. En Medellín, en un concierto de mujeres por el fin de la guerra, conoció a Rebeca Lane, una rapera feminista guatemalteca creadora de Somos Guerreras, un espacio que visibiliza el trabajo de mujeres en la cultura del hip hop en toda Latinoamérica.

“La posibilidad que Lane contaba del rap como un camino de sanación y de hacer justicia a través de la memoria fue súper inspirador. A partir de ese momento, elegí que también quería hacer rap. Es una herramienta de alivio y quiero hacerme justicia por la violencia sexual de la que fui víctima y por el asesinato de mi padre que murió hace 10 años”.

El feminismo y el rap la salvaron de su silencio, del ultraje del que su cuerpo fue víctima, de las burlas a su forma libre de pensar y le ayudaron a sobrellevar el dolor y la ausencia de su padre.

La música me permitió pasar de ser víctima a sobreviviente. Cuando nos paramos ahí, nos ubicamos en el lugar desde el cual podemos luchar, resistir y hacer cosas para que estas historias que nos tocó vivir no se repitan”. 

El arte le mostró el camino de cómo expresar lo que antes no se atrevía y de resistir frente a un sistema que excluye entre blancos y negros, altos y bajos, gordos y flacos, y del que siente no ser representada.

A eso con lo que no se identifica le canta: a la guerra, a la violencia de género, a los cánones de belleza, pero también le hace oda a las víctimas y a los muertos para construir memoria y no dejarlos en el olvido. Cada una de sus letras constatan la lucha y la reivindicación de ser mujer, gorda, lesbiana, feminista, anarquista y artivista.

Yela Quim, a sus 34 años, consiguió con el arte lo que no encontró en sus años en la universidad. Libertad para entenderse mujer, con todas las posibilidades que esa palabra ofrece; una voz activa que denuncia, que crea y transforma; una posición política que abraza todas las formas del amor, la belleza y que rechaza la violencia; y la música, que hace de las veces de banda sonora para entonar su revolución con etiqueta femenina.

***

Mariana Dávila se hace llamar La terrorista del sabor. Ella, de 34 años, parece ir siempre contra la corriente, con soltura y seguridad, con irreverencia y personalidad. Se declara transgresora desde su seudónimo hasta con la forma en que decide andar por la vida.

El terrorismo transgrede el orden establecido, es políticamente incorrecto, inadecuado, provocador, cuestiona. La fusión con sabor genera un oxímoron, una conjunción de conceptos contradictorios y absurdos que dan por resultado una parodia. Hay muchas clases de terrorismo, pero el mío es ese que pretende molestar las convenciones sociales, políticas y hasta sintácticas”.

Con la música encontró la manera de desordenar, provocar y cuestionar. Su personalidad va en contra de toda frase que sugiere un comportamiento, una forma de vestirse, una forma de ver y entender la vida. Y para vivir fiel a sus convicciones y con libertad, se dedicó a trabajar en aquello que no le impusiera horarios, jefes, códigos de vestuario.

Intentó con el circo durante diez años, hasta que sintió que necesitaba algo que le hiciera sentir más fuerte la libertad. Desde pequeña interactuó con la música. Se casó con el acordeón y sus sonidos y nunca lo abandonó, aun en el circo, donde lo incluyó en sus presentaciones y en su banda guapachosa colombo mexicana LaOrrorosa.

Su estilo musical es una mezcla de lo que escucha y le gusta. “Toco todos los géneros que se me vienen al cuerpo y a la cabeza. Claro que tengo un bagaje muy urbano, pero con el acordeón le meto el sabor tropical muy a mi manera”.

Esa forma de ser y de hacer lo que le complazca es su bandera. “Vivir como yo creo y quiero vivir y no como nos lo han impuesto. El sistema nos quiere como esclavos y borregos, intentar no serlo es resistir y cuesta mucho”. La música le dio esa salida para oponerse a los esquemas convencionales que los transgrede con humor y sabor.

“Pararse en una tarima y hacer lo que se te da la gana, sin que te importe lo que digan o piensen es transgresor y si eres mujer aún más. Cuando no haces lo que la gente espera de una mujer en el escenario es muy poderoso”, dice Mariana porque sabe que una vez de pie frente al público ella es una terrorista que desacomoda el orden y que tiene el poder de alegrar la noche de las personas que están allí.

Como Mariana o La terrorista del sabor, ella se resiste a todo lo que no la deja ser ella misma. Su filosofía es la libertad y su medio es la música.

Por Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

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