La mala suerte de Ricardo Quevedo

No aprender nunca a bailar, que llueva antes de sus presentaciones y ser el amigo al que no acompaña la fortuna hace parte de su vida. Fue a partir de esos momentos de tensión que logró construir su comedia.

El Espectador
16 de febrero de 2018 - 10:00 p. m.
Ricardo Quevedo está nominado a los Premios India Catalina en la categoría mejor talento online. / Tato Devia
Ricardo Quevedo está nominado a los Premios India Catalina en la categoría mejor talento online. / Tato Devia

Está en temporada con “Entren la ropa porque todo puede salir peor”. ¿De dónde viene el nombre de ese “stand up”?

Desde hace mucho tiempo sucede que, por casualidad, cada vez que llevo mi show a alguna ciudad, llueve. Entonces, en redes sociales siempre avisaba cuando iba para cada ciudad y la gente me contestaba “entren la ropa”. Eso resume la mala suerte que tenemos algunos. Y el show se trata precisamente de eso. De la nube negra que parece acompañarnos a todas partes y se representa en nuestra suerte.

“Entren la ropa” es un dicho de las mamás, abuelas y tías. ¿Esa frase le recuerda su infancia?

Sí, claro, porque me tocaba entrarla a mí. Apenas empezaba a llover se escuchaba el grito de “entren la ropa” y todos en la casa salíamos corriendo angustiados.

¿Qué es lo que peor le ha salido en la vida?

Bailar. Me rendí como a los 20 años. Intenté desde los 16 y no lo logré, me veía ridículo, me sentía incómodo y empezaba a sudar por la pena que me producía. Entonces, como nunca pude bailar para impresionar a alguna mujer con mis pasos, me tocó aprender a ser chistoso, porque si no me muero virgen.

¿Tiene un amigo que siempre es el de la mala suerte o usted es el amigo con mala suerte?

Creo que soy ese amigo con mala suerte. Pero sólo en algunas cosas. En otras, hay amigos que tienen peor suerte. Por ejemplo, cuando me prestan dinero.

La vida da señales para entender la suerte que nos tocó. ¿Qué suerte le tocó a usted y cómo la aceptó?

Creo que aprendí a disfrutar de mi suerte, incluso cuando es mala. Porque de esas pequeñas cosas está hecha mi comedia. Si todo fuera perfecto, no habría humor; creo que el mejor humor nace de la decepción. O, por lo menos, el que a mí más me gusta, con el que más me identifico.

¿Tiene alguna rutina antes de cada presentación?

Por lo general salto un poco, camino de lado a lado, me pongo nervioso. Me gusta ponerme muy nervioso porque siento que esto significa el respeto al público. El día que no me ponga nervioso, seguro me va mal.

El teatro Ástor Plaza ha sido una de sus casas. ¿Qué presentaciones recuerda allí?

Con la primera vez que me presenté en el Ástor, que es un teatro gigante y se llenó, sentí que había dado un paso muy grande en mi carrera. Ya he tenido la oportunidad de hacer cuatro temporadas con tres shows diferentes.

¿Cuándo fue la última presentación y qué significa para usted presentarse en espacios tan grandes?

Hace más o menos cinco meses estuve la última vez. Para mí siempre es un placer volver al Ástor: al ser tan grande, verlo lleno es un espectáculo y la energía que se siente es brutal. Uno siente las reacciones de la gente como si le hablaran al oído.

Por El Espectador

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