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De conspiraciones y obsesiones

Los misterios que rodearon los magnicidios de Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe fueron los detonantes para que el escritor bogotano revelara detalles de estos crímenes que, según él, fueron el punto de partida de la impunidad en Colombia.

Un chat con...
19 de noviembre de 2015 - 03:35 a. m.

Su nueva novela, “La forma de las ruinas”, trata sobre dos de los magnicidios más recordados en la historia colombiana: el de Jorge Eliécer Gaitán y el de Rafael Uribe Uribe. ¿Cuál es el origen de la obra?

Probablemente es mi posición personal con el crimen de Jorge Eliécer Gaitán, que ha sido siempre parte de las leyendas familiares. También por el hecho de haber tenido una especie de privilegio raro, que fue conocer el hijo de un médico forense muy importante de Colombia en los 60, que un día me invitó a su casa y me permitió tener en mis manos una vértebra de Jorge Eliécer Gaitán con el hueco de la bala y otras reliquias que son mencionadas en la novela.

Hay varios escritores y periodistas que han dado cuenta sobre los hechos ocurridos el 9 de abril. ¿Cómo describe la forma en que usted habló de Gaitán en su libro?

El libro trata de develar esas mentiras, pero no como la historia o el periodismo, es decir no se trata de revelaciones fácticas, sino revelaciones emocionales, morales, que tienen que ver con lo que nos ha pasado a los colombianos a consecuencia de estos crímenes. Por otro lado, el libro está obsesionado con las teorías de la conspiración, con la idea de que a los colombianos no nos han dicho la verdad sobre las cosas más importantes que nos han pasado.

¿Cuál fue la primera versión que le contaron sobre la muerte de Gaitán?

Empecé a oír sobre el 9 de abril antes de tener uso de razón, pero sé que es una versión en la que un tío abuelo mío, José María Villarreal, que era gobernador de Boyacá, enviaba sus tropas para controlar la situación en Bogotá y de alguna manera salvaba el momento. Luego supe que esas mismas tropas que él organizó se convirtieron en uno de los cuerpos represores más terribles.

¿Considera que Gaitán fue un mártir?

Nunca he comulgado con la visión que lo convierte en un santo, pero creo que era un gran hombre y que si no lo hubiesen matado, este sería un mejor país. Muchos de nuestros conflictos vienen del asesinato de él, pero más importante, de que su muerte siga en la impunidad. Esa impunidad que ha acompañado los crímenes de reconocidos líderes como Galán, Gómez Hurtado, Lara Bonilla y muchos otros.

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Se obsesionó tanto con la historia de Gaitán?

Empecé a escribirlo en junio del 2012 cuando la presión de haber vivido con esto tanto tiempo pasó de un interés a una obsesión que me quitaba el sueño. Este libro era tan difícil, tan raro, lleno de tantos detalles que en algún momento sentí que me quedaba grande y tuve que suspenderlo, escribir otra novela y luego retomarlo.

Aparte de obsesionarse con la historia de Gaitán, también lo obsesionan los objetos que cuentan historias.

Sí. Hay objetos que colecciono en mis viajes, como un casco de un soldado francés que murió en la Primera Guerra Mundial o un pedazo de cerámica que encontré en el teatro griego, donde se hacían las tragedias clásicas. Todos los guardo en mi estudio.

¿Y también le gusta la fotografía?

No mucho. Pero uno de mis mejores amigos es Daniel Mordzinski, fotógrafo de escritores, que no hace más sino torturarme con su cámara y como mínimo pago por la tortura le pido que me regale fotos impresas.

¿A qué escritores recurre para alimentarse narrativamente?

Hay muchos. Sigo confiando en los muertos. Para mí, esos tres monstruos: Cervantes, Shakespeare y Montaigne, el inventor del ensayo, son nombres que siempre me acompañan.

¿Resultó mejor escritor que abogado?

Decidí que el derecho no era lo mío, sino la literatura, a mitad de carrera. Incluso dos años y medio antes de terminar la carrera, el derecho estaba archivado. Viví los dos últimos años como un perfecto zombi haciendo lo estrictamente mínimo para sobrevivir y para no aburrirme. Terminé y les entregué el diploma a mis papás.

¿Quién fue la persona que le dijo que usted era buen escritor?

Probablemente un personaje que sale en la novela, que fue profesor mío de oratoria y filosofía del derecho en la universidad, se llamaba Francisco Herrera. Él leyó algunos de mis primeros cuentos, sobre todo uno de Gaitán del Bogotazo. Fue el primer apoyo que recibí, fuera de mi familia.

Se radicó en los años 90 en París. ¿Qué recuerdos le quedan de esa época?

Por un lado, el recuerdo de estar en una ciudad donde se había hecho tanta literatura, que para mí era importante. Y por otro lado, la sensación de decepción. Me fui de París porque descubrí que estaba totalmente desorientado con el tema de la escritura. Había terminado mi segunda novela y sentía que ni la primera ni la segunda me gustaban. Tanto, que las eliminé de mis solapas.

En la pasada entrega de los Premios Simón Bolívar usted invitó a los políticos colombianos a conocer más el país que dirigen.

Sí. Es importante que ellos, que tienen el poder de decisión, se enteren de en qué país estamos viviendo. Muchas de las voces que atacan las negociaciones de La Habana lo hacen en buena parte por ignorancia o por desprecio de las maneras en que se vive la guerra en rincones muy apartados.

Reflexiones que realizaba cuando escribía columnas. ¿Por qué dejó esa faceta?

Es una labor que desgasta mucho. Ocupaba tanto espacio mental, en términos de energía emocional, que empecé a notar que mi escritura de ficción se quejaba, me reclamaba, entonces tuve que dejarla. Pero eventualmente la retomaré, porque el debate político me gusta mucho.

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