¿El ambiente del país es fértil para la creación artística
Absolutamente. Hay siempre un mal entendido en cuanto al caos. La gente piensa que uno está interesado en el desorden y en la locura, pero cuando las cosas son inciertas, se da una ebullición de ideas y creación. En toda Latinoamérica se viven momentos convulsionados, pero ahí es donde aparecen posibilidades.
¿Cuál fue su camino a la actuación?
Mi vida ha sido una búsqueda guiada por la inquietud y la curiosidad. Estudié finanzas y así pude encontrar los medios para empezar mi trabajo como actor y productor. Después de estar más de diez años en el mundo corporativo, volví al teatro y la música, que fueron mi vocación desde niño.
¿Qué lo hizo estudiar finanzas y relaciones internacionales?
En la universidad y el colegio siempre hice parte de los grupos teatrales y sentí que podía tener una formación un poco más completa por fuera del país. No tenía los medios para hacerlo, de modo que lo sensato era trabajar para conseguirlos.
¿Cuándo se dio su primer acercamiento con las tablas?
Mis padres son científicos y tuve que irme de la casa para hacer teatro. Antes de terminar el colegio me fui de intercambio a Estados Unidos. Fui parte de un grupo de teatro y me llevaron a un concurso de oratoria que gané con un poema de García Lorca. En esa época era difícil entender que uno es un instrumento para contar algo y que lo importante no es uno, sino la historia.
¿Qué buscaba cuando viajó a París?
Me fui a Francia para hacer una maestría. Allí conocí a Robert Cordier, que fue mi mentor. Primero me puso a limpiar los baños en el teatro, después fui el reemplazo de un actor y a partir de allí me permitió hacer parte de su escuela. Cuando me gradué, formamos un grupo.
¿Cómo fue su primera producción en Francia?
Interpretaba un corredor de bolsa travesti en una obra que se llama All men are whores. Llevábamos cinco meses en los que apenas cubrimos los costos cuando decidimos hacer la publicidad en el barrio gay de París. Fuimos un éxito. De ahí trabajé bailando en un bar de donde me echaron a las dos semanas. Me quedé ocho años en Francia trabajando en el mundo corporativo y artístico.
¿Cómo llegó a trabajar a Inglaterra?
Acababa de salir la película Gladiador y la BBC empezó a hacer documentales sobre el tema. Grabamos en Túnez y fui la voz y el protagonista, un esclavo persa. Cuando estalló la guerra de Irak y cancelaron todos los rodajes en Medio Oriente, decidí regresar porque estaba cansado de ser y parecer gente de otra cultura.
¿Qué le llama la atención de trabajar aquí?
Mi interés está en Latinoamérica, porque aquí pueden pasar cosas frescas y espontáneas. En 2008 trabajé con Lisandro Duque en Los actores del conflicto, que ganó el premio del público en el Festival de Cine de Cartagena y fue mi entrada acá. Después trabajé con Antonio Negret y he participado en producciones en Brasil y Panamá.
¿Tienen algo en común las producciones latinoamericanas?
Aunque el cine es un negocio corporativo hay cosas muy similares. Países como México y Brasil tienen más años en esto que nosotros pero hay un espíritu latino. Siento que está empezando a haber una conciencia de equipo a nivel latinoamericano y eso se ve en las películas que están saliendo.
Este año volvió a trabajar con Duque, ¿ha evolucionado el cine?
La especialización de las funciones en el medio cinematográfico hace que todo sea más organizado. En Los actores del conflicto hubo toda clase de problemas, mientras en la última película, El soborno del cielo, el rodaje fue impecable.
¿Qué es “Sureños”?
Es el primer guion que estoy escribiendo. Estoy trabajando con un grupo de niños en Bosa y es una historia sobre jóvenes en la Bogotá de hoy. Mi fundación aspira a trabajar con personas que necesitan nuevas oportunidades.