El día que Pelé se quedó con la 10 de Brasil por pura suerte

Con apenas 17 años llevó la camiseta número 10 de Brasil en el Mundial de Suecia 1958. Pero no de manera adrede, sino por una casualidad, por un desorden de la Federación de su país que no mandó la numeración a tiempo

Redacción deportes
07 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
 Pelé (der.) en la final del Mundial de Suecia 58 contra el equipo local. / Getty Images-FIFA
Pelé (der.) en la final del Mundial de Suecia 58 contra el equipo local. / Getty Images-FIFA

Con apenas 17 años llevó la camiseta número 10 de Brasil en el Mundial de Suecia 1958. Pero no de manera adrede, sino por una casualidad, por un desorden de la Federación de su país que no mandó la numeración a tiempo, por el desespero del uruguayo Lorenzo Vilizzio, miembro del comité organizador, que de afán le asignó a cada jugador un dorsal sin importarle el nombre, la trayectoria o la posición. Sólo teniendo como base el listado alfabético. Por eso Pelé, el juvenil del equipo dirigido por Vicente Feola, tuvo el 1 y el 0 en su espalda, por un suceso accidental, pero que después cobraría valor al final del torneo. Pelé, el joven de pies planos, el que fue marginado por el psicólogo de la delegación que no vio viable alinear a un futbolista de sus condiciones, fue la estrella de Brasil en esa Copa del Mundo, definitivo en la victoria sobre Gales por 1-0 en cuartos, también en la goleada 5-2 sobre Francia en semifinales (anotó tres veces) y en la final ante Suecia (doblete).

El 10 estuvo en el banco en el partido contra Austria (3-0) y en el empate sin goles con los ingleses. Y por eso la extrañeza de la prensa brasileña que empezó a preguntar por qué se le había dado un número de tanto peso a un jugador que apenas podía soportarlo. Luego vendría la necesidad de un grupo que se negaba a perder, el pedido de Djalma Santos, de Didí y Mario Zagallo para que Pelé fuera titular contra los galeses, pues la frescura que mostró contra la Unión Soviética, a pesar de no anotar, llamó la atención de sus mismos compañeros, de hombres más consagrados que querían verlo junto a otro fenómeno del momento: Garrincha. Ambos jugaron a pesar de que el psicólogo también había puesto en su lapidario un informe que Pelé tenía síntomas de retraso mental. Y uno brilló con sus gambetas y el otro con sus goles, y se hicieron imparables para las defensas rivales y el 10 empezó a tomar importancia, a ganarse el número que le dio el azar.

Pelé fue pases y asociaciones en el terreno de juego y genialidad, y el socio de todos, de los más grandes que empezaron a depender de él, del 10, del que se robó los titulares de los principales periódicos de su país con frases repetidas, todas acompañadas del 10 que le dieron antes y que se ganó después, el del mejor del equipo. El mundo empezó a preguntarse por el muchacho moreno, delgado, con contextura de desnutrido, que burló a franceses y suecos con mucha facilidad, desafiando la ortodoxia. El adolescente que eternizó su nombre, el pequeño, calmo, pero portentoso con la pelota, no volvió a soltar el 10 de Brasil. Lo llevó en el Mundial de Chile 1962 (fue campeón), también en el de Inglaterra 1966, cuando los locales lo molieron a punta de patadas y lo sacaron del torneo, y en el de México 1970, su despedida con la selección, su adiós levantando la Jules Rimet.

Ni antes ni después ocurrió algo similar: que un jugador de 17 años tomara un número, lo inmortalizara y lo hiciera codiciado por otros en un Mundial. Eso hizo Pelé, con su modo único, con su forma de entender este deporte, con la inteligencia de la mente y la coordinación de las piernas, con su tarea titánica, pero esporádica, de hacer que el 10 siga siendo aún hoy relacionado con el más talentoso dentro del terreno de juego.

Por Redacción deportes

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