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Abogar por la historia

“Sabogal”, el nuevo seriado del Canal Capital, recuerda la violencia de los años 90 a través de la animación, una técnica extraña en este medio. Su objetivo es crear un público que conozca el pasado.

Juan David Torres
30 de marzo de 2015 - 03:51 a. m.
Abogar por la historia

En el arte, la innovación es una cuestión de fondo y forma: nuevos enfoques, nuevos modos de contarlos. Los temas ya han sido agotados, pero todavía restan fragmentos de ellos que permitirían, a quien se atreva a desglosarlos, recoger una nueva experiencia del mundo. Sabogal, el seriado animado que comenzó a transmitirse en Canal Capital, se somete a esa definición. Primero, en un sentido técnico: la tecnología utilizada para la recreación de las escenas, la captura de movimiento, es un procedimiento extraño a los modos de la televisión pública latinoamericana. Realizado con la compañía de los estudios de animación 3da2, Sabogal acude a este formato para ampliar su público. “Viniendo del documental y habiendo contado este país desde el documental desde hace muchos años —dice el codirector de la serie, Juan José Lozano—, somos conscientes que muchas veces nos quedamos en un círculo muy pequeño, de especialistas, muy elitista y muy cerrado. Estamos convencidos que tenemos una responsabilidad social con el televidente”.

En ese sentido, Sabogal tiene una ambición nueva: tomar un público que desconoce la historia de la violencia desde finales de los 90 a través de Fernando Sabogal, un abogado comprometido con los derechos humanos. Para eso, Lozano y Sergio Mejía, también codirector, ejecutaron una juiciosa búsqueda de tecnología. Una veintena de cámaras infrarrojas recogen, gracias a treinta marcadores ópticos, los movimientos corporales de los actores. El actor trabaja en un espacio de tres metros cuadrados. Al mismo tiempo, capturan la voz y los gestos faciales (con una cámara fijada a un casco). Luego de almacenar la información de dichos movimientos, intervienen los animadores. “Es la persona que da vida a cada personaje como si fuera un titiritero”, dice Lozano. El proceso, que parece sencillo, requiere un alto nivel de concentración: además del pequeño espacio para actuar, los actores (casi todos ellos provenientes del teatro) no pueden interactuar con los objetos. De modo que, si en el libreto deben tomar un vaso o fumar un cigarrillo, deberán imaginarlo, creer que está allí.

Tuvieron 6 semanas para realizar esta captura. El proceso general de grabación y producción fue de 8 meses; a pesar de la premura y de la interacción con un equipo en parte desconocido, el equipo también sabía que era un juego: en las infinitas variaciones que produce el juego, siempre saldrá algo nuevo. “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”, decía Picasso. “Sergio (Mejía) y yo buscábamos recrear un universo de claroscuros, con sombras pronunciadas, con un trabajo especial de la luz propios de la novela negra (...). Creemos que enfrentar al espectador a la imagen de animación nos lleva de entrada a un terreno nuevo. Aunque el espectador conozca la historia que le estamos contando, el universo visual en el que ésta se desarrolla lo llevará a mirar con otros ojos eso que él ya conoce”.

Más allá de su sentido técnico, cuya novedad es evidente por lo menos en el medio de la televisión colombiana (Lozano tiene casi la certeza de que sólo existen tres estudios de estas características en América Latina), Sabogal gana en innovación gracias a su fondo. Su público ya no será solamente cierta capa de televidentes maduros y quizá estudiados, sino también niños y jóvenes que encuentran este formato más cercano que el documental y que en ocasiones no tienen un gramo de educación sobre la historia reciente del país. Sabogal repasa la muerte de Jaime Garzón (a eso dedicó su primer capítulo), las andanadas paramilitares, las masacres, los escándalos políticos, y no es un profeta en el desierto: desde hace meses, Canal Capital presenta programas que pretenden incluir a más poblaciones y que todos se vean en la pantalla: las víctimas del conflicto, la población LGBTI. Su novedad se encuentra, sobre todo, en la apuesta de fondo por crear un público con mejor comprensión del espacio en que tuvo que vivir, por crear y llevar de la mano a un público que existe pero la televisión ha dejado de lado. “No tenemos un interés particular en la violencia —dice Lozano—. Nos gustaría algún día poder hacer comedia o contar otro tipo de historias. Pienso que nuestra responsabilidad social, no está en mirar para otro lado mientras la sociedad está en crisis, sino en tratar de entender y en tratar de contar esa crisis. Ya vendrán otros tiempos y con ellos otras historias”. 

Por Juan David Torres

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