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El 'round' entre ciencia y medios por Raúl Cuero

Las dudas sobre el trabajo del investigador de Buenaventura despertaron un debate ético en el país y dejaron un claro mensaje de cómo los periodistas pueden tener licencia para proclamar, sin méritos probados, a falsos ídolos.

Mariana Escobar Roldán* Especial para El Espectador
29 de diciembre de 2013 - 01:00 a. m.
Este año quedó claro que Raúl Cuero no trabajaba en la Nasa ni era el investigador que decía ser.
Este año quedó claro que Raúl Cuero no trabajaba en la Nasa ni era el investigador que decía ser.

Al conocer a Rodrigo Bernal, un botánico prominente, entregado como pocos al estudio de las palmas colombianas, jamás pensé que sus hallazgos fueran a poner de “patas arriba” a un país donde pocas veces la ciencia es noticia.

A principios de octubre habíamos hecho contacto por una investigación suya, en la que anunciaba la posible extensión del árbol nacional de Colombia.

Luego de dos décadas de observación, de dejar la academia bogotana para vivir entre fincas y paisajes del Eje Cafetero, había descubierto que más de la mitad de las palmas de cera del valle de Cocora están en las fases finales de su ciclo de vida y morirán de viejas en los próximos 47 años, sin dejar reemplazo.

Pero el encuentro con Bernal iría más allá. La publicación de su estudio en El Espectador coincidió con la difusión de una entrevista de María Isabel Rueda al científico Raúl Cuero, en la que, entre otras cosas, se plantea la pregunta de si el vallecaucano aspira alguna vez a ganarse el Premio Nobel.

La realidad es que, como esta, muchas otras páginas de periódico habían exaltado el trabajo, inventos y filantropía de Cuero. Decenas de perfiles y entrevistas se dedicaron al hombre de Buenaventura que, según declaraba, hacía historia en la Nasa y en universidades de Estados Unidos.

Sin embargo, una llamada del experto en palmas cambiaría la ligereza con la que los medios nos referíamos al vallecaucano: “¿Vio el artículo de Raúl Cuero? Estoy indignado. Este señor no es lo que pinta ser y yo tengo las pruebas”.

Hace dos años, inquieto por descubrir el trabajo de quien calificaban como “referente de la ciencia en Colombia”, Rodrigo Bernal descubrió a un hombre cuyo perfil no encajaba con la figura estándar de científico: pocos artículos en revistas especializadas, un discurso débil en su área de conocimiento e incoherencias en su lista de galardones.

Minutos después de tremendo anuncio recibí en mi correo electrónico un manuscrito de diez páginas, al estilo Bernal, en el que argumentaba y confrontaba las inconsistencias sobre la trayectoria de Cuero.

El personaje en cuestión no trabajaba en la Agencia Espacial de Estados Unidos, como lo expuso durante encuentros con periodistas y en su primera autobiografía “De Buenaventura a la Nasa”; la Medalla de la Orden Simón Bolívar, Título de Caballero, que según su página web le fue concedida por el Congreso de Colombia el 21 de mayo de 2004, tampoco existe, y el número de patentes y artículos científicos que se atribuía era mucho menor.

Antes de publicar llegaron las dudas. Bernal se preguntaba si el país lo iba a juzgar y en la redacción de El Espectador nos preguntábamos si el país iba a reaccionar. Pues bien, al día siguiente, un grupo de colombianos tacharon a Bernal de racista, envidioso y calumniador, pero afortunadamente la mayoría manifestó indignación por quienes dejaron ver a un Cuero con méritos inflados.

Reaccionaron los internautas que convirtieron las palabras Cuero y Bernal en tendencia de las redes sociales; reaccionaron los científicos con decenas de cartas que llegaron a este diario; reaccionó un blog del Knight Center of Journalism y de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, que llamaron la atención sobre el rigor del que carecen muchos medios colombianos a la hora de abordar la actualidad científica.

Aunque la discusión tomó riendas indeseadas y se untó inevitablemente de racismo, como bien lo dijo el periodista José Guarnizo en el medio universitario De La Urbe, “aquí el punto es que ese botánico hizo el trabajo que nosotros los periodistas, advertidos, nunca hicimos”.

 

* Periodista independiente

Por Mariana Escobar Roldán* Especial para El Espectador

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