¿Por qué defender la lectura?

En Colombia, las entidades oficiales que deben velar por la lectura, los ministerios de Educación y de Cultura, han mostrado hasta ahora verdadera ineficiencia.

Por Raúl Garavito Rivera - Psicólogo educativo

03 de diciembre de 2019

Getty Images

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Porque es un tema capital que ha recibido hasta ahora un tratamiento deficiente con resultados que distan mucho de los deseables. Por eso a la lectura hay que defenderla contra entidades y personas que tienen en sus manos su destino y demuestran negligencia o incompetencia con sus ejecutorias.

En el ámbito mundial, la entidad que debe liderar la modernización y actualización de los conceptos y métodos de trabajo en cuanto a la lectura es la Unesco, recurriendo a la psicología, ciencia que estudia la conducta, pues la lectura es una conducta de las personas y, sin embargo, continúa hasta el presente promoviendo enfoques obsoletos (la lectura como estudio, las destrezas de lectura se pueden enseñar, etc.), y técnicas que pueden servir para enseñar la lengua, pero que no han demostrado a lo largo de los años avances en la solución del problema lector (véase el Informe Terce, Unesco, 2016).

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En Colombia, las entidades oficiales que deben velar por la lectura —Ministerio de Educación y Ministerio de Cultura, a los cuales pertenece el Plan Nacional de Lectura y Escritura— han mostrado hasta ahora verdadera ineficiencia. ¿La ministra de Educación, María Victoria Angulo, y la ministra de Cultura, Carmen Vásquez, tienen suficientes conocimientos sobre la lectura? Aunque no los tengan, deberían haber puesto al frente del PNLE a un experto, pero nombraron a Diana Restrepo, quien tampoco los tiene, pues su experiencia es en adquisición de libros —una cosa es el libro y otra la lectura. Y en el sector privado hay mucha gente que vive de la lectura, fabricando, vendiendo y promoviendo libros, pero no hace nada por ella.

¿Cómo entender que no se tomen en cuenta los datos de la psicología, que permiten elaborar modelos concretos de trabajo para formar el hábito de lectura en los estudiantes? Las personas pasan al menos doce años de la infancia y la juventud en los salones de clase de los colegios, donde la lectura se presenta como un simple instrumento de trabajo escolar carente de interés. ¿No es lógico aprovechar esos años para desarrollar programas de formación del comportamiento lector con base en los datos de la ciencia de la conducta? En lugar de eso, los encargados gubernamentales se limitan a buscar objetivos ilusorios realizando esporádicamente “actividades de promoción” en las bibliotecas.

También es más que obvio que los encargados de enfrentar el problema de la lectura, declarada por las altas instancias de la política en el mundo eje fundamental del desarrollo económico, cultural y educativo de las sociedades, deberían tener en cuenta a la ciencia de la lectura, que existe desde la última década del siglo XIX.

En efecto, se suele afirmar sin fundamento válido que la gente no lee por las razones a, b, c y z. Sin embargo, eminentes investigadores que han dedicado sus vidas al estudio sistemático de la lectura (E. B. Huey, B. Bettelheim, K. Zelan, C. Freinet, K. Goodman, F. Smith, E. Ferreiro, D. Lerner, M. E. Dubois, J. Foucambert, B. Braslavsky, A. Teberosky, K. Stanovich, M. Pressley, R. Dottrens, etc.) sostienen, desde hace más de cien años, que las personas no leen porque los métodos de enseñanza ocultan a niños y jóvenes lo que verdaderamente es la lectura.

Es evidente que en las instancias oficiales y en el medio privado que se lucra de la lectura no hay interés en estudiar con criterio objetivo y científico los problemas que la atacan y las formas de superarlos. Es de bulto que en esos medios no se entiende el problema, y ya hasta se percibe un ambiente de desesperanza a su alrededor, cuando los datos de la ciencia deberían llenar de optimismo y entusiasmo a todos los interesados, encabezados por quienes aman la lectura y tienen con ella una deuda incancelable.

Si las entidades gubernamentales del ámbito de la lectura no van a los salones de clase para motivar y asesorar a los educadores, y si la industria del libro, el estamento intelectual y los medios no les reclaman que lo hagan, quienes dicen trabajar para que haya más lectores simplemente estarán perdiendo el tiempo y malgastando los recursos públicos. Y entonces surge una pregunta de la ciudadanía que de verdad parece pertinente: ¿quién responde cuando los funcionarios, aunque no sean corruptos, invierten mal los recursos públicos con demostrada falta de idoneidad? ¿No es una forma de despilfarro que debe ser objeto de examen por parte de los órganos de control?

 

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Por Raúl Garavito Rivera - Psicólogo educativo

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