Sábado y domingo

El “¡Oh Libertad!” con que comienza el himno de Antioquia pareció resonar como un reclamo contra el intento de prohibir las corridas en que están empeñados los nuevos políticos a la caza de votos.

Alfredo Molano Bravo
07 de febrero de 2012 - 01:39 a. m.

Sábado en Medellín

El “¡Oh Libertad!” con que comienza el himno de Antioquia pareció resonar como un reclamo contra el intento de prohibir las corridas en que están empeñados los nuevos políticos a la caza de votos. En el callejón los toreros Iván Fandiño, David Mora -que debutaba en La Macarena- y Juan Solanilla no podían ocultar su nerviosismo. Y es que saben y sienten que van a jugar la vida, lo que a veces se olvida cuando se miran los toros desde los tendidos. Botan su angustia moviendo las piernas, extendiendo los brazos, estirando cuello. Contrasta tanta agitación con la serenidad y aplomo que deben mostrar en la arena. El primero fue para Francisco Jaramillo, un buen jinete que paró bien al Vistahermosa y se olvidó del asunto después del varetazo que recibió su palomo.

Del encierro de Santa Bárbara de presentación impecable -toros hechos, fuertes y bellos- salieron dos bravos y encastados: un castaño, listón -que saltó al callejón,- y un jabonero que le tocó a Solanilla; dos complicados que fueron a menos, y dos que no querían saber de los toreros.

Fandiño llegó a dar guerra. Quería vérselas con sus toros de poder a poder y con Mora, su rival, tenía comprometido un mano a mano. Con las rivalidades entre toreros gana la fiesta. Al primero, que recargó en el caballo, le sacó en quites dos chicuelinas de mano baja que cortaron la respiración en los tendidos y encendieron la ilusión. Se adornó con la muleta al estilo de Castella con dos invertidos por la espalda, para entregarse con la derecha en una tanda templada y ligada. Con la izquierda, el toro no le dio. Cerró con manoletinas altivas. El hueso le quitó la oreja. Su segundo tenía estampa de bisonte: astracanado en castaño. Fue un toro que pensaba y miraba pero entraba. Lo acercó pase a pase hasta ponérselo en el sitio por donde la muerte hace andares y remató con un forzado de pecho, ese pase que llega al corazón del público porque por el corazón del torero pasa. Dejó una media lagartijera sin efecto y cinco pinchazos.
 
Los mozos de espadas trabajaban infatigables en el callejón: limpian aceros, doblan y desdoblaban capotes, remiendan muletas. Puede matarlos un toro cuando, como el primero de Mora, salta la barrera. El matador lo había recibido con una rodilla en la arena y un par de verónicas aplaudidas. La pica fue excesiva, casi retaliadora. Monaguillo se vio comprometido en banderillas: “me tropecé en un hueco - dijo burlón- es que el tiempo los hace”. La faena con la muleta fue honda. Dejó prendidos en la plaza naturales puros de muleta adelantada y cargada la suerte. Se llevó la única oreja de la tarde. El ruedo quedó claveteado de claveles rojos. De su segundo, un peligroso astifino, brindado a Jorge Luis Ochoa, nada sacó.

A Solanilla le tocó en la suerte la catedral, un jabonero de 484 kilos, al que Ignacio Páez le puso un par de banderillas que levantaron del cemento a las graderías. Recibió la ovación que se les negó a los matadores. Con la muleta, Juan lo recibió sentado en el estribo, la mano izquierda arriba en la barrera y la derecha, abajo, casi en la arena. Parecía crucificado. Salió airoso. Las tandas con la derecha no le fueron aplaudidas, le faltaron pases y dar el paso que trasmite. Mató a pesar de no hacerlo a ley. Su segundo fue un torazo negro que remató y que se durmió en el peto del caballo. Un sueño que le aflojó los remos. Solanilla logró hacer dos cacerinas en quites, dos pases sentidos con la muleta y el toro se apagó.

Domingo en Bogotá

El encierro de Mondoñedo en la Santamaría fue bello, con edad pero sobre todo bravo. Muy bravo. Aplaudidos al salir a la arena. Con cierta malicia se dice que los toreros españoles no se le miden a los toros de los Sáez de Santamaria. No si sea cierto. Lo que es verdad- y que valor entraña- fue que los colombianos les plantaron cara. Con profundidad Ramsés, con muy buenas maneras Bolívar y con voluntad, Naranjo. La afición de Bogotá- fiel y sabia- llenó un poco más de la mitad de los tendidos. La tarde estuvo toldada y alcanzo a mojar almohadillas un chubasco pasajero.

Ramsés, ha venido entregándose cada vez más. La Santamaría lo acoge así él se muestre displicente y agrio cuando las cosas no le salen bien. Su primero le hizo en extraño, le quito la capa y con ella la confianza. La buena vara ayudó a que el toro-484 kilos- bajara la cabeza y Chiricuto y  Hernando Franco dejaran un ramillete tricolor en el morrillo. Con la muleta comenzaron las dificultades porque Ramsés quería torearlo en corto y el torito tenia de dónde tirar. ¡Toro! ¡Toro! le gritaron. Ensayó al natural y volvieron a oírse con fuerza los ¡Toro! ¡Toro! Renunció a la compostura cuando fue desarmado de nuevo. Mató sin merito y se aplaudió el toro en el arrastre. Saliendo de su amargura Ramsés  le hizo una a su segundo -510 kilos- una gran faena. El toro salió un poco desorientado y se quedó en los primeros lances, la pica -un poco exagerada-, contrario a lo esperado, le sacó la casta. Vimos derechazos limpios y hondos y templados y ligados. La plaza volvió a consentir al que parece ser su torero. En naturales metió la pierna contraria - la única que se vio el domingo- y el toro metió la cabeza como llevada de la mano. Sonó la banda, gran banda también. Tanda de manoletinas mirando al cielo.

Entró con la espada pero el toro se negó a echarse. Dio la vuelta babeando el estribo y llevándose en su bravura la oreja que el público pedía y que la presidencia  negó sin argumento. Pero con argumentos –y suficientes- sacó el pañuelo azul y el torito fue despedido con vuelta al ruedo. Ramsés hace un toreo hondo de sentimiento, arriesgado. A Bolívar el público le cobra la ventana que deja abierta, pero le abona sus maneras y el domingo refrendo con aplausos lo que el torero hizo en Cali y Manizales. Su primero fue un toro, que humillaba, que pasaba, que iba mas allá, y que Bolívar lo traía y lo pasaba como hamaqueándolo. Fue al caballo sin dudas y recargó con la fuerza de su media tonelada, pero salió reservón Citó de lejos y le marco el camino tirándole la montera al hocico. Dos chicuelinas logradas y dos banderillas aplaudidas. Después, Bolívar metió al toro con suavidad, midió distancias, calculo terrenos y coronó una faena de oreja con una estocada baja.

Su segundo, llamado Sasáimo, aplaudido de entrada,  castaño oscuro listón, fue el toro de Bolívar. El toro entró en te al caballo; Viloria le puso la vara mas templada de la tarde, -quizá de la temporada-. Sasáimo recargo al punto de quedar balanceándose en las manos. Aplaudidos toro, picador y cabalgadura. Montera calada, Bolívar se regusto con la nobleza y claridad de la embestida. Bajó la mano con la derecha y con la izquierda hizo sonar la banda del maestro Escobedo. Completó la faena con estocada en sitio y  oreja a ley.

Naranjo es valiente: se metió con dos grandes y bravos toros que hubieran asustado al Juli. El primero no tenia toda la casta de sus hermanos y rompió, solo después de las banderillas de poder a poder que le puso Santana. Abrió la muleta con doblones y la lucio con una tanda con la derecha, pero los naturales le salieron movidos. Pitos inclementes. El ultimo de la tarde era un bravo con otros 500 kilos para el que publico y torero pidieron poca pica. Naranjo toreo al centro, sin gravedad, sin temple pero con ganas y sin duda, -mirando ese toro negro- echa por delante el valor. Es joven  y corajudo. Tal vez necesita menos halagos y más plaza. Valentía El ganadero salió a hombros. Una tarde apoteósica para su hierro. Para Bolívar también, gana plaza en Bogotá.

Por Alfredo Molano Bravo

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