En primer lugar, os quiero decir a cada uno de vosotros: «Dios te ama». Si ya lo has escuchado no importa, quiero recordártelo: Dios te ama. Nunca lo dudes, te pase lo que te pase. Sean cuales sean las circunstancias eres infinitamente amado, infinitamente amada. Su amor es real, verdadero, concreto, fecundo. Y, en tanto que aquí, en la tierra, todo parece responder a la lógica de dar para recibir, sale gratis.
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A mí, a ti, a todos, nos dice: «Te quiero y te querré siempre, eres valioso a mis ojos». No te ama porque piense que tienes razón, no te ama únicamente porque te portes bien: simplemente te ama. Es un amor incondicional, no depende de ti, no es negociable. Puedes haber caído, puedes haber hecho todo tipo de cosas, pero él no renuncia a amarte. Su amor no cambia, no es suspicaz; es fiel, es paciente. En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, a sus ojos amorosos apareces bella, bello: no por lo que haces, sino por lo que eres. Hay en ti una belleza indeleble, intangible, una belleza irreprimible que es el núcleo de tu ser. Te ama con tus fragilidades y debilidades. Ama incluso tu cansancio. Ama incluso tus arrugas. Y, en las noches de la vida, te dice: «No temas» (Lucas 2, 10). Ánimo, no pierdas la confianza, no pierdas la esperanza; el amor puede vencer el miedo e incluso las tinieblas de la arrogancia humana.
Te quiero, eres importante para mí, cuento contigo siempre y para siempre: este es el mensaje y el don que hemos recibido.
De esta conciencia nace la alegría y todo lo que realmente importa.
Un regalo tan grande merece muchísima gratitud y aceptar la gracia es ante todo saber agradecer. Aunque poseyeras tanta fe que moviera montañas, si carecieras de caridad, de amor, no serías nada. Así dice el apóstol Pablo, abriendo ante nosotros un horizonte maravilloso: hemos sido creados desde el Amor, por amor y con amor, y estamos hechos para amar. Convertirnos en regalo nosotros mismos es lo que responde a nuestro ser más profundo, a nuestras propias necesidades. Es dar sentido a toda nuestra existencia. Y es la mejor manera de cambiar el mundo: nosotros cambiamos, cambia la historia cuando empezamos a no querer cambiar a los demás, sino a nosotros mismos, haciendo de nosotros mismos nuestro don.
En el transcurso de nuestra vida esta llamada al amor, inscrita en las fibras de nuestro ser y portadora del secreto de la felicidad, ilumina nuestra inteligencia, infunde vigor a nuestra voluntad, nos llena de asombro, hace arder nuestro corazón, llega a nosotros de un modo siempre nuevo, a veces inesperado.
Por eso «te deseo el amor» es a la vez la plegaria más hermosa, nuestra realidad más profunda y el regalo más hermoso y auténtico que podemos hacernos el uno al otro.
Te quiero en veinte pasos
1
Mantén el corazón abierto. Entrégate a la confianza de ser amado por Dios. Su amor siempre va por delante de nosotros, siempre nos acompaña, permanece con nosotros a pesar de todo.
2
Recuerda que vales por lo que eres. Obsesionados por las apariencias, por mensajes machacones que hacen depender la vida de cómo vestimos, del coche que conducimos, de cómo nos miran los demás…, hoy se corre el riesgo de olvidar quiénes somos. Pero aquella antigua invitación, conócete a ti mismo, sigue vigente: recuerda que vales por lo que eres, no por lo que tienes. Vales porque eres único.
3
Elige en qué quieres convertirte. Nos convertimos en lo que elegimos, para bien o para mal. Si elegimos robar, nos convertimos en ladrones; si elegimos odiar, nos convertimos en iracundos; si elegimos pasar horas delante del móvil, nos convertimos en adictos; si elegimos pensar solo en nosotros mismos, nos convertimos en egoístas. Pero si elegimos el amor, cada día seremos más amados y felices.
4
Da tú el primer paso. Siempre es necesario dar el primer paso en cualquier actividad y proyecto. En nuestro proyecto de vida, ser el primero en tender puentes, en crear fraternidad, en amar, dirige nuestro camino hacia la realización de nuestro yo más profundo.
5
Haz las paces con tu pasado. El Espíritu cura los recuerdos, colocando en primer lugar lo que vale: el recuerdo del amor de Dios, su mirada sobre nosotros. Así pone orden en nuestra vida: nos enseña a aceptarnos, nos enseña a perdonarnos.
6
Toma las riendas de tu vida. Cuando experimentes amargura y decepción, cuando te sientas menospreciado o incomprendido, no te pierdas en arrepentimientos y nostalgias. Son tentaciones que paralizan el camino, senderos que no llevan a ninguna parte. Abraza el don de vivir cada día.
7
Libérate de lo que obstaculiza el amor. Demasiado tener y demasiado querer ahogan nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar. Son dependencias que envenenan el cuerpo y el alma. Libérate de lo que pesa sobre el corazón y obstaculiza el amor.
8
Ama concretamente como quieres ser amado. El amor no es algo abstracto, etéreo o teórico, algo redactado para impartir un discurso. Jesús propone una primera regla de oro al alcance de todos: «Como queráis que os traten los hombres, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6, 31) y nos ayuda a descubrir que esta reciprocidad no solamente es fuente de justicia, sino también de plenitud.
9
Ama a las personas una a una. Respeta el camino de cada uno, sea lineal o tortuoso, porque cada uno tiene su propia historia que contar. Cada niño que nace es el comienzo de una vida que, una vez más, demuestra ser más fuerte que la muerte. Cada amor que surge es una fuerza transformadora que anhela la felicidad.
10
Recuerda que sin libertad no hay amor. El amor debe su fuerza y su belleza precisamente a esto: genera un vínculo sin quitar libertad. Sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio, sin libertad no hay amistad.
11
Libérate de la envidia. ¿Somos capaces de dejar sitio a los demás? ¿De escucharlos, de dejarlos crecer, de no atarlos a nosotros exigiéndoles reconocimiento? El camino de la alegría está libre de envidia y ayuda a perfeccionarse mutuamente.
12
Alégrate del bien ajeno. Puesto que estamos hechos para amar, experimentamos que no hay mayor alegría que la de compartir un bien. Las alegrías más intensas de la vida surgen cuando podemos aportar felicidad a los demás.
13
Utiliza palabras que alimenten el amor. Por favor, gracias y perdón son cuatro palabras clave: no seamos cicateros al usarlas, seamos generosos al repetirlas, porque algunos silencios pesan, a veces incluso en las familias, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos. Las palabras justas, dichas en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día.
14
Estate atento. Amar significa estar atento al otro, ser consciente de sus necesidades, estar dispuesto a escuchar y acoger, estar preparado.
15
Preocúpate por los que no están. El que ama siente nostalgia de los ausentes, busca a los extraviados, espera a los que están lejos. Porque no quiere dejar a nadie atrás.
16
No dejes de contemplar a las personas que amas. La mirada de aprecio es de enorme importancia y escatimarla suele acarrear daños. Muchas heridas y crisis tienen su origen en el momento en que dejamos de contemplarnos.
17
Aprende a desactivar. Quien sigue al Príncipe de la Paz debe procurar siempre la paz. Y la paz no puede restablecerse si a una mala palabra se responde con otra aún peor, si a una bofetada le sigue otra: es necesario desactivar, romper la cadena del mal, romper la espiral de violencia, dejar de albergar resentimiento, dejar de quejarse y de compadecerse de uno mismo.
18
No te cierres en banda. El otro es la manera de encontrarte a ti mismo. Naturalmente es difícil salir de tu zona de confort, es más fácil sentarse en el sofá. En lugar de ello, hay que reaccionar, abrirse cuando uno se siente solo, buscar a los demás cuando surge la tentación de encerrarse. Hay que entrenarse en esta «gimnasia del alma».
19
Dale al mundo tu toque único de belleza. Si no aprendemos a cuidar de lo que nos rodea —de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de lo creado—, acabamos haciendo de nuestra vida exclusivamente una triste y agotadora carrera. Dale al mundo ese toque único de belleza que solo tú, y nadie más, puedes dar.
20
Siembra fraternidad y cosecharás futuro. Este es el reto de hoy para ganar el mañana, el reto de nuestras vidas individuales y de nuestras sociedades cada vez más globalizadas y multiculturales. Si eres sembrador de fraternidad, serás recolector de futuro… ¡porque el mundo únicamente tendrá futuro en la fraternidad!
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936 en una familia de inmigrantes italianos. En 1969 fue ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús (Jesuitas) y consagrado obispo en 1992. Fue nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1998 y creado cardenal en 2001. En marzo de 2013 fue elegido obispo de Roma, convirtiéndose en el Papa número 266 de la Iglesia católica.