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Como dueños de nuestras billeteras –y cada vez más conscientes de lo que le pasa en nuestro entorno–, debiéramos considerar la posibilidad de apoyar a productores de alimentos naturales, ecológicos y sustentables, así como a cocineros de platos locales, deliciosos y nutritivos. Sería una forma de salvaguardar nuestro bienestar y de darle energía positiva a un ciclo productivo más humano y equitativo, y menos indiferente con este amenazado planeta.
Es casi inevitable que la próxima pandemia será climática y alimenticia. Si no logramos mantener a los labriegos en sus parcelas –comprándoles su producción y pagándoles lo justo–, si no procuramos volver a prácticas agrícolas ancestrales en vez de atiborrar los suelos de insecticidas y herbicidas, si no dejamos de henchirnos de comida rápida pensada para llenar el tanque y no para asegurar bienestar, estaremos en el peor de los submundos: hambrientos, enfermos y con las defensas en el piso.
Decepciona que tan amenazante panorama tienda a mirarse con la óptica de la indiferencia, tan habitual entre quienes piensan que dichos clamores son cosa de otra galaxia… hasta que la desgracia toque a la puerta.
En este tiempo de incertidumbre hay, por fortuna, pequeños engranajes dentro del nuevo aparato de la “virtualidad”. Sucede así en Bogotá y en otras capitales colombianas.
En el rubro de la comida sostenible siguen su marcha, pese a la cuarentena, propuestas como las de Salvo Patria, cuyos creadores se abastecen de manera permanente de productores locales y de insumos frescos y de temporada. Es también el caso MiniMal, cuyos platos se elaboran con insumos cultivados por manos nativas y campesinas. Y últimamente vimos nacer MiCasaEnTuCasa, iniciativa de domicilios de Leonor Espinosa, otra apasionada de lo local y lo ancestral. Debo citar también el ejemplo de cuidadosa selección y manipulación de ingredientes del restaurante de pesca Exxus, cuyo eje es preparar platos equilibrados y cardiosaludables.
A este pequeño grupo de quijotes culinarios virtuales se suma ahora un creciente número de productores y comercializadores de cafés artesanales, provenientes de bellos lugares y excepcionales zonas de producción.
Ofrecen cafés de autor y de origen, con información precisa sobre variedades, alturas y fechas de mejor consumo, muy distantes de los productos comerciales y masivos. Han saltado al ruedo digital marcas como Kafé Loma Verde, Café Botánica, Cafés de Origen, Caffa Colombia, Café Támesis, OKafé, Café La Reserva, Café Ma’keywa de la Sierra Nevada, entre otros tantos.
Todos actúan de manera congruente con el trabajo de fundaciones como la italiana Slowfood, que pregona el acceso a una “comida buena para nosotros, buena para quienes la producen y buena para el planeta”. Slowfood nació precisamente como respuesta a la estandarización del gusto impuesto por las multinacionales de las comidas rápidas, tan cuestionadas en los últimos años por sus efectos contra la salud. Sin excepción, todos estos pregoneros trabajan para que el consumidor sea más consciente de lo que come y del impacto personal, familiar y ambiental de lo que pone a diario en su plato.