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Los recuerdos de varias generaciones están marcados por un sabor que los lleva a su infancia y los transporta a sus memorias gustativas: el helado de Frutin. Un negocio familiar que es símbolo de la ciudad, y que, no solo cuenta historias, sino que es el resultado de una evolución que durante años ha puesto sobre sus vitrinas el amor y la unión familiar.
Cecilia Robayo y Julio César Merchán llegaron a Boyacá, atraídos por el trabajo en las minas de carbón del departamento. Formaron una familia con cuatro hijos, y fue Robayo quien, desde un principio, mostró su espíritu emprendedor. Vendía cigarrillos a escondidas de su esposo, camuflándolos en el sofá. No obstante, un acto cotidiano se convertiría en una idea de negocio que hoy en día habla de identidad familiar.
El jugo sobrante de las comidas que en ocasiones enviaba a sus hijos en la lonchera del colegio, se trasladó a pequeños recipientes que dejarían como resultado paletas de hielo elaboradas con palitos de árboles y ramas caídas que recogía en su día a día.
Con el tiempo, Ingrid, la mayor de cuatro hermanos y la única mujer, compró la primera máquina de helado con un préstamo, experimentando de manera constante hasta encontrar la receta perfecta de crema italiana. Así, en 1965, nació la primera versión de Frutin, que se distribuía en un Renault 12 que Julio César había adquirido con su pensión. La familia comenzó a vender su propuesta por las calles de Duitama, sin imaginar que este pequeño negocio marcaría un hito en la historia de la ciudad.
Con el paso del tiempo, la heladería creció y fue en el año 2021 que pasó a manos de Natalia Rico, nieta de los fundadores. Por esa época, ella regresaba a su pueblo natal, para asumir el liderazgo del negocio familiar, luego de haber vivido en Barranquilla y salir victoriosa de la pandemia mundial del Covid 19.
El poder de crear desde la tradición
Bajo la dirección de Rico, la empresa ha experimentado una nueva etapa de crecimiento. Desde la creación del primer “Drive Tru” de Duitama, hasta el lanzamiento de productos como el helado de aguacate o de papa criolla en homenaje a la batalla de Boyacá, Frutin ha logrado mantenerse en el mercado. Sin embargo, no ha sido una tarea fácil, Natalia tuvo que enfrentarse a desafíos legales con sus tíos, quienes no apoyaron su visión desde un principio. Aun con todo y esto, su determinación y amor por la empresa la llevaron a transformar la heladería en algo mucho más grande.
Además de los clásicos helados de crema italiana, este negocio familiar ofrece una gama de sabores que celebran la riqueza del departamento, como el helado de tamarindo picante o el de mango biche, poniendo siempre en el paladar de sus comensales su ingrediente infaltable: el vínculo con la comunidad. Un propósito que además ratifica el apoyo con los agricultores de la zona, quienes le proveen materia prima que garantiza productos frescos locales y de calidad.
La ventanita de los sueños
Hoy en día Frutin ha expandido su presencia por varios puntos del departamento, la “ventanita”, como la conocen los lugareños, sigue siendo el corazón de la marca. En este pequeño local, donde todo comenzó el sueño de estos colombianos, se mantiene vigente y se saborea entre las familias boyacenses.
Este legado no es solo un recuerdo, es una realidad presente en cada uno de sus productos. El concepto artesanal que transportó sus primeras ideas en un carro de los años 60, migró a un camión que recorre las calles de la ciudad y que es conocido como el “Frutinmovil”. Un vehículo que hace presencia en diversos eventos del departamento y que ya debutó en Bogotá. Además de estas iniciativas, el año 2024 le dio la bienvenida a la “Casa Morada Frutin”, un espacio donde la oferta gastronómica es variada y sigue narrando lo que se esconde detrás de los sabores de tradición.
La resiliencia de esta emprendedora boyacense la llevó a un hito importante: lograr aterrizar en Shark Tank, donde compartió su inspirador recorrido con el festival de sabor. En su exposición, detalló todo el esfuerzo y la pasión invertidos en crear una propuesta gastronómica única, logrando cautivar a los “tiburones” —los cinco inversores del programa—. Su visión fue tan sólida que cada uno de ellos decidió aportar cien millones de pesos, bajo unas condiciones de crédito acordadas, con el objetivo de mantener y expandir en el mercado gastronómico los helados artesanales que han marcado la diferencia durante décadas en su departamento.
Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) o al de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧
