Este arte culinario, con técnicas sencillas, está basado en una cultura ancestral y, por supuesto, en los ingredientes maravillosos de la cuenca. Estos ingredientes son: mariscos frescos, pastas de trigo, vegetales frescos (el tomate es importado de América), hierbas de fuertes aromas que se han esparcido por el mundo entero y arroces. El aceite de oliva, con sus sutiles aromas, sabores y su delicada untuosidad, es sin duda el común denominador de la cocina de estos pueblos.
Pero los europeos se quedan con el bueno, que aprecian mucho y nos mandan el malo; el pescado y los mariscos frescos en nuestra querida Bogotá no existen y aunque contamos con los vegetales y buena parte de las hierbas, nos falta el toque mágico de miles de años de cultura. Siendo así la cosa, un “restaurante de comida mediterránea” aquí se inicia con bajas probabilidades de éxito frenético, a menos que logre establecer medios para traer estos ingredientes.
Niko, con una tradición de varios años en Bogotá, se presenta como un restaurante mediterráneo, con su bagaje, por supuesto, con resultados que no despiertan mayores entusiasmos. Cuenta con una carta variada y de pocas sorpresas: 21 entradas ($12.900-$23.000), 4 sopas, 12 carnes ($33.000-$42.000), 7 pescados y mariscos, 3 aves, 11 pastas y 8 postres. La carta de vinos sin pretensiones y los precios de la carta con demasiadas pretensiones.
Lo que comimos: de entrada pedimos “Calamares fritos” a la romana. Estaban bien hechos, dorados, fritos en su punto y sabrosos. Hacer bien los calamares a la romana no es tan fácil y en Niko los hacen bien. El pecado llegó con el remedo de “salsa tártara” con la que los sirvieron. Esta salsa es muy utilizada con pescados y mariscos. Es una mezcla de mayonesa hecha en casa con buen aceite de oliva, huevo duro, pepinillos, cebolla finamente picada y otros opcionales. Si mejoraran esta sencilla salsa valdría la pena ir a Niko solamente a comer los calamares.
Ensalada de pecans, peras y queso azul (presente en varios menús en Bogotá) con una vinagreta delicada, con aceites y vinagres en su punto. Los pecans acaramelados le ofrecían un rico contraste con los verdes y el queso azul. En fin, un plato refrescante y bien logrado.
Antipasto de vegetales frescos a la parrilla: pimentones, hogos, calabacines, berenjenas y tomates secos. Estaba sin gracia y simple. Le faltó el quemadito de la parrilla a cada uno de los vegetales, hierbas y buen aceite de oliva, precisamente el toque mediterráneo. De plato fuerte nos fuimos con un “Mero a la parrilla con puerros, uvas pasas y vino blanco”. No dio la talla. El pescado, por supuesto, no exhalaba los sutiles aromas del pescado fresco y la cama de puerros en tiritas, uvas pasas y vino blanco estaba un poco amarga y no ayudó. Postre sin ninguna gracia: fresas con una mezcla muy americana de salsa de chocolate y pasta phyllo mal tratada.
En definitiva, aquí se come bien si uno se limita a un buen plato de calamares fritos con una ensalada de verdes, queso azul, peras y pecans, acompañados con un vino blanco chileno.
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