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La fábrica de estrellas

Los niños de un lejano municipio caqueteño recrean su vida a través del lenguaje del cine. Alirio González es el comunicador que acompaña a este parche de creadores.

Juan Camilo Maldonado T.
04 de diciembre de 2007 - 03:36 p. m.

Cuando Alirio González camina por las calles de Belén de los Andaquíes (Caquetá), los niños lo persiguen como si fuera el líder de un parche de barrio que va rumbo a su guarida, una pequeña casa amarilla en la última cuadra del pueblo, construida a pocos metros de las faldas verdosas del macizo colombiano. 

Allí funciona, desde hace dos años, la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes. Alirio es su gestor. Un niño de 40 años, de movimientos nerviosos, que habla siempre acelerado, como si sus pensamientos no tuvieran paciencia con sus palabras. "¡Vamos chinos, vamos a la escuela y luego al río!", los exhorta. Y los niños salen de las esquinas y los solares, brincando acelerados.

Algunos ya le han cogido ventaja. Antes del llamado hay ya varios de ellos trabajando en un diminuto cuarto que les sirve de estudio de edición. Jeison Capera, de siete años, lleva tiempo sentado en uno de los dos trajinados computadores instalados en la escuela. El cuarto está atestado de películas y libros, y una ventana en el costado sin vidrio le da la luz necesaria para trabajar. A Jeison le dicen Chilca, de cariño, y aunque aún no sabe leer, edita concentrado la imagen de un billete que camina en la pantalla, gracias a un programa de animación, Flash Player, que maneja con destreza.

La historia que edita Chilca es una de las más de 50 películas de dos minutos que estos niños han aprendido a producir gracias al acompañamiento e inventiva de González. Historias cotidianas que hablan de sus padres y amigos, de la escuela y del trabajo, y que Alirio ayuda a estructurar para luego montar animaciones en computador que mezclan fotografías, dibujos, narración y música.

"La regla de oro de la Escuela Audiovisual es que no hay cámara sin historia", explica Alirio. A su lado, Nini Johana Ledesma, quien no supera los doce años, se desenvuelve con pericia alistando el minidisc, el micrófono y los audífonos que va a utilizar en unas horas para entrevistar a un habitante del pueblo que ha tenido la idea de montar un banco de herramientas para los horticultores del lugar.

"Es un encargo, como un video institucional", aclara Alirio. Además de realizar sus películas por pura "recocha", como repiten, los niños han encontrado la forma de aprovechar lo aprendido para venderles productos a sus vecinos, entre fotos y videos que les encargan.

Pero lo más importante son las narraciones de los niños. Chilca trabaja en la historia del papá de una de sus compañeras. Su madre los dejó y "se fue con otro". En la pantalla del computador, Chilca edita una animación, con muñecos que representan a la familia de su compañera. Hoy, la madre les envía dinero, que Chilca decidió representar con billetes que marchan y vuelan.

La vida a pesar de todo

Las noches de los sábados, son noche de estreno. Esta vez el turno es para Daleiber, El Gordo. La premier es en su casa, donde sus papás y los niños se preparan para ver proyectada en la pared su nueva producción: Las pistolas del gordo.

"Alirio siempre nos dice que las pistolas están prohibidas en la escuela, que a uno siempre le va mal cuando anda con gente armada", cuenta El Gordo. Pero por fuera las pistolas de juguete están de moda, y Daleiber se compró una. Entre juegos y disparos de balines, el Gordo hirió a un amigo. "Alirio me dijo que hiciera una película y entonces nos inventamos una canción, el Corrido del Gordo. Con ella contamos la historia de las pistolas", cuenta Daleiber.

Alirio tiene muy presente el impacto cultural que ha tenido en ellos el narcotráfico: "Les ha heredado la imagen de la opulencia como mecanismo para alcanzar el éxito. Mucha gente acá vive de eso, es lo que hacen para traer comida a la casa".

Esta realidad aparece en sus historias, pero sin la mediación del mundo adulto. La película Los Raspachines, por ejemplo, realizada por los tres hermanos Capera, recrea un día en el que tres raspadores de coca recogen la hoja como parte de su rutina cotidiana. "Es su diario vivir -dice González-, no lo ven como algo malo".

Para Alirio es importante que sean los niños quienes propongan no sólo el argumento de los cortos, sino la manera como éstos se cuentan. Ellos deciden a qué apuntarle, qué marco darles a las fotos, qué textos van en los libretos, quiénes son los personajes de sus historias y la mejor manera de dibujar las ilustraciones que alternan con las fotografías.

Y así, en medio de una zona donde los relatos de la guerra y la droga son la norma, Alirio los deja contar lo que ellos quieran, con la paradoja de que el conflicto nunca es protagonista de su narrativa. "Ellos no están escondiendo su realidad, pero tampoco están contando un mundo de guerra. Sus formas de contar nos enseñan a no quedarnos dando vueltas en la guerra. Hay guerra, pero la vida sigue", escribió recientemente en el libro Ya no es posible el silencio, editado por la organización alemana Friedrich Ebert Stiftung.

Territorio Andaquí

Al lado de Belén hay una modesta colina. En su cima, junto a un santuario construido para la Virgen de Las Lajas, un montón de "construcciones ecológicas", como llama Alirio a los búnkeres del Ejército, resguardan este punto estratégico. "Este es mi pueblo", explica Alirio, mientras observa la llanura sin fondo que une al Caquetá con el Putumayo, "seis mil personas rodeadas por sólo tres fincas".

Durante 11 años, Alirio ha sido promotor de Radio Andaquí, una exitosa iniciativa de comunicación ciudadana, ubicada a las afueras del pueblo, desde donde niños y adultos voluntarios en Belén hacen sus propios programas.

El proyecto, que tiene como eslogan "El territorio Andaquí", ha fortalecido muchos vínculos sociales del municipio y es hoy fuente de orgullo y cohesión social. "Antes la gente vivía achantada, les daba pena decir que eran de Belén, gracias a la emisora la gente está contenta, nos llaman los Argentinos del Caquetá", cuenta Mariana García, de 23 años, directora de la emisora.

Cuando se le pregunta a Alirio por el efecto que ha tenido el proyecto en la comunidad, tiende a responder exaltado: "La mejor arma contra la guerra es la esperanza". Por eso anima a los niños para que ahorren parte de lo que ganan en la escuela haciendo fotografías de documentos o vendiendo videoclips a organizaciones como la Unesco. Nini Johana, por ejemplo, está ahorrando para la universidad. "Yo quiero con esto estudiar Derecho -dice con seriedad la niña- y luego combinarlo con periodismo".

Ya tienen varios pedidos, cosa que no sorprende, por el hipnótico carácter de su propuesta. Son historias sencillas que Alirio aprendió a narrar escuchando a los niños y viendo obsesivamente las películas de Tim Burton y Hayao Miyasaki (El viaje de Chihiro). Historias que quiere convertir en series de televisión e incluso en una película realizada cuando crezcan los niños.

No resulta difícil imaginarlo cuando se les ve trabajar en su modesto estudio. Alirio ha logrado con ellos lo que muchas escuelas públicas ni siquiera imaginan. Y, como el personaje de su película favorita, del italiano Giuseppe Tornatore, se ha convertido en un auténtico Fabricante de Estrellas.

juancamilomaldonado@yahoo.com

Por Juan Camilo Maldonado T.

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