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De tal palo tal astilla

Nicolás, hijo mayor de Eduardo Pimentel, es el gerente del Chicó.

Olga Lucía Barona Torres
01 de junio de 2009 - 11:00 p. m.

“La gente dirá que voy en coche por ser el hijo del dueño del equipo, pero les aseguro que él es más fuerte conmigo que con el resto de los empleados del club. Para que me entiendan, es como si viera en mí una combinación entre los árbitros Wílmer Roldán y Sebastián Valencia”. Con estas palabras Nicolás Pimentel Vallejo, el hijo mayor de Eduardo, resume lo que es su trabajo desde hace seis meses en la gerencia deportiva del Boyacá Chicó.

Y Eduardo así lo reconoce. “Lo mismo de fuerte que soy con los demás, soy con él, pero sé que después me lo va a agradecer. A veces la verdad es que me paso. Pero le toca aguantarme. Como le digo yo, ‘si se pone muy bravo, pues renuncie’”.

Más allá de las contiendas laborales, la relación padre e hijo es excelente. En ella impera una escala de valores, en la cual, dice Nicolás, en primer lugar están la honestidad, la transparencia y el amor por el trabajo.

Nicolás apenas tiene 21 años y es hijo del primer matrimonio de Eduardo con Margarita Vallejo. En 2006 se graduó de bachiller del Gimnasio Moderno. Aunque jugó fútbol, nunca llegó a ser profesional por culpa de una delicada lesión y también “porque me fue mal en el colegio”. Empezó a estudiar Administración de Empresas en la Universidad de La Sabana, pero este semestre no asistió debido a la propuesta que hace seis meses le hizo su padre de encargarse del equipo.

“Mi hijo tiene una forma de ser similar a la mía en la manera de trabajar, una metodología que solamente la da la sangre que tenemos, que es la de no descansar hasta que las cosas estén bien hechas. Como a los 18 años yo empecé a palpar su forma de ser y su liderazgo. Y por eso me dije: ‘Quién mejor para tomar la gerencia deportiva de mi equipo que mi hijo’. Él tiene la fiebre del fútbol igual que la tengo yo, aunque le faltó jugar, pero creo que empezando tan joven, en un término muy corto puede llegar a ser uno de los grandes dirigentes del fútbol colombiano”, explica Eduardo, mientras atiende múltiples llamadas, todas relacionadas con fútbol y específicamente con la actuación del árbitro Sebastián Valencia, quien en juego de las semifinales contra el Once Caldas pitó en contra del Chicó un penalti inexistente.

Y justamente fue en esa acción cuando Nicolás se hizo conocer. Todavía está en la retina de los aficionados su imagen reclamándole airadamente al juez Valencia. Pero Nicolás dice que pese a que el temperamento fuerte viene en su sangre y en sus genes, él es un joven tranquilo. “Pero ese día, ante un error tan evidente, se pone de mal genio hasta al más pacífico del mundo. De hecho mi papá, que estaba en las tribunas del estadio Palogrande fue el primer sorprendido al ver mi actitud”.

“Es cierto, mi hijo es tranquilo, pero él ha entendido que esta es una empresa que a mí me ha costado demasiado. Entonces es normal que le dé rabia que sucedan cosas como la del partido ante el Caldas. Por eso, ante su protesta en Manizales, entendí perfectamente sus reclamos. Aunque luego hable con él y le dije que eso no se ve bien. La verdad es que no quiero que herede mi fama, yo quiero una imagen distinta para él. Aunque quiero aclarar que mis reclamos son con argumento. Yo no lo hago, con todo respeto, como Pinto o Comesaña, que no tienen razón”, lanza Eduardo, casado con Luisa Betancourt, con quien tiene tres hijos más: Laura, de 12 años; Jacobo, de siete, y Gerónimo, de ocho meses.

Todo lo consulta

Nicolás debe encargarse de organizar los viajes del equipo, hoteles, vuelos y comida, así como los contratos de trabajo y la página web (www.boyacachico.com). Pero mientras aprende los intríngulis del negocio, él le consulta a su papá. No se mueve un dedo en el Chicó sin el visto bueno de Eduardo. “Me pregunta todo, pero todos los trabajos que se le asignan los hace bien y rápido. Me deja sorprendido y por eso lo dejo volar solo”, reflexiona el padre.

Eso no quiere decir que Eduardo no lo haya desautorizado. Pasó justamente en el viaje a Manizales, cuando Nicolás organizó el vuelo por Pereira. Al padre ‘se le saltó el bloque’ porque no le parecía correcto con sus jugadores que tuvieran que llegar a la capital caldense vía terrestre y contrató un avión privado. “Él se molestó porque le cambié todo. Le tocó a Nicolás quedarse con unos tiquetes comprados”.

Convivir con el temperamento fuerte de su padre es algo normal para Nicolás, pues toda la vida ha sido así. “Recuerdo que cuando tenía como siete años me pegó una severa tunda que nunca se me olvidará y que ahora, muchos años después, se la agradezco. Me pegó porque me robé 20 pesos. Claro que tenía toda la razón de castigarme”.

El hijo cuenta, sin embargo, que la experiencia ha sido buena y que en todas parte sorprende por su juventud. “Cuando fuimos a jugar Copa Libertadores, el delgado de la U. de Chile no podía creer que yo fuera el representante. Me decía, pero ‘si tu podés ser mi nieto’”. Lo mismo ocurrió al enfrentar a Gremio  y Aurora, así como en el reciente sorteo de los cuadrangulares en la Dimayor.

Nicolás quiere aprenderle a su padre todos los secretos del negocio, ser uno de los mejores dirigentes del país y luego dedicarse a buscar talentos y vender jugadores en el exterior. Por ahora, mientras pasa su juventud, camina a la sombra de Eduardo, quien le lanza un consejo final: “Él tiene que entender que estamos en un medio cochino, en el fútbol, en la política... en todo. Esa es la realidad. Yo amo mi país, pero aquí todo el mundo quiere tirárselas de vivo. Yo, por ejemplo, a los jueces les tengo una frase, yo plata no le doy a nadie, pero escarnio público sí les hago”.

Por Olga Lucía Barona Torres

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