La voz: un riesgo profesional

Aunque en muchos países las alteraciones vocales son una enfermedad laboral, en Colombia no se les considera como tal. Un grupo de la U. del Rosario va a la vanguardia al enseñar a los docentes las técnicas necesarias para prevenirlas.

Lucía Camargo Rojas
10 de diciembre de 2008 - 11:00 p. m.

Cuando una persona imagina el oficio del profesor, piensa en el tablero, los exámenes, los salones, pero no se detiene a recordar el instrumento principal para que el docente pueda impartir su clase: la voz. En una cátedra un profesor puede durar dos horas hablando sin parar. Peor aún, si su jornada se cumple con ocho horas continuas de un mismo discurso.

Es por eso que los docentes son considerados por los fonoaudiólogos como profesionales de la voz, debido a que la utilizan como su principal herramienta de trabajo. De hecho, estudios como el que Nelson Roy, profesor del departamento de Ciencias de la Comunicación y Desórdenes de la Universidad de Utah, publicó en la revista de la Asociación Americana de Lenguaje y Oído (ASHA, por su sigla en inglés) en 2005, demuestran que los profesores presentan un riesgo mayor que el de cualquier otro individuo a adquirir patología vocal, pues la naturaleza de su ejercicio los obliga a utilizar la voz por largos períodos.

Las conclusiones que diversas investigaciones han adelantado en varias universidades del mundo han hecho que las alteraciones vocales sean consideradas como una enfermedad profesional en países como España, Argentina o Estados Unidos. En Colombia, en cambio, éstas aún no aparecen en el decreto 1832 del 4 de agosto de 1994 en el cual se adopta la tabla de enfermedades profesionales.

Pero aunque por ley las alteraciones vocales no sean consideradas como enfermedad profesional, en la Universidad del Rosario, en Bogotá, ya se tomó la decisión de catalogarla como tal, según explica Adriana Fajardo, docente de la Facultad de Rehabilitación y Desarrollo Humano de esta institución.

Fajardo coordina el Programa de Vigilancia Epidemiológica en Voz que inició hace dos años cuando la entonces profesora del departamento, Ivonne Peñuela, en conversación con el área de salud ocupacional, se percató de los continuos eventos de profesores que se incapacitaban por problemas de voz. Por eso propuso crear un programa para los practicantes de la carrera de Fonoaudiología que buscara analizar y combatir esa problemática.

El programa inició con una encuesta que se realizó de forma presencial y virtual en la cual se preguntaba a 249 profesores rosaristas sobre su percepción ante los riesgos de desarrollar una patología bocal por culpa de su ejercicio profesional. Un 36% de los docentes manifestó tener un riesgo vocal leve, mientras que un 62% identificó alguna dificultad en el uso de la voz y tan sólo un 1% consideró que efectivamente ya tenía problemas de voz.


“La impresión que tenían los profesores del riesgo fue muy poca. Por eso la siguiente fase del proyecto consistió en aclarar qué tan distante podía estar su percepción de la realidad”, explica Fajardo.

Así inició la fase de promoción y prevención del programa que consistió en tres talleres de salud vocal. En éstos se demostró a los docentes la importancia del cuidado de la voz con buenos hábitos como la disminución del consumo de sustancias perjudiciales (por ejemplo el café y el tabaco) y se les enseñó a hidratar sus cuerdas vocales mientras dictan clase. Además, se les explicó la importancia de mantener una postura adecuada al dictar su cátedra y se les enseñaron ejercicios de respiración para que no se les acabe el aire tan fácilmente cuando hablan.

Paralelo a los talleres, los miembros del programa fueron identificando a los profesores que ya tenían riesgos vocales. De los 34 que asistieron a los tres talleres, 8 presentaron alteraciones vocales y un 30% de los restantes tenía algún tipo de riesgo vocal.

Ximena Palacios, docente de psicología de la universidad, es uno de esos ocho profesores. Lleva más de ocho años dictando clase pero sólo hasta hace uno empezó a sentir cambios en su voz después de dar su cátedra: se ponía muy ronca, carraspeaba y le dolía la garganta. “Muchos docentes no prestan cuidado a su voz sino sólo hasta cuando ya tienen problemas serios”, explica.

Seis de esos ocho profesores recibieron un diagnóstico y fueron remitidos a un otorrinolaringólogo o un médico general. “A pesar de que este tipo de reportes no está enmarcado en el sistema de salud, sino en el marco de las ARP o de salud ocupacional, creemos que si remitimos a estos pacientes estos casos se reportarán al sistema de salud, para que así se puedan levantar estadísticas que evidencien cómo efectivamente hay profesores que presentan alteraciones en sus cuerdas vocales por usar la voz como herramienta profesional”, asegura Fajardo.

En adelante el grupo implementará estrategias de difusión más agresivas con el fin de concientizar a los profesores de la prevención. Pero, además, “vamos a intervenir para reducir los riesgos en el ambiente que también puedan estar afectando, como los salones de más de 120 alumnos. En estos casos el profesor debe contar con un adecuado equipo de amplificación de voz”, concluye Fajardo.

lcamargo@elespectador.com

Por Lucía Camargo Rojas

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