Publicidad

Poesía concreta

Héctor Abad hace una visita guiada a un nuevo monumento bogotano. El arquitecto Daniel Bermúdez habla del teatro y de la biblioteca de Suba.

Héctor Abad / Especial para El Espectador
22 de mayo de 2010 - 10:00 p. m.

Después de trabajar cinco años detrás de un sueño, el arquitecto Daniel Bermúdez toca con las manos, ve con los ojos, oye con los oídos el resultado de algo que antes sólo estaba en sus cálculos, en sus dibujos y en su imaginación.

El proyecto empezó con lo que él mismo define como “la llamada del desmayo”. Fue por teléfono y alguien que podía decirlo le decía: “Queremos donar un gran teatro y un parque biblioteca para Bogotá. ¿Le interesaría encargarse del diseño? Puede hacer lo que quiera. El lote, yendo hacia Suba por la 170, tiene 6 hectáreas y lo entrega el Distrito, nosotros ponemos el edificio…” Sí, ese es el frote de la lámpara de Aladino para un arquitecto: tener el espacio y la disponibilidad financiera para desarrollar a sus anchas un proyecto nuevo. Después de la llamada, quizá por el entusiasmo, sufrió una especie de desmayo por las escaleras: se cayó y se abrió una ceja, la izquierda. El arquitecto es de cejas pobladas y ya no se le nota ninguna cicatriz.

Daniel Bermúdez —hijo de otro gran arquitecto colombiano, Guillermo Bermúdez— nos recibe en la parte baja de la gran escalera que lleva en suave pendiente hasta la entrada principal del teatro y de la biblioteca del Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo. Los ojos claros bajo el gorrito de paño, a la Sherlock Holmes, la gabardina para la llovizna, la barba rala, la piel algo manchada por el sol de la intemperie, el ademán distante y amable al mismo tiempo. Le damos la espalda a la calle y miramos un momento en silencio el gran proyecto urbanístico que en estos días recibe Bogotá como regalo.

Bermúdez mira el resultado de su largo trabajo, que ahora todos podemos apreciar fascinados. Todo en su actitud revela una serena satisfacción. Los volúmenes de la edificación son imponentes, pero la mole no ofende la vista y los colores son discretos: una mezcla armoniosa de salmón pálido, casi rosado, con blanco. El blanco, a veces, desprende chispas de brillo robadas a la luz pálida de la sabana. Todo ha sido vaciado en concreto, pero en algunas partes (sobre todo en la correspondiente al Teatro Mayor) al blanco se le ha añadido polvo de piedra de Rozo, del Tolima. Esta mezcla de tonalidades me recuerda L’Arena, el coliseo romano de Verona, que tiene estos mismos colores, aunque allí las piedras sean el mármol blanco y rosado de las montañas Dolomitas. En todo caso también el brillo de la piedra de Nare, que es el agregado del concreto blanco, le da al conjunto una cierta impresión marmórea. El fotógrafo Carlos Duque dice de repente: “Es poesía concreta”. Me parece un buen título.

La escalera monumental serpentea de un modo casi laberíntico —es interesante descifrar su trazado— por entre jardineras donde la exuberancia de verde de las plantas tropicales acentúa y mitiga al mismo tiempo la fuerza del monumento. Diana Wiesner y el mismo arquitecto hicieron el paisajismo de las escaleras y del resto del parque que rodea la obra por los cuatro costados. El nuevo espacio público, abierto a todos, será sin duda un referente para Bogotá.

Bermúdez, con un gesto tranquilo, empieza a hablar, con precisión, sin énfasis, pero de un modo sabiamente sentencioso: “De edificio en edificio se van haciendo las ciudades. Si un monumento tiene dignidad, se fija como un hito en la memoria de las personas. La arquitectura es arte, es técnica, es construcción y es gramática.” ¿Por qué gramática?, le pregunto. “Porque existen reglas sobre cómo se arma una ventana o una escalera, un orden que hay que seguir para que no se entre el agua, por ejemplo, o para que la luz no ofenda, para mejorar o mitigar los efectos del clima”.

Mientras avanzamos hacia la entrada, Bermúdez sigue explicando: “Aunque nunca tuve un proyecto tan generoso, la arquitectura es también economía; era necesario pensar en que pudiera sostenerse en el futuro. El concreto no se raja, es casi eterno, envejece muy bien. Fuera del concreto, que casi no requiere mantenimiento, aquí tenemos dos cosas gratis: la luz del sol y el viento. Como el sol no lo cobran, la iluminación diurna viene toda de él; ya lo verán en la biblioteca, donde la luz es lo más importante para poder leer en paz. Y en cuanto al viento, con el clima de Bogotá la ventilación y la refrigeración pueden ser completamente naturales. Aquí no se necesitan ni aire acondicionado ni extractores de aire. No hay ruido de aparatos, muy molesto en un teatro o en una biblioteca, ni gasto en electricidad. Todo funciona por el efecto termosifón, según la física de la temperatura del aire. El aire de afuera se toma gracias a un sistema de compuertas que abren y cierran su entrada según la necesidad y gracias al empuje del aire caliente, que asciende y va jalando el aire nuevo”.

Las megabibliotecas, según la idea visionaria de Enrique Peñalosa, son los espacios más públicos de Bogotá, puntos de referencia en cada sector de la ciudad. Aquí, además de las grandes salas de lectura y los cientos de miles de títulos, habrá un Teatro Mayor (de ópera y arte dramático) y un Teatro Experimental. La dirección de estos últimos se ha encargado a Ramiro Osorio, gran experto en el tema. Entramos y nos dirigimos primero a la izquierda, el espacio de los libros.

 Bermúdez nos explica: “No hay luz directa, sino luz reflejada. Las grandes claraboyas se coronan con pirámides invertidas que bajan la luz a través de sus lados de yeso blanco, reflejándola incluso en un día opaco”. Hay cubículos para investigadores; una terraza para momentos de ocio. La iluminación nocturna simula también la luz que baja por las claraboyas. En la sala de lectura, con estantería abierta, habrá inicialmente unos 30 mil volúmenes (pero caben cómodamente más de 200 mil). Hay videoteca y audioteca. El sonido del teatro no llega a la biblioteca, pues los espacios teatrales son herméticos. Todo ha sido pensado y diseñado por él, incluyendo las sillas, los escritorios, el color de los asientos. Todos los detalles están pensados para el bienestar de los lectores.

 Daniel Bermúdez sigue explicando: “La arquitectura debe proveer belleza, pero la belleza, creo yo, se consigue a través de cosas concretas: del confort, por ejemplo, o la altura de los antepechos, las ventanas, las vistas, los niveles de iluminación, la temperatura, la acústica. Y todo esto se puede medir. Es muy difícil hablar y ponernos de acuerdo sobre la belleza; sobre ella podemos discutir toda la vida, pero estos factores de confort se pueden medir objetivamente: el confort de luz y el confort acústico son los parientes pobres de la belleza, la manera de llegar a la belleza en la arquitectura. La acústica de la biblioteca es la opuesta a la del teatro: aquí hay que atenuar, absorber todo ruido. En cada fachada hay unas persianas que evitan que los rayos entren directamente. A las patas de las sillas hay que ponerles protecciones para que no molesten si un lector las mueve. Es necesario construir cielo rasos que absorban los sonidos”.

Pregunto si no sería bueno recibir la donación de una gran biblioteca particular. “No es prudente poner grandes colecciones de reserva en la nueva biblioteca”, nos aclara Bermúdez, que ya es un experto en el tema, después de haber diseñado y seguido durante más de diez años el funcionamiento de la Biblioteca El Tintal. “En este tipo de biblioteca no hay que poner tesoros bibliográficos: aquí cuanto más se use y deteriore el libro, mejor. Incluso, el hurto puede ser un indicio de sed de lectura. Eso me lo ha enseñado El Tintal, donde voy mucho. Uno los edificios que hace no los suelta en toda la vida; son peor que los hijos. Yo he seguido lo que pasa allá desde cuando la entregué”.

El nombre a la entrada, así como las inscripciones que identifican los distintos sitios del Centro, están labrados sobre el concreto en un tipo de letra que sigue las pautas de un viejo alfabeto romano, en tipografía Titling. Al pasar al espacio identificado como “Sala infantil” uno tiene la impresión de que ha cambiado de país, o mejor, que está entrando en el mundo de Liliput. Todo es en miniatura: baños para enanos, tazas diminutas, lavamanos bajos. El patio de juegos mira hacia una parte del parque de seis hectáreas que rodea el edificio. Allí los árboles han sido muy bien escogidos y toda esta zona de Bogotá tendrá allí un espacio de tranquilidad y recogimiento.


Bermúdez nos comenta: “Desde hace tres años le hago 4 visitas semanales a la construcción, de 7 de la mañana a una de la tarde. Yo no soy el constructor. Los constructores lo han hecho muy bien, pero yo soy el responsable, el arquitecto, el que hace los planos para que las cosas queden bien. Los ingenieros son como las señoras, siempre dicen que no, pero después, al fin, se puede. Hay que insistir. Desde la época de las grandes catedrales, el conocimiento de la arquitectura se ha venido desagregando en cientos de disciplinas; por eso su ejercicio es tan difícil. Los técnicos, que saben mucho más que uno, nos sobrepasan. Hay que tener el carácter para parar a los técnicos: hay que hacerlo, a veces (aunque ellos quieran rápido y barato), a la cara y a la lenta”.

Llegamos al Teatro Experimental, que es el más pequeño de los dos. Es un gran cubo forrado en madera por dentro, con elementos móviles. Las graderías retráctiles, diseñadas en España, deben llegar en estos días; tendrán 350 sillas metálicas. Dice Ramiro Osorio: “Esta sala es absolutamente única en el país, aquí puedes hacer lo que quieras, es muy versátil para cualquier experimento teatral”.

La parte final de la visita es la más importante, la que más impresiona. Hoy se están haciendo las primeras pruebas de acústica en el Teatro Mayor. Expertos en el tema, dos ingenieros acústicos y un director de orquesta, han venido aposta de Nueva York para hacer los últimos ajustes. Usan más el oído que los aparatos. Deben encontrar el nivel exacto de la reverberación, poniendo en ciertos espacios previamente diseñados, telas para absorber el sonido.

La Sinfónica de Colombia ha aceptado hacer aquí algunos de sus ensayos semanales, para facilitar el trabajo. Como todavía hay mucho polvo de construcción en el ambiente, la orquesta toca con tapabocas. El polvo es imposible de manejar, sobre todo para los vientos, pero este problema es circunstancial.

Antes de entrar al teatro vemos la trasescena, la gran tramoya, los mecanismos y gatos subterráneos con que se maneja el foso de la orquesta en los espectáculos operísticos. En el foso caben cien músicos y al abrirse, las primeras cuatro filas de espectadores se corren y se esconden debajo del escenario. “La tramoya es el sitio donde se fabrican ilusiones, y aquí cualquier director de teatro podrá engolosinarse con sus posibilidades”. Casi todo está listo. Falta el gran telón diseñado por Juan Cárdenas que se fabrica en Estados Unidos y debe llegar esta semana. “Visité más de 70 teatros en todo el mundo para diseñar todo esto”, cuenta Daniel Bermúdez, mientras nos disponemos a entrar a la parte del público.

El arquitecto nos pide que tengamos cuidado de pasar una por una las dos puertas insonorizadas que aíslan el teatro del exterior. “Este es un momento muy importante para mí —me susurra Bermúdez—, es la primera vez que voy a oír cómo suena. Este ensayo es el punto culminante del trabajo de cinco años”.

Al fin entramos a la platea. La orquesta está tocando el movimiento lento de alguna sinfonía que no reconozco, pero que suena a siglo 19. Los músicos se ven muy cerca. El teatro, en forma de herradura, parece acercarnos al escenario. Todo parece cerca, aunque haya 1.340 puestos. Es un teatro italiano clásico, pero hecho a la manera contemporánea. El tono pastel del rosa cálido que domina en todo el espacio parece ir perfectamente acorde con la música. Nos quedamos de pie, escuchando, mirando. El teatro es sencillo, con esa sencillez que requiere años y años de concentración: nada disuena, nada estorba, pero hay cientos de detalles que hacen que el espectador se sienta a gusto, sin saber por qué se siente tan a gusto. Bermúdez dirá al salir, cuando se lo comento: “Para llegar a lo austero hay mucho trabajo. Nada debe notarse. Lo que se nota es ruido. Hay que buscar y lograr la sencillez. La luz es clave, y la del teatro también es natural durante el día”.

La orquesta acomete otra parte de la sinfonía y sube de volumen. Todo el teatro la acompaña, la envuelve, y la melodía llega limpia a los oídos. En este momento miro de reojo a un amigo, alguien que ha estado pendiente durante años de esta gran donación, que debería servir de ejemplo filantrópico para otros empresarios colombianos. Veo que los ojos de este amigo están rojos, como dos pepas de sangre. El agua que le nubla la mirada, los ojos anegados por la emoción me parecen la mejor imagen para transmitir sensaciones que son indescriptibles mediante las palabras.

Un arquitecto que deja huella

Daniel Bermúdez es arquitecto de la Universidad de los Andes. Profesor de la Facultad de Arquitectura y Diseño, y desde 1975 se ha desempeñado como titular de diferentes talleres de proyectos. Actualmente es profesor titular, forma parte del equipo de profesores que lidera el proyecto de grado y es miembro del grupo de investigación en Arquitectura, Ciudad y Educación (ACE). Fue subdirector del grupo nombrado por el Departamento Administrativo de Planeación Distrital, Planeación Nacional y el Icavi para el diseño y planeamiento urbano del área del Salitre. Dirigió el Grupo de Urbanismo del Proyecto Ciudad Salitre.

Otros de sus proyectos han sido: Edificio para la Vicerrectoría de Posgrados Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá), Biblioteca Pública El Tintal (Bogotá), Biblioteca y Auditorio Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá), Edificio Alberto Lleras Camargo Universidad de los Andes (Bogotá), Centro de Fomento Ambiental y Sede Administrativa de la CAR en Cota-Cundinamarca, Edificio Biblioteca y Auditorio de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá), por el que recibió el XIII Premio Obras Cemex 2004 en Monterrey, México.

Por Héctor Abad / Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar