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Con inteligencia para la capital

Sin mucha notoriedad, el coronel César Pinzón ha sido protagonista de las grandes batallas contra el narcotráfico. En la última época fue el artífice del desmantelamiento de la Oficina de Envigado y de la captura de ‘Don Mario’.

María del Rosario Arrázola
02 de mayo de 2009 - 10:00 p. m.

A principios de los años 80, recién egresado de la Escuela General Santander en Bogotá, el subteniente César Augusto Pinzón Arana era un apasionado por los caballos. Por eso su sueño juvenil era hacer carrera en la Escuela de Carabineros. Sin embargo, el destino le marcó otro derrotero. La guerra contra el cartel de Medellín y su faceta terrorista de ‘Los Extraditables’ lo alejó de los caballos y lo involucró de lleno en los desafíos y riesgos de la inteligencia estratégica.

Su primer escenario fueron las calles de Bogotá. A bordo de una inadvertida camioneta convertida en laboratorio móvil de criminalística, el oficial Pinzón tropezó con la cruda realidad que desde entonces le ha correspondido afrontar en su exitosa carrera policial. Meses después, cuando ascendió a teniente, fue incorporado a la subdirección del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía (Goes), unidad especializada en la lucha contra la extorsión y el secuestro.

En 1988 ya oficiaba como director del Goes, pero el país vivía un reto mayor: Pablo Escobar Gaviria le había declarado la guerra al Estado, su organización criminal constituía una amenaza pública y, en medio de los atentados a jueces, periodistas, magistrados, policías o políticos, representaba el enemigo público por capturar. Es cierto que otras estructuras mafiosas en Cali o el norte del Valle delinquían a sus anchas, pero la violencia del cartel de Medellín era un asunto prioritario.

Pinzón Arana estaba listo para tareas mayores y fue asignado al grupo que se integró para perseguir y dar captura a Pablo Escobar Gaviria. A punto de ascender a capitán, su primera misión fue elaborar un pormenorizado informe sobre las andanzas del capo, con el fin de establecer sus puntos débiles. No fue difícil descubrirlo: aparte de su familia, su obsesión era la seguridad. Gastaba millones de dólares contratando expertos y más de una casa o hacienda fue convertida en fortaleza.

Por esa misma razón, sus sicarios lo protegían armados hasta los dientes, sin ahorrar en tecnología para rastrear las llamadas de sus enemigos y después ajustar cuentas a bala. Y fue justamente su aparato militar el blanco elegido de la Policía para enfrentar al capo de capos. Una arriesgada tarea que en pocos meses concretó su primer blanco: Brances Muñoz Mosquera, alias Tyson, abatido por las autoridades en Medellín, gracias a una acción dirigida personalmente por el oficial César Augusto Pinzón.

Con extremo sigilo logró infiltrar a uno de los vecinos del terrorista y así tuvo acceso al refugio de Tyson, sin que éste se percatara de la acción hasta que tuvo encima al comando de la Policía que lo dio de baja. Después de la operación fue notificado de su ascenso a capitán, pero igualmente supo que no habría ceremonia de ascenso. No había tiempo para treguas, la orden era no perderle pista a Pablo Escobar y a sus secuaces. Su celebración fue una comida en el casino de oficiales de la escuela Carlos Holguín de Medellín.

Un año más permaneció en Medellín y después fue enviado a Francia, para que continuara su formación como avezado oficial en el área de inteligencia. De regreso a Colombia volvió a la capital antioqueña, porque el enfrentamiento con el capo no daba tregua. Colombia vivía la noche aciaga del narcoterrorismo y los carros bomba estallaban en distintas ciudades. El capitan Pinzón fue uno de los oficiales que aguantó la embestida del capo cuando pagaba cabezas de policías a un millón de pesos.

En junio de 1991, Escobar se entregó a la justicia y permaneció un año en prisión, pero en julio de 1992 retornó a sus andanzas. En medio de su nueva ofensiva narcoterrorista, la Policía volvió a enfrentarlo con denuedo y entre los oficiales que le estrecharon el cerco estuvo César Pinzón. Su labor: la inteligencia. Su maestro y amigo: el hoy director de la Policía, general Óscar Naranjo. De hecho, desde antes de que cesara la persecución a Escobar, oficiaba como director de Operaciones Especiales de la institución.

En desarrollo de su gestión, entre otras acciones, le correspondió dar cacería al asesino de Luis Carlos Galán. Al terrorista Jaime Rueda Rocha, quien después de fugarse de La Picota en 1990 comenzó a moverse por el Magdalena Medio con el objetivo de reintegrar los grupos armados del extinto Gonzalo Rodríguez Gacha. Hasta que lo ubicaron en Honda (Tolima) y le dieron de baja. Pinzón apunta que, paradójicamente, 16 años después, en el mismo sitio capturó a Miguel Ángel Mejía Múnera, El Mellizo.

Luego vinieron los tiempos del Proceso 8.000 y nuevamente en apoyo del general Rosso José Serrano y el entonces coronel Óscar Naranjo, el oficial César Pinzón tuvo su cuota de responsabilidad en el éxito de las operaciones que pusieron tras las rejas a los capos del cartel de Cali. Sin mucha notoriedad, pero sí suficiente trabajo de inteligencia, uno a uno fueron cayendo los capos. De la misma forma como estuvo a punto de capturar al jefe guerrillero de las Farc, Henry Castellanos Garzón, conocido como Romaña.

“Se escapó por un pelo”, comenta el oficial, quien en los últimos tiempos, ya en calidad de coronel y de director de la Dijín, ha tenido a su cargo una de las más arriesgadas misiones: el desmantelamiento de la Oficina de Envigado. Para la muestra, la aprehensión de alias Kenner y alias Douglas, dos peligrosos jefes de la organización criminal. Y para no desentonar en su persuasivo trabajo, su más reciente aporte a la seguridad fue la captura en Urabá del capo Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario.

Ahora tiene en la mira a Pedro Guerrero, alias Cuchillo, el poderoso narcotraficante que se mueve en Meta y Guaviare. Pero probablemente no alcance a capturarlo, porque ya fue encargado para una nueva misión. A sus 44 años, a punto de emprender curso para ascender a general, encomendando sus días a la sombra protectora de San Gabriel Arcángel, a finales de este mes tendrá que ponerse al frente de la Policía Metropolitana de Bogotá, un desafío que asume con un objetivo personal: inteligencia para que la capital de Colombia sea un modelo de seguridad ciudadana.

“El narcotráfico amenaza la democracia”

A finales de mayo, el coronel César Augusto Pinzón Arana deberá asumir como nuevo director de la Policía Metropolitana de Bogotá. Para un oficial que hizo parte de la persecución al capo de capos Pablo Escobar Gaviria y a los capos del cartel de Cali; que fue el cerebro de la ‘Operación Milenio’ en 1999 contra el narcotráfico y que ha dirigido la Dijín con éxito, su proyecto no puede ser otro que aplicar inteligencia en una ciudad que la requiere para enfrentar a la delincuencia organizada.

“Realmente la mayor amenaza que ha tenido la democracia colombiana en los últimos tiempos ha sido el narcotráfico”, expresa, convencido de que ese es el factor que no ha dejado que la violencia cese en Colombia. Lo sabe perfectamente porque, si alguien conoce en detalle la estructura de los carteles de la droga y la forma como han permeado incluso a organizaciones como la guerrilla y el paramilitarismo, ese es el coronel César Pinzón. Su lucha contra la droga es su carta de presentación en Bogotá.

El objetivo a la vista es capturar a alias ‘Cuchillo’

El coronel César Pinzón tiene su mira puesta en Pedro Guerrero, alias Cuchillo. Sabe que es un hombre experto en armas y que además conoce de estrategia militar. Días antes de la captura de Don Mario, las autoridades detectaron correos cruzados entre ambos narcotraficantes, a través de los cuales acordaron una tregua y se propusieron desarrollar una alianza para manejar el negocio del narcotráfico desde el Meta y el Guaviare hasta la Costa Atlántica.

Desde la captura de Don Mario, Cuchillo no ha vuelto a ser escuchado por celular. Ahora porta un teléfono satelital, pero ya ha sido ubicado por las autoridades. El operativo de su captura ya está en marcha y los oficiales que hoy acompañan al coronel Pinzón tienen claro cómo y dónde hacerlo.

Por María del Rosario Arrázola

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