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Por dentro de la oleada de E.U. en Irak

El célebre autor de ‘La caída de Bagdad' regresó a finales del año pasado a la capital iraquí, esta vez para explorar la nueva estrategia de Estados Unidos en ese país. El Espectador publica en exclusiva para Colombia este relato, en su estilo único, sobre la situación actual de la guerra en Irak. Jon Lee Anderson, Exclusivo en Colombia para El Espectador, Bagdad. Primera entrega

El Espectador
08 de enero de 2008 - 12:25 p. m.

La Estación de Seguridad Conjunta Thrasher, en el suburbio occidental de Ghazaliya en Bagdad, está dentro de una mansión de la época de Saddam. Sus columnas de 20 pies de altura y una fuente seca parecen un ponqué de concreto y piedra caliza. La mansión y dos casas contiguas han sido rodeadas por muros contra explosiones. La estación Thrasher fue constituida en marzo del año pasado, como parte de la oleada de tropas organizada por el general David Patreaus, el comandante estadounidense en Irak.

El traslado de unidades de grandes bases militares a Estaciones de Seguridad Conjunta, pequeños puestos de avanzada en los distritos más peligrosos de Bagdad, ha sido crucial en la estrategia antiguerrilla del general Petraeus. Thrasher alberga a 100 soldados estadounidenses y a unos cientos de iraquíes. En el último otoño, sobre el tejado del complejo, rodeados por bolsas de arena y equipos de comunicación y de entrenamiento  protegidos por una cubierta para francotiradores, el comandante de Thrasher, capitán Jon Brooks, me indicó algunos de los puntos de interés local. “Se eligió este lugar por ser el principal puesto para depositar cuerpos en toda Ghazaliya”, dijo, indicando un área verde cercana. “Cada semana aparecían hasta 11 cuerpos. La mayoría  mutilados”.

Cerca se encuentra la mezquita Madre de todas las Batallas, con sus inconfundibles minaretes en forma de misiles Scud. Durante el bombardeo en la primera Guerra del Golfo, Saddam Hussein se escondió en Ghazaliya, y como agradecimiento a los habitantes de la zona, construyó esa mezquita. (“Ghazaliya solía tener, y aún tiene, un buen número de personal militar de la época de Saddam”, explicó Brooks). En abril de 2004, durante la batalla de Falluja, pistoleros heridos se refugiaron en la mezquita. Ghazaliya colinda con la frontera oriental de la provincia de Anbar, el centro de la insurgencia sunita, y se convirtió en  paso estratégico hacia Bagdad para los insurgentes y promotores extranjeros de la yihad (guerra santa).

En diciembre de 2003, durante una visita anterior a Ghazaliya, me había encontrado con algunos miembros de la insurgencia en una casa del barrio. Me dijeron que su intención era asesinar estadounidenses. Desde ese momento, con muy pocas excepciones, Ghazaliya se convirtió en una zona prohibida para los occidentales, incluidos periodistas, que corrían el riesgo de ser asesinados o secuestrados. Las patrullas estadounidenses en Ghazaliya son frecuentemente emboscadas.

El capitán Brooks es un hombre de 28 años, de estatura mediana, corpulento y con cabello castaño cortado al rape. Desde el tejado indica el lugar donde el sargento Robert Thrasher fue asesinado por un francotirador, en febrero de 2006. La Estación de Seguridad Conjunta fue nombrada en su honor. La compañía funcionaba desde el campamento Victoria, la base estadounidense que cobijaba una gran parte de Bagdad, incluido el aeropuerto. Thrasher tenía 23 años. Se había enlistado en el Ejército al finalizar la escuela superior.

A pesar de la influencia de la insurgencia, Ghazaliya en sus inicios se mantuvo siendo lo que había sido durante décadas: un barrio de clase media donde las tensiones sectarias más o menos se mantenían bajo control. La población, de aproximadamente  cien mil habitantes, era en la mayoría sunita, pero Brooks indica que “había muchos sunitas profesionales, con educación universitaria, y chiítas también, y mezquitas para ambos. Sin embargo, el barrio cambió en febrero de 2006, cuando los militantes bombardearon el santuario de Askaraiya, en Samarra, que data del siglo IX y es uno de los lugares más sagrados para los chiítas. Esto causó que la violencia sectorial se encendiera a través de Irak.

Los militantes chiítas, principalmente el Ejército Mahdi, se adentraron en Ghazaliya desde Shulla, un barrio chiíta, pobre y desordenado, ubicado hacia el norte. Los sunitas respondieron buscando a la insurgencia de línea dura y a los “yihadís” extranjeros de Al Qaeda en Mesopotamia, a los que el Ejército estadounidense denominó Al Qaeda en Irak.

“Antes de Samarra había extremistas sunitas en el área, pero después, Al Qaeda en Irak se volvió realmente agresivo”, contó el capitán Brooks. “Tenían escuadrones de asesinos. Seleccionaban sistemáticamente las personas según la ubicación de sus viviendas o sus parentescos. Los torturaban brutalmente, luego los asesinaban y por último dejaban sus cuerpos en cualquier lugar”.

Familias chiítas y muchos sunitas —a quienes la situación financiera se lo permitía— huyeron del barrio. Hace un año, el sur de Ghazaliya se encontraba bajo el control de facto de Al Qaeda en Mesopotamia, mientras que el sector norte se encontraba bajo el asedio de las milicias chiítas. “ Con 20 dólares y una tarjeta de llamadas te ponían un dispositivo explosivo improvisado, o I.E.D.”, explicó el capitán Brooks, en referencia a los dispositivos que han causado la mayoría de muertes a militares estadounidenses en Irak. “La gente entendió que había dejado entrar algo que no se podía controlar”.

La oleada de tropas

Una vez el presidente Bush logró, en noviembre de 2006, la renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, éste dio a su nuevo equipo de guerra –el secretario de Defensa, Robert Gates, y el general Petraeus— la oportunidad de cambiar la estrategia en Irak. Como consecuencia de ello, en febrero pasado comenzó la oleada. El plan constaba de 30.000 tropas adicionales, y los estimativos actuales pueden ascender hasta 50.000. Treinta y cuatro Estaciones Conjuntas de Seguridad se abrieron en Bagdad, tres de ellas en Ghazaliya: la primera,  Casino, en el norte de la ciudad; la siguiente,  Thrasher, en el suroccidente, y finalmente, en mayo, Maverick, en el suroriente.

Brooks señaló una gran casa de ventanas quebradas, ubicada al otro lado de la calle. Sus hombres la llaman “Casa de los disparos”, dado que, cuando llegaron por primera vez, francotiradores les dispararon desde su interior  y ellos contestaron lanzando proyectiles explosivos. “Ya no nos disparan”, dijo Brooks. Sus hombres comenzaron a hacer patrullajes sistemáticos durante el día y redadas agresivas en la noche. Estas actividades demandaban mucho personal. William Bushnell, un sargento de la unidad, fue asesinado en abril durante un patrullaje. Previamente, los hombres de Brooks habían tomado camino hacia la fortificación de Camp Victory, tras haber estado merodeando por Ghazaliya.

Una vez comenzó la oleada, las tropas estadounidenses se convirtieron en una presencia permanente dentro del barrio. Una vez instalado, el Ejercito estadounidense erigió 20 millas de muros de concreto dentro de Ghazaliya, para separar a los chiítas de los sunitas y también para establecer perímetros de seguridad. Brooks comenta que parte del éxito de su unidad se debe al apoyo recibido por parte de la Estación Casino, que mantuvo las milicias chiítas de Shulla fuera del barrio.

Bolas de fuego en el barrio

La violencia en Ghazaliya había descendido de manera significativa a mediados del año pasado. Este otoño, mientras observaba la noche en el tejado de la Estación Thrasher, ocasionalmente veía explosiones en la distancia, bolas de fuego que encendían el cielo. Una noche, una explosión sacudió el edificio, seguido por disparos de un arma automática que momentáneamente iluminaban las calles. Sin embargo, la mayoría de las explosiones ocurrían a tal distancia de Ghazaliya, que prácticamente no se podían escuchar.  

Asimismo, la cantidad de cuerpos encontrados había disminuido de forma dramática. “Prácticamente a cero, a los niveles previos a Samarra”, dijo Brooks. Su compañía no había perdido más hombres. Cuando Petraeus habló frente al Congreso en Washington en septiembre, citó Ghazaliya como un ejemplo del progreso militar en Irak.

La nueva estrategia también tiene como objetivo preparar el terreno para que las fuerzas de seguridad iraquíes reemplacen a los estadounidenses y, como su nombre lo indica, las Estaciones de Seguridad Conjunta involucran tanto a estadounidenses como a iraquíes. Sin embargo, los iraquíes no pertenecen en su totalidad a las fuerzas oficiales gubernamentales. Con el apoyo de los estadounidenses, varios centenares de voluntarios armados sunitas, denominados la Guardia Ghazaliya, gradualmente están asumiendo las funciones de policía.

Fuerzas sunitas similares a esta han comenzado a brotar por todo el territorio. Para tristeza de algunos chiítas, la mayoría de ellos incluyen previos miembros de la insurgencia. Un oficial miembro de uno de los principales grupos políticos chiítas me dijo: “Hasta hace poco algunos de estos grupos eran fuerzas hostiles que atacaban al gobierno iraquí, fuerzas de la coalición o cualquiera que estuviera involucrado con el gobierno. Se consideraban terroristas. ¿Qué ocurrió?”

Esta fue una pregunta que escuché en Irak con frecuencia. El coronel J.B. Burton es un hombre simpático y grande como un toro, que se encuentra a cargo de la I Brigada de Infantería Dagger, la cual cubre la mayoría del noroccidente de Bagdad, con 14 Estaciones de Seguridad Conjunta, incluidas las tres en Ghazaliya. “Comenzamos a hacernos esta pregunta: ¿Qué estaba facilitando la entrada de Al Qaeda a áreas pobladas por árabes seculares moderados?”, dijo el coronel Burton. La respuesta, él cree, es el miedo a las milicias chiítas. “Estamos en el momento preciso para aprovechar la oportunidad de involucrar a personal que quiere hacer parte de la solución. Esto se logra hablando con la gente. No es distinto a la manera como lo hacemos en Tullahoma, Tennessee, de donde provengo. Es sentarse en el jardín trasero, bebiendo té, escuchando  los grillos y conversando”. Siguió el coronel Burton: “Estás conversando con personas que han disparado contra las fuerzas estadounidenses. ¡Claro que sí! Estamos luchando contra un enemigo común: Al Qaeda”.

La misión de su brigada, explicó Burton, es “derrotar a Al Qaeda y hacer la transición con las autoridades iraquíes. Esto comprende operaciones que cubren la totalidad del espectro, desde luchar contra el terrorismo hasta arreglar las tuberías del drenaje sanitario”. Alcanzar dichas metas depende finalmente del progreso político hacia la reconciliación nacional iraquí. Burton explica: “Tenemos una ventana de oportunidad muy pequeña y debemos tomar algunas decisiones importantes. El destino de Irak depende de lo que nosotros hagamos”.

“Sostenibilidad”


El capitán Brooks me dijo que en Thrasher “la palabra de moda es ‘sostenibilidad’. Hemos aprendido de nuestras experiencias; para el desarrollo sostenible necesitamos seguridad. Si cuentan con una fuerza local de seguridad que pueda realizar la labor, podremos  regresar a casa”.

Ghazaliya no es la única región en Irak donde el panorama ha cambiado. Hace diez meses, en mi visita anterior, la violencia parecía incontrolable: se presentaban secuestros masivos y asesinatos diarios a plena luz del día. La mayoría de iraquíes con los que conversé respondían con amargura sobre cómo los líderes políticos estadounidenses e iraquíes se mantenían seguros dentro de la Zona Verde, mientras el caos reinaba a su alrededor.

Según El Pentágono, en febrero la guerra cobró la vida de aproximadamente 2.000 iraquíes civiles; para octubre el número se había reducido a menos de 1.000. Como con todas las estadísticas de guerra en Irak, los números son motivo de conflicto, pero nadie puede negar que la violencia haya disminuido de forma considerable. Las muertes de soldados estadounidenses también han disminuido drásticamente; de un punto alto de 126 en mayo pasado a sólo 38 en octubre. Por el momento, parece que la oleada puede estar teniendo éxito.

De alguna manera, la oleada se  considera como un triage de emergencia. Algunos de los barrios sunitas más peligrosos de Bagdad, como Ghazaliya y Amiriya, han sido controlados, pero la provincia de Diyala –que se extiende desde Bagdad hacia el nororiente hasta la frontera con Irán– y Kirkuk –que se ha convertido en punto de conflicto debido a las disputas territoriales de los clanes kurdos sobre la ciudad y sus recursos petroleros– siguen siendo campos de batalla terroríficos. El 29 de octubre pasado, el mismo día que se encontraron los cuerpos decapitados de 20 hombres en las afueras de Baquba, en Diyala, un comando suicida en bicicleta asesinó a 29 policías en la ciudad.


Y aun se requiere presencia militar estadounidense en los barrios pobres chiiítas de Bagdad, tales como Ciudad Sadr y Shulla, que en la actualidad son controlados por las milicias chiítas. Muchos de sus miembros proclaman ser miembros del Ejército Mahdi, liderado por Moqtada al-Sadr, cuya filiación política y uso táctico de la violencia mantiene perplejo a más de un estratega en El Pentágono.

 Tanto es así, que muchos analistas consideran que el reciente descenso en muertes civiles en Irak se debe, no a la oleada, sino a la decisión tomada en agosto por Sadr de ordenar al Ejército Mahdi –que se cree es responsable de la mayoría de los asesinatos sectarios entre sunitas y chiítas dentro y alrededor de Bagdad– de congelar sus actividades durante seis meses. La meta aparente era mantener a distancia cualquier incremento en las batallasque se libraban entre los Mahdi y otras milicias chiítas, y recuperar el control sobre sus hombres.

La oleada también coincidió con el denominado despertar sunita –la decisión de algunos miembros de la Tribu Anbar de aliarse con los estadounidenses y luchar contra Al Qaeda en Mesopotamia–, un cambio que no estaba revisto por el plan de Petraeus. Desde entonces se han unido a ellos sunitas de otras regiones, aunque muchos no lo han hecho; Al Qaeda aún está activa en Mesopotamia, y los “yihadistas” extranjeros permanecen en el país.

El 13 de septiembre fue asesinado Abu Risha, líder tribal sunita, considerado el catalizador de la alianza y con quien el presidente Bush se había reunido 10 días antes en Anbar. Era un hombre carismático e influyente, y aunque su hermano ahora ocupa su lugar, la mayoría de iraquíes con los que hablé consideran su asesinato una pérdida considerable y se preguntan cuánto tiempo podrá sobrevivir su hermano. Aún existe la esperanza de neutralizar a Al Qaeda, eliminando uno de los muchos aspectos terribles de esta guerra multifacética.

La combinación de la oleada, el despertar sunita y el congelamiento de actividades por parte de Sadr ha ayudado a estabilizar algunas zonas problemáticas de la capital y de Anbar; sin embargo, es incierto si los logros alcanzados se extiendan, o incluso se sostengan, con menos tropas, aun cuando sea claro que con mayores incrementos no lograrán ganar la guerra.

 No hay planes de incrementar las tropas. Por el contrario, el presidente Bush ha prometido retirar, de aquí a julio, casi la misma cantidad de tropas que se llevaron para la oleada. En el momento, el futuro de Irak está en el limbo. Lo mejor que se puede decir es que Estados Unidos ha comprado o pedido prestado un pequeño espacio donde trabajar, aunque ha habido costos asociados, algunos más visibles que otros.

El despertar de E.U.

Pocos días antes de la presentación del general Patraeus ante el Congreso en Washington, me reuní con el jeque Zaidan al-Awad, un importante líder tribal proveniente de Anbar. La última vez que me había reunido con él, en 2004, había expuesto vehementemente su hostilidad hacia Estados Unidos y no escondía su identificación con la “resistencia”, como denominaba a los insurgentes sunitas de línea dura. El jeque Zaidan al-Awad era considerado un fugitivo y vivía en exilio voluntario en Jordania.

Cuando conversamos este otoño en un apartamento en Amman, Zaidan me informó que se había reunido recientemente con oficiales de  inteligencia y el Ejército estadounidense para llevar a cabo algunas conversaciones informales, porque ahora estaba de acuerdo con lo que se estaba haciendo: permitir a las tribus sunitas llevar a cabo actividades policíacas.

Le pregunté qué clase de trato había llevado al despertar sunita. “No es un trato”, contestó acaloradamente. “La gente ha caído en cuenta que nuestro destino está amarrado a los estadounidenses, y el de ellos a nosotros. Su éxito en Irak depende de Anbar. Siempre lo dijimos. Se ha perdido tiempo. Estados Unidos estaba perdido, pero ahora ha despertado; ahora tiene un hilo en sus manos. Por primera vez está haciendo lo correcto”.

Zaidan explicó que las tribus sunitas de Anbar ya no sienten la necesidad de cobrar una venganza sangrienta a las fuerzas armadas estadounidenses. “Ya hemos tomado venganza”, prosiguió. “Los obligamos a caminar agachados y ahora los ayudamos a ponerse de pie”. Luego agregó: “Una vez Anbar se haya logrado organizar, es necesario tomar control de Bagdad, y lo lograremos”. Continuó: “Habrá más luchas antes de que la capital sea tomada de las manos chiítas. En lo que el mundo entero falló en Anbar, nosotros lo hemos logrado de la noche a la mañana. Bagdad será aún más fácil”.

Muchos de los jugadores en la guerra de Irak, al igual que Zaidan, parecían  preparándose para la siguiente batalla. Mientras los chiítas emitían mensajes de precaución acerca de las intenciones sunitas, los estadounidenses hablaban únicamente del Ejército Mahdi y su presunto patrocinador, Irán, al que Petraeus acusó de llevar a cabo una “guerra por el poder” en Irak. Los comentarios acerca de Al Qaeda fueron dimisorios, refiriéndose a ellos como una fuerza rendida.

El coronel Burton me explicó: “Luchar contra Al Qaeda es relativamente fácil. Se lucha contra ellos, se les niega acceso”. El Ejército Mahdi es “más difícil”. Es claro que el Ejército Mahdi y las milicias chiítas han penetrado las fuerzas de seguridad iraquíes, y, adicionalmente, está la asociación cambiante del partido político de Sadr con el gobierno de coalición dominado por los chiítas y liderado por el Primer Ministro, Nuri al-Malik.  

Burton prosiguió: “Comenzamos investigando las fuerzas de seguridad iraquíes, y logramos establecer algunos blancos, sus líderes y miembros del gobierno. (Uno de los casos más famosos de implicación de oficiales gubernamentales en asesinatos sectarios concierne al anterior Viceministro de salud y al jefe de seguridad del  Ministerio. En febrero, los dos, chiítas y leales a Moqtada al-Sadr, fueron arrestados por cargos de homicidio de cientos de sunitas en los hospitales de Bagdad, incluidos pacientes, sus parientes y personal del hospital.)

Hablando del Ejército Madhi, por su acrónimo en árabe, Jaish al-Mahdi, el coronel Burton dice: “He hablado con algunos de estos tipos de JAM. He establecido contacto vía correo electrónico con algunos de ellos. Recientemente, un jeque JAM en Khadamiya me dijo que si liberaba a tres de sus hombres, los ataques contra las fuerzas estadounidenses cesarían en la zona”. Este comentario venía acompañado de un alzar de cejas.

Debido a que las autoridades chiítas controlan muchos de los servicios gubernamentales, existe mucha discriminación en contra de las comunidades sunitas. Por ejemplo, cuando estuve allí, los residentes de Ghazaliya se quejaban de recibir la mitad de la electricidad diaria que recibe un barrio chiíta cercano. Los estadounidenses están tratando de aliviar la situación utilizando sus contactos políticos, pero no ha sido fácil. “Hay mucho dinero moviéndose en el lado chiíta, y los servicios básicos están muy bien”,  dice Burton, “pero en el lado sunita, no tanto”.

¿Hacia la reconciliación?


La nueva estrategia, al igual que la mayoría de las estrategias implementadas en Irak, tiene el inconveniente de haber sido impuesta por los estadounidenses. Muchos de los políticos chiítas del gobierno iraquí están en desacuerdo con la decisión estadounidense de poner muros para, físicamente, separar los barrios de Bagdad, y de reclutar y armar organizaciones voluntarias de sunitas sin consulta previa.

Hay temor de que Estados Unidos simplemente esté armando un nuevo grupo de milicias, socavando la autoridad del frágil gobierno de coalición. Esto puede formar parte del plan; con 170.000 tropas estadounidenses en su territorio, Irak no es un país soberano, y Estados Unidos utiliza su poder militar para dar forma al entorno político de la nación. Al fortalecer la mano sunita, Estados Unidos efectivamente forzó al gobierno de Malik a incorporar más sunitas en las fuerzas de seguridad, dando un paso más hacia la reconciliación nacional.

Los partidos políticos y las milicias chiítas están tan interconectados que es poco probable que se presente el equivalente chiíta del despertar sunita. Se necesitaría de un quiebre dentro de la comunidad chiíta, una guerra civil dentro de otra. Adicionalmente, hay que considerar que Irán sería un factor importante.

Dados los presuntos vínculos de Sadr con los iraníes de línea dura, y la creciente hostilidad entre Irán y  Estados Unidos, es imposible predecir su próximo movimiento. Ya existe un conflicto entre las dos partes, el cual se ha mantenido básicamente en secreto. Irán ha participado en la guerra ofreciendo apoyo financiero y militar a los grupos de milicias chiítas, y más directamente al enviar agentes y oficiales a la zona.

Los líderes chiítas han tenido vínculos con Irán desde hace mucho tiempo, donde muchos de ellos se exilaron durante el gobierno de Saddam. Aunque no se ha visto un éxito real, tanto ellos como los kurdos han buscado una mayor cooperación entre Irán y Estados Unidos en relación con su seguridad en Irak. Mientras tanto, muchos sunitas desconfían de los tratos llevados a cabo con los iraníes, y desvergonzadamente demuestran su hostilidad hacia ellos.  

El jeque Zaidan me expuso su visión de cómo escalaría el conflicto en Irak en favor de los sunitas: “Creo que  Estados Unidos puede lograr una guerra civil entre chiítas en el sur. Las tribus, los chiítas árabes, estarían apoyados por Estados Unidos y los chiítas persas, por Irán”. Me explicó que esta sería la oportunidad que Estados Unidos estaba esperando para “cortarles la cabeza al gobierno iraní y a sus milicias en Irak”. También sugirió que los sunitas podrían ayudar en la lucha.

La probabilidad de que el escenario planteado por Zaidan se consolide depende en buena medida de la manera como los iraníes, los estadounidenses y los chiítas iraquíes elijan continuar su competencia por la influencia en la zona. Los políticos moderados pueden tratar de buscar un acuerdo, pero las opiniones de Zaidan son compartidas por muchos de la comunidad sunita, donde las posiciones extremas aún tienen poder.

En uno de los puestos de control, hablé con un miembro de la Guardia Ghazaliya, un sunita de 26 años que se identificó como el oficial Ahmed. Me dijo que estaba de acuerdo con la idea propuesta por Zaidan de purgar a Bagdad de chiítas. Cuando le pregunté acerca de la manera como su barrio había pasado de ser una fortaleza para la insurgencia a un modelo de cooperación, su respuesta fue muy vaga: “Cuando comenzaron las Guardias Ghazaliya, los terroristas desaparecieron. No sabemos dónde están ahora”, contestó. Dijo haber estado en otra zona durante la lucha y únicamente había regresado cuando ésta había finalizado.

La historia del joven guardia  –según la cual se había refugiado, con la cabeza entre las piernas, mientras que la lucha terminaba– me pareció poco convincente. En la mayoría de mis conversaciones con iraquíes que trabajan para los estadounidenses, su motivación real me pareció difícil de determinar. Seguramente estos últimos, en su afán por establecer un mayor nivel de seguridad, de enviar más tropas a casa, parecían más que listos para recibir la ayuda de sus nuevos aliados sin  hacer muchas preguntas.

* La próxima semana, segunda parte. Originalmente publicado en The New Yorker. Copyright  © 2006 Jon Lee Anderson.

Por El Espectador

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