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El Che en Misiones

La tierra de los orígenes de Ernesto Guevara, sus primeros traumas, el pánico al agua, el asma. En esta tercera entrega, El Espectador revivió los primeros años del Che, y visitó las ruinas de la casa de sus padres, a orillas del Paraná. Por Alfredo Molano Bravo.

El Espectador
02 de noviembre de 2007 - 09:12 a. m.

Habiendo estado en La Higuera, en el sur de Bolivia, quisimos conocer el territorio de Misiones, en el nororiente de Argentina, donde el Che vivió los primeros años de su infancia. Entre los dos puntos hay unos 2.500 kilómetros, más de la distancia entre Riohacha y Pasto. El paso de frontera entre Bolivia y Argentina lo hicimos por Yacuiba, un pueblo sucio, desordenado, maloliente, igual a su par, Salvador Mazza, en Argentina.

Al occidente, en la cordillera, está la zona donde Jorge Massetti intentó enraizar una guerrilla en el año 63, pero fue liquidada por el ejército un año mas tarde. Massetti fue el primer periodista en entrevistar al Che en la Sierra Maestra. Recibió entrenamiento militar en Cuba y Argelia. Un personaje equívoco: héroe para la izquierda armada y jefe violento y paranoico que fusiló a varios de sus compañeros para la izquierda civil. Visto desde hoy, con rasgos similares a Fabio Vásquez Castaño, fundador del Eln en Colombia.

El paisaje entre La Higuera y Salta es similar: matorrales espinosos precariamente trabajados, algunas ganaderías, algunos cultivos de maíz y soya y muchas quemas. Salta, llamada "la linda del noroeste" -y en realidad lo es- fue también una ciudad ensangrentada en los años 70, cuando la dictadura militar persiguió a muerte a los restos del Ejército Revolucionario del Pueblo -Erp-. Hoy vuelve a ser una ciudad que duerme la siesta entre las dos y las cinco de la tarde.

Tan pronto se sale de Salta, la tierra parece nivelada por topógrafos: es perfectamente plana. Las únicas lomas que hay son de basura, que hiede a kilómetros de distancia. Es una pampa larga donde se ve ganado rebañando, pocas casas aisladas, campos de trigo y uno que otro campamento gitano. Mas adelante, tractores, arados, establos, silos. Las haciendas ya no se llaman "estancias" sino "agropecuarias" y muchas son grandes ingenios azucareros en trance de convertirse en fábricas de etanol.


Al sur, Tucumán es centro de una activa economía agropecuaria: soya, trigo, ganado. En los suburbios se oyen chacareras festivas y alegres. No es extraño oír a la Mercedes Sosa que llevamos pegada en el alma. De Tucumán se sale por una avenida llamada Juan B. Justo -fundador del Partido Socialista Argentino- hacia Santiago de los Esteros, patria chica de Mario Roberto Santucho, comandante y fundador del Erp y el Partido Socialista de los Trabajadores. Al borde de la carretera hay extraños monumentos con banderas rojas.
En Santiago de los Esteros entramos poco a poco en El Chaco, un gigantesco humedal, cabecera del río Paraná. Luego viene una pampa infinita, árida, escasamente poblada. Uno vuelve a sentirse como en la Alta Guajira: tunas, trupillos y una densa vegetación espinosa, que suele ser tumbada con tractor para hacer carbón de palo en hornos de barro. De trecho en trecho hay "rancherías" de indígenas chacos, wichies y toes. Los gauchos -criollos de origen español- liquidaron a bala y cuchillo a la población nativa, con el mismo espíritu que dominó la conquista del oeste norteamericano, o en nuestros Llanos Orientales, el exterminio de guahíbos y sálivas con el mismo objetivo: criar ganado.

La Pampa de gauchos valientes y nobles, al estilo de Martín Fierro, es una leyenda. El buldózer, la motosierra y la cosechadora sepultaron el pasado. Doce horas de bus con televisión a todo volumen y se entra en un pueblo grande como puede ser hoy Yopal, Casanare: Presidente Roque Sáez Peña, un algodonal como fue El Copey. Al lado de la vía hay pequeños aeropuertos para avionetas de fumigación y moteles donde pilotos, agrónomos y comerciantes llevan a sus novias y secretarias.

Seis horas más al oriente se atraviesa, por la ciudad de Resistencia, el río Paraná, para llegar a la ciudad Siete Corrientes. Dos ciudades gemelas que creímos equivalentes a Leticia, Iquitos o Pucallpa en el Amazonas, pero nada de eso. El puente sobre el río acabó con la actividad fluvial. Hoy se balancean sólo algunos yates y barcazas que bajan hacia Buenos Aires con carbón vegetal. En la Plaza de Armas o de San Martín encontramos un piquete de ex combatientes de la Guerra de las Malvinas a quienes, según ellos, no se les ha querido reconocer derecho al subsidio.

Son hombres ya maduros que conocieron los hielos del sur, el hambre y el fuego inglés. Muchos de sus compañeros huían a los campamentos del enemigo para no morir congelados. Mientras tanto los "terroristas" eran perseguidos y desaparecidos. El argumento de siempre: guerra para velar genocidios. Uno de los ex combatientes nos definió a un "terrorista" típico: pelo largo, barba, bluyín y zapatillas; las mujeres usaban pelo corto. Los mismos criterios para militares y paramilitares

Corrientes no era el fin de nuestro viaje, ni tampoco Posadas, 200 kms más allá. Nuestro objetivo era Misiones, en particular San Ignacio, Caraguatay, y por supuesto la gran catarata de Iguazú. Los saltos de Iguazú agotan los adjetivos. Ninguna fotografía o página escrita logra captar la sensación que produce un gran río, lento, ancho y manso, botándose furioso y encrespado por un abismo. Una nube de lluvia fina impide ver el foso donde cae, mientras los vencejos -pájaros como golondrinas- juegan en el aire persiguiéndose, escondiéndose en sus nidos para salir disparados de nuevo a gambetearse.

No muy lejos de las cataratas está Carataguay, que no alcanza a ser pueblo. Es un punto con una tienda y un paradero de buses, enmarcado por un paisaje verde y húmedo que recuerda a nuestro Darién. El Che no nació aquí, pero aprendió a caminar en esta región cuando todavía era "selva impenetrable". Hoy las extensas plantaciones de pino, araucaria y eucalipto crecen con ferocidad difícil de igualar. Hay también plantaciones de té y de yerba mate.

El padre del Che, Ernesto Guevara Lynch, recién casado con Celia de la Serna, llegó en lancha a construir una casa a pocos metros del río Paraná y a cultivar oro verde. El hombre -mitad aventurero sin fortuna, mitad caballero romántico- se contagió de la "fiebre de la yerba" que atrajo a la región a muchos negociantes, trujamanes y pícaros. Para la época, Misiones representó el mismo sueño de fortuna rápida que para muchos señoritos bogotanos fue el Ariari en los años 60.

Guevara Lynch construyó una casa de madera sobre pilotes de ladrillo, que aún se conserva. No muy cómoda, pero suficiente para una pareja enamorada y excéntrica. Tumbó monte y sembró yerba mate, pero el hombre carecía de paciencia y conocimiento para tener éxito con una planta tan veleidosa. Se proponía "civilizar" a la gente. No sólo a los peones sino a los patronos, acostumbrados a pagar a sus trabajadores con vales, que nunca se convertían en pesos. Fracasó también: los patronos se convirtieron en enemigos. Celia quedó embarazada y el niño nació de afán en Rosario, de paso a Buenos Aires.

El Che gateó y aprendió a caminar en Carataguay, forrado literalmente en un mameluco que lo cubría de pies a cabeza para evitar la picadura de los mosquitos. Allí, el Che vio a su mamá ahogándose en el Paraná. Se salvó gracias a que los peones de la plantación la rescataron sin resuello. El mismo resuello de ahogado que el asma le produciría a su hijo. El Che le tenía pavor al agua como todo asmático, hasta el punto que en un año largo en Bolivia, se bañó un par de veces.

Hoy la plantación es una Reserva Provincial atendida por una mujer joven que conoce la biografía del Che. Los vecinos la llaman burlonamente "la mujer del Comandante". Nos mostró la ubicación de los pilotes en ladrillo de la antigua quinta. Sólo queda una pared a medio caer. La casa tenia una bella vista sobre el río Paraná. Al lado de la ruina hay todavía una vieja higuera, que es la misma planta que en nuestros Llanos Orientales llaman matapalos: abrazadora y mortal para el árbol que la hospeda.

Es paradójico -comenta nuestra guía-, el Che nace y muere en una higuera. Revolotean mariposas Morpho de grandes alas azul cobalto. La mujer cree que son el espíritu del Che porque vuelan entre la casa y el río. La plantación y la quinta fueron devoradas por la selva, a diferencia de la casa en que vivió el trágico escritor Horacio Quiroga, en la Misión de San Ignacio, a un par de horas de Carataguay. De éstas sólo quedan restos de lo que fue el más importante intento de colonización civilizada de los jesuitas en el nuevo mundo: las reducciones guaraníes.

Las Misiones del Paraguay fueron fundadas hacia 1630 con autorización del rey Felipe IV para detener la expansión de Portugal al sur del Paraná y tratar de poner en cintura a los encomenderos, que se mostraban ya como un poder criollo peligroso para la corona. Quizás por esas razones la obra fue encomendada a los jesuitas, una orden de espíritu militar. En 1750, las Misiones comenzaron a desaparecer a raíz de la expulsión de la Compañía de Jesús de todo el Imperio Español.

La historia de las Misiones es fascinante. Cubrían una amplia zona entre el oriente de Bolivia, el sur de Brasil y el norte de Argentina y Uruguay. Los jesuitas construyeron más de medio centenar de reducciones que llegaron a ser pobladas por 120.000 indígenas. Fue un modelo de colonización diferente a todos los conocidos y casi insólito: los jesuitas usaron la música para atraer a los indígenas y luego apelaron a la artesanía, la agricultura y la ganadería para "civilizarlos". Cultivaban yerba mate, trigo, hortalizas y ganado; en los talleres, los guaraníes construían arpas, violines, arados y hasta cañones.

La música llegó a ser tan importante que coros indígenas se presentaban en teatros de Asunción y Buenos Aires Llegó a ser la región económica más fuerte del Río de la Plata. El trabajo era obligatorio y los productos se distribuían según las necesidades de cada familia indígena. Algo parecido al postulado de Marx: "De cada quien según su capacidad, a cada cual según su necesidad". Había dos tipos de propiedad: una llamada "de Dios", cuya producción estaba destinada a sostener a la comunidad religiosa y las escuelas de artes y oficios; y otra, la propiedad "de los hombres", que servía para alimentar a los indígenas.

Las ruinas que hoy pueden verse dan cuenta de una obra formidable que habría podido abrir un camino más humano y digno para al dominio español en América. Que esta utopía misionera impregnó la ideología del Che es innegable: la igualdad social, la justicia económica, la autonomía política, la lucha contra la brutalidad de los imperios, la apelación a las armas. ¿No son estas las banderas que el Che levanta en Guatemala en 1954, en Cuba en el 59 y el 62, en el Congo en el 65 y en Bolivia en el 67? No es difícil imaginar los interrogantes que a Celia debió plantearle la historia de las Reducciones y el afecto que pudo estimular por ellas en su hijo.

Al dejar Misiones, el bus paró en Ñancahuazú, el mismo nombre del río en cuya hoya el Che estableció el principal campamento en Bolivia a fines de 1966, desde donde salió de nuevo, "adarga al brazo", a defender su sueño con "tableteo de ametralladoras y nuevos cantos de guerra y de victoria", como escribió en su mensaje a la Reunión Tricontinental de Organizaciones Guerrilleras en Cuba, un año antes de ser asesinado en La Higuera.

Por El Espectador

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