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El matrimonio gay y la lucha contra el sida

José María di Bello, primer homosexual en contraer matrimonio en Argentina.

Julieta Rudich / Especial de El País
27 de julio de 2010 - 11:50 p. m.

José María di Bello, coordinador del Programa Nacional de VIH en Argentina y el primer homosexual en contraer matrimonio en el país gaucho, fue uno de los asistentes a la XVIII Conferencia sobre el Sida que se realizó en Viena (Austria). Después de haber escuchado durante una semana a investigadores y médicos de todo el mundo, está cada vez más convencido de que el matrimonio homosexual contribuye en la lucha contra esta enfermedad.

¿Ser el primer matrimonio legal homosexual en América Latina realmente ayuda en la batalla contra el sida?

Soy VIH positivo, militante de la lucha antisida y muy consciente de que los logros de Derechos Humanos que tienen que ver con poblaciones de alta vulnerabilidad benefician la lucha contra el sida porque uno de los problemas más graves es el estigma y la discriminación. Además, es importante poder compartir el seguro social y tener acceso al sistema de salud.

¿Y la igualdad?

Hemos logrado el acceso a la igualdad jurídica, pero todavía no podemos hablar de igualdad social y cultural. Es ahora cuando empieza el proceso para que el día de mañana, como ya ocurre en otros países, en los libros escolares también se hable de nuestras familias homosexuales y se logre que los niños acepten la pluralidad y cambien su mentalidad.

Su esfuerzo por contraer matrimonio, ¿fue por militancia por los Derechos Humanos o fruto de un deseo emocional?

Llevábamos cinco años, pero donde no existe el matrimonio homosexual en realidad a uno no se le ocurre casarse sino pasar la vida juntos. Sin embargo, como militantes de la Federación Argentina de Gays, Lesbianas y Trans habíamos planteado el proyecto. Fuimos la cuarta pareja que decidió presentarse ante la justicia. En mayo de 2008, en París, Alex me dijo: “¿Te querés casar conmigo y contribuir de paso a la lucha que estamos haciendo desde la federación?”. No necesité ni un segundo para pensarlo.

Por Julieta Rudich / Especial de El País

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