La Bombonera, estadio de infarto

Este es el escenario que recibirá el primer partido de la final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y River Plate.

Nelson Fredy Padilla / Buenos Aires
10 de noviembre de 2018 - 08:57 a. m.
La Bombonera, estadio de infarto

Imposible contenerse. A medida que uno se acerca al estadio de Boca Juniors, las pulsaciones por minuto se aceleran. El eco incesante de la hinchada dispara la adrenalina. Al final de la fila que me conecta al espasmo colectivo se despliega un operativo médico. ¿Algún accidente?, pregunto al vocero que me entrega la credencial de prensa. Explica orgulloso: “Se trata del sistema de socorro que le permitió a La Bombonera la certificación como el primer estadio cardioprotegido de América y el segundo del mundo, según las normas internacionales de medicina deportiva de la American Heart Association”.

Una reputación digna de la consigna que leo frente a la rampa que conduce al tercer nivel: “La Bombonera no tiembla. Late”. A medida que subo escalones, la vibración de la estructura diseñada por el arquitecto José Delpini se intensifica. Oigo: Si quieren ver fiesta vengan a la 12, porque esta es la hinchada más loca que hay.

Pisos y muros son francos, burdos. Herencia de la cancha de tablones húmedos desde la que un puñado de pescadores vio nacer el equipo en 1905. Esta de concreto fue inaugurada el 25 de mayo de 1940 con un triunfo 2-0 sobre San Lorenzo y desde entonces no necesitó la ostentación del Bernabéu o del Nou Camp para ganarse el título de “catedral del fútbol”. Aquí los terminados corren por cuenta de sus devotos: Pasan los años, pasan los jugadores, la 12 está presente, no para de alentar.

Los ventarrones oceánicos van y vienen y, si uno es consciente de dónde está, capta los aires populares de las calles   Brandsen y Caminito, comprende que la aspereza del estadio es fiel a la historia del puerto de La Boca. Puede haberse evaporado el aroma de astillero y pulpería de los genoveses que vinieron a probar suerte y sembraron el alma xeneize, pero nunca el culto al “laburo” y a la redonda. No es un vecindario deprimido, sino de fachadas coloridas inmortalizadas en postales, de tangueros que no aspiran a más y uno que otro carterista a la espera de desprevenidos.

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En La Bombonera —llamada así por su forma, aunque el nombre oficial es Estadio Alberto J. Armando (por uno de los presidentes de Boca)— pervive la atmósfera barrial que Sábato plasmó en Sobre héroes y tumbas, a través de la mirada de Martín y de sus charlas con Tito y Bucich, todos perturbados por las alegrías y nostalgias del fútbol. Resuena: ¡Señores, yo soy de Boca desde la cuna!

La pluma maestra de Oswaldo Ardizzone retrató a los boquenses en 1977 en la legendaria revista Goles: “Allá, por el amanecer del novecientos crecía un barrio, al amparo de un río viscoso, con un abuelo tano, un patio con parrales y una higuera allá en los fondos. Por entonces ya comenzaba a germinar un sentimiento, una manera de querer. Alguien, tal vez un marino que contemplaba las embarcaciones que surcaban el Riachuelo en los atardeceres, tuvo la ocurrencia de que ese sentimiento se vistiese de azul y oro”. Por eso la loa: ¡Bostero soy! Y Boca es la alegría de mi corazón, sos mi vida, vos sos la pasión, más allá de toda explicación.

El cuerpo de socorristas —cuento 25— se distribuye por el campo y las tribunas. Otros van para la Vip, la única zona donde hay lujos como circuito cerrado de televisión y aire acondicionado, donde Maradona y Bilardo compraron palco de por vida.

La 12 y el vértigo

Es diciembre de 2009 y espero una tarde teñida de nostalgia porque el aliento del equipo no da para pelear el campeonato desde 2006. Sin embargo, apenas me encuentro de frente con la tribuna que estremece el estadio, la famosa hinchada 12 no para de saltar y gritar Boca campeón. ¿Campeón? Si hoy no aspira a nada distinto a que Banfield no se corone en su templo. Mamá, yo quiero oh, oh, que gane Boca oh, oh. Ah, campeón. Sí. Campeón porque es uno de los equipos más victoriosos del mundo, con una veintena de trofeos nacionales y 18 internacionales, incluidas tres Copas Intercontinentales y seis Libertadores. El hincha ofrece la vida por un campeonato y una vuelta más.

“Así es siempre”, me advierten mis amigos de Clarín, vecinos de palco acostumbrados a tomar nota al ritmo de los saltos de los barras bravas, éstos llamados así, más que por violentos, por briosos. “Tenés que ser de Boca y tenés el sentimiento, tenés huevo para gritar tres horas sin parar”, me dice uno de los revoltosos.

¿Fanáticos, dementes, desadaptados? El uruguayo Eduardo Galeano trató de entenderlos en El fútbol a sol y a sombra: “El fanático es el hincha en el manicomio. En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla”. No parecen marginados sociales listos a desahogarse con violencia como en Colombia. Pero si los provocan... Esta es tu hinchada que te quiere ver campeón. No me importa lo que digan, lo que digan los demás.

Sensaciones de las que me habló el escritor mexicano Juan Villoro, enardecidas por la verticalidad de las tribunas y su cercanía a la cancha. Las palpitaciones se tornan en latidos. “Con un abrazo futbolero”, esta semana me compartió “El aprendizaje del vértigo”, su crónica sobre La Bombonera. Recuerda lo que le contó Jorge Valdano sobre su debut como visitante: “Mientras se ataba los botines, sintió que todo se movía. Uno de los veteranos se acercó a decirle: ‘no sos vos, pibe, es la cancha’. Jugar en La Bombonera significa sobreponerse a un estadio a punto de venirse abajo por méritos pasionales”.

Hay que añadirle el efecto acústico que amilana al rival y alguna vez encumbró las voces de Pavarotti, Mercedes Sosa, Elton John y Lenny Kravitz. Daddy Yankee escogió esta caja sonora para grabar el videoclip “Grito mundial”, en el intermedio de un partido Boca-Chacarita. Dalma, la hija de Maradona, no se quedó atrás y grabó un documental de seis capítulos titulado “Boca… una historia de amor”.

Todo contradice la teoría de Borges y Bioy Casares sobre el fútbol como “ficción mediática”, sostenida en el cuento Ser es ser percibido. Lo escribieron a cuatro manos a partir del imaginario club Abasto Juniors. No, maestros. No es una patraña de locutores, cámaras y micrófonos, sino un frenesí que obligó Boca a pagarles a cuatro médicos permanentes, especializados en cardiología y traumatología. Cada uno cuenta con unidad de traslado y terapia intensiva, ecocardiógrafo y marcapasos transitorio. Incluso, hay opción de traslado aéreo.

Las emociones que despierta Boca han provocado cinco casos de muerte súbita en los dos últimos años, cuatro de los cuales terminaron en resucitaciones exitosas. El dispositivo se extiende entre semana al Museo de la Pasión Xeneize, por donde pasan cada año 250 mil turistas a ver la primera piedra de La Bombonera y hasta el tablero de Carlos Bianchi, en el que un “boludo colombiano” se atrevió a escribir con la tiza del profe: ¡Caldas Campeón!

Sale Boca, delirio, llueven serpentinas, la 12 se cubre con sus banderas. Dale Bo, dale Bo, dale Boooca. Se burlan de “los putos de River” por no ser una barra tan fervorosa. Llegan al éxtasis con dos goles de Palermo, su ‘Titán’, el hombre que superó la marca de 220 anotaciones para convertirse en el máximo goleador de la historia del club. También celebran el cero de Banfield, que sale campeón y no da la vuelta olímpica apabullado por los bramidos de la 12. River ganó aquí los títulos del 42 y el 55, y dio la vuelta olímpica. De ahí el odio. Esta lluvia de mierda no quiere parar, son los de River que no paran de llorar. No importa si perdés, la 12 alienta… en las buenas y en las malas.

Huella colombiana

En la cancha hoy otro colombiano entra a la historia de La Bombonera. Se llama James Rodríguez, apenas es mayor de edad, en Banfield se adueñó del balón y puede decir que salió campeón en el templo de Boca. En el camerino, envuelto en una bandera de Colombia me dice: “No lo puedo creer”. El técnico Falcioni le unta espuma de afeitar en la cabeza y queda bautizado. Se siente a la altura de ‘Chicho’ Serna, Jorge Bermúdez, Óscar Córdoba, Fabián Vargas, Amaranto Perea. ‘El Patrón’ se hizo ídolo mientras 50 mil aficionados lo agrandaban gritándole “corazoooón” y el ‘Chicho’, por ser ejemplo de la valentía propia de xeneizes como Rattin o Tévez. Con un poco más de huevo, la vuelta vamo a dar. Hay que poner más huevo, no podés perder.

“El pináculo de la pasión futbolística”, es la calificación de Villoro sobre este estadio que será remodelado para realzar su identidad. La comisión médica reporta una jornada tranquila con un par de ataques nerviosos. El 25 de marzo de 2010, en el clásico contra River, sí hubo dos infartos y uno de los pacientes murió.

Cae la noche y los xeneizes caminan hacia el puerto con sus cánticos de Dale Bo, dale Bo. Los veo irse enmarcados en una imagen de Ardizzone: “Esos tipos, todos esos tipos se fundieron en el molde de una única y común manera de sentir y de exteriorizar lo que sienten. Por eso, vivir en Boca es un estilo, una singularidad exclusiva, una identidad inconfundible, una herencia de sangre, una manera de querer que no está registrada en ninguno de los recetarios del sentimiento”.

Por Nelson Fredy Padilla / Buenos Aires

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